Los antiguos
faraones tebanos tuvieron sus escribas que en enigmáticos signos dejaron escrita la
historia de aquellos reyes egipcianos. No podía ser menos Curro Romero, el imposible
faraón que ya de por sí es un enigma.
Antonio Burgos ha sido quien, sin jeroglíficos, ha descrito en papel la esencia del
torero. Pero no es ese escriba sentado y desconocido del museo del Louvre: se trata de un
«partidario» que en la mejor tradición de Chaves Nogales con Belmonte, se ha trabajado
el libro a base de bien, a la vista está, pero seguro que ha disfrutado. Belmonte y
Curro, Burgos y Chaves: dos monstruos, dos vidas dos faraones y dos escritores y
periodistas de la Sevilla más cambiante e inalterable.
«Curro Romero, la esencia» se pone a la altura de los grandes títulos de la
bibliografía taurina de los últimos dos siglo, pero ha trascendido de la mera literatura
taurina y se ha convertido en un número uno camino de la cuarta edición apenas un mes
después de su presentación.
En el toreo hay también números uno, alguno que se autoproclama al estilo de Luis
Miguel, pero al final es el toro el que pone a todo el mundo en su sitio. Pasará lo mismo
en el ruedo de las letras, donde al final es el lector el que pone a cada uno en su lugar.
También hay que darle sitio a la vida como hay que darle sitio al toro. Curro Romero,
como personaje singular de nuestra entorno en el último medio siglo tiene su sitio y
Burgos se lo ha dado. Pero es que hay mucho más que Curro Romero dentro, que no es poco,
de ese libro de aromas que destapa Antonio Burgos. Nos adentramos en los enigmas del
faraón, de ese artista del que sabemos tanto en la calle pero de quien ignoramos todo en
la plaza.
Y hay mucho más, en este libro Curro Romero no es el único personaje de esa Andalucía
inefable, difícil de narrar. En estas páginas aparecen el cojo Peroche, el Beni de
Cádiz o Caracol el del Bulto, solamente por citar al lector alguno de sus paisanos, como,
en un elenco de personajes que representan a una Andalucía ya perdida y que en una
especie de Santa Compaña literaria, están condenados a vagar por las mejores páginas
del costumbrismo andaluz del siglo XX.
El volumen se divide en tres tercios, como si Curro narrara su vida en tempo de corrida de
toros, todos ellos divididos en sus correspondientes lances, quites o muletazos. El relato
es muy ameno, como una faena de pasajes engarzados y rematados. Hay sitio para el amargo
achuchón del toro de la vida, hay momentos para el alegre y personalísimo quiquiriquí
de la anécdota, hay tragos duros y momentos felices, así es el toro y así es la vida
maestro.
También se cierra un apéndice con esa salida al tercio de la estadística, de esa
trayectoria profesional que va a sorprender a quienes se piensan que la carrera de Curro
Romero estaba formada por unas genialidades salpicadas entre un rosario de petardos por
esas plazas de toros de esos mundos.
El autor
Ya lo dice el propio Curro: «el toreo bueno es muy reunido. Arrebujao es la palabra» y
Burgos ha seguido los cánones de la tauromaquia en esta faena que no ha sido de aliño ni
mucho menos. Un libro trabajado página a página
Burgos es periodista, escritor, webmaster, autor de coros, letrista de habaneras, poeta,
ensayista, conferenciante, pregonero del Carnaval, franqueador de puertas imposibles y
destapador de tarritos de las esencias. Hoy compañero de viaje de Curro Romero por un
paisaje andaluz que termina, del brazo del maestro, traspasando uno de los dos umbrales
más impenetrables de ese mundo -que Villalón dividió en dos partes Sevilla y Cádiz-
las puertas de Tierra y el cancel del Príncipe. Por una no pudo pasar Napoleón, por la
otra Curro Romero estuvo a punto de tirar la llave.
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 Antonio Burgos, Curro Romero y Carmen Tello, en la presentación de "Mirando al mar soñé" en Cádiz
(diciembre de 1997)

Curro Romero sale vestido de corto de un hotel de Cádiz para
torear un festival en la provincia

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