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Suplemento "Motor"

sábado, 24 de enero de 1998

un coche / un viaje

Antonio Burgos rememora un viaje en un Jowet Jevelin por los escenarios de la guerra civil de su padre.
Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS
Coche:JOWET JEVELIN
Destino: NORTE DE ESPAÑA
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Fue antes del Seiscientos. Fue después del primer coche de mi padre, La Curi, apócope de curiana, cucaracha, que era un Opel que había estado de taxi en Sevilla desde antes de la guerra y que compró con licencia y todo; vendiendo la licencia, el coche le salió gratis. La guerra lo había parado todo. Las libertades y la libertad de comprar coches. Había que ser amigo de Arburúa para que te dieran una licencia de importación de aquellas rubias que decían que sólo concedían a los que exportaban aceite. Había que echarle mucho ingenio.

Mi padre vendió La Curi a un compraventa y, poniendo dinero encima, se quedó con un coche desechado por el marqués de la Motilla, con matrícula de Navarra, un coche inglés, rarísimo, Jowet Jevelin, con el motor horizontal, que fue ya siempre el Yévelin. Yo no sabía qué era el motor horizontal, pero mi padre, que había hecho la guerra en Automovilismo, le daba una gran importancia. A eso, y al doble embrague aprendido en los camiones Ford del frente de Teruel: "El Yévelin tiene motor horizontal y no veas cómo coge el doble embrague, lo bien que entran las marchas...". Cambio de marchas al volante, naturalmente, y salpicadero de madera y baquelita, una maravilla.

Los coches eran entonces como de la familia. Cuando vendimos La Curi fue como si se marchara alguien querido. Y el Yévelin fue como un hermano. Mi madre le compró unas toallas de playa preciosas y se las puso de funda de los asientos. Se cuidaba el coche como una dependencia de la casa. Escuchar Radio Madrid en la radio del Yévelin, que tenía hasta radio, era como oír Cabalgata Fin de Semana en el comedor.

Y para estrenar aquel Yévelin me regaló mi padre, cuando aprobé la Reválida de Cuarto, un viaje fascinante, que es una novela que tengo pendiente de escribir: un recorrido por los que fueron sus escenarios de la guerra civil y en búsqueda de sus viejos compañeros de Automovilismo. El punto más alejado era la aldea de Boa, junto a Noya, en la ría de Muros, donde estaba Malvarez, un gallego que había sido también sargento de Automovilismo en la 40 División, la de la cabeza del puente de Serós en la batalla del Ebro. Viaje de ida por Extremadura, por estrechas carreteras de los Firmes Especiales, con bordes de eucaliptos con tronco blanqueado de cal, con piedras pintadas con letreros de "Ulloa Optico" o de "Mejores no hay", y con casillas de peones camineros con el azulejo del jinete del Nitrato de Chile. Parada y fonda en el Gran Hotel de Salamanca, paso de los entonces terribles Portilla del Padornelo y La Canda, nieblas de Verín en pleno mes de agosto, hasta que llegamos a Noya, donde Malvarez tenía un aldeano bazar oloroso de salazones y embutidos. Y donde se nos rompió el Yévelin: se le fundió una biela, que tuvieron que hacer en Santiago y que nos tuvo casi una semana descubriendo Galicia en coches de línea, aquellos que llevaban siempre gente sentada en los bancos que les ponían sobre el techo.

Al final, arreglaron el coche y partimos ya hacia Santander, para evocar la entrada de las tropas de Franco con las que iba un sargento de Automovilismo que se llamaba como yo. Y bajada hacia Burgos, el camino de la victoria hacia atrás, hacia el frente de Villarcayo y Espinosa de los Monteros, el trabajo que nos costó encontrar aquel prado cuyo frente cubrió la División y donde mataron a un muchacho panadero de la calle Feria... Y parada en lo alto del Puerto del Escudo, en el cementerio de los italianos, y la evocación del Faceta Nera con la letra de guasa que le cantaban: "Decís que habéis tomado Adis Abeba, a ver cuándo tomáis Guadalajara"... Eran terribles aquellas cruces, que me hablaban de otra guerra distinta de aquellos días de vino, canciones y amigos que me evocaba mi padre al volante del Yévelin. Y luego hacia el Cinturón de Hierro de Bilbao, y antes por la Asturias de los chigres de la cuenca minera, el Yévelin volvía a recorrer los caminos que habían sido de victoria para la 40 División, recuerdos del Salduba de Zaragoza, la Academia Militar donde tenían el Cuartel General... Las carreteras eran las mismas y hasta en aquel restaurante de Burgos estaba la misma camarera que cuando la guerra... Todo estaba detenido en el tiempo, hasta los pinchazos, cómo se pinchaban los coches... Y en la nostalgia de la carretera, cuando viajábamos de noche, nos la jugábamos, porque mi padre, de pronto, apagaba los faros, y nos decía: "Mira, así era como conducíamos cuando pasábamos por una carretera batida, con las luces apagadas...". Y bajo la luna de Castilla, donde mataron a aquel muchacho de la calle Feria que era panadero, apagados los faros, mi padre, con aquel coche inglés que le compró al marqués de la Motilla, soñaba que todavía era joven y que iba al volante de un camión Ford de la 40 División...

Este texto se encuentra también en Internet en: http://www.el-mundo.es/motor/MVnumeros/98/MV046/MV046burgos.html

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