Memoria de Andalucía

El Mundo de Andalucía, sábado 1 de noviembre de 1997

Antonio Burgos

Aquellos tiempos del picú y el microsurco

 

Ahora parece que era Beatle todo lo que relucía en las guitarras eléctricas, pero entonces estaba clarísimo que no. Éramos, en el mejor de los casos, una colonia del Festival de San Remo, tú, tú, á. Más bien del Festival de Benidorm, antes de que tus labios me confesaran que me querías, ya lo sabía, ya lo sabía... Casi nadie tenía tocadiscos. Teníamos picú, que se escribía pick-up. "Pick-up" era también la camioneta Ford, como de granjeros del Oeste, de los petroleros de Oklahoma que pusieron su cuartel general en el Hotel Oromana de Alcalá, cuando estaban haciendo el oleoducto de Rota. Aquellas camionetas con matrícula española OCZ (Oleoducto Cádiz-Zaragoza) eran para los americanos las picas, pero se escribía "pick-up". Como el picú que nos habían comprado al aprobar la Reválida de Cuarto en la Casa Ultra Radio, en Garibay, en Créditos Rucas. A plazos, naturalmente. El picú, originalmente, no era un tocadiscos, como ahora confunden los que no rinden culto a la memoria. El picú era como un hijo moderno que la había salido a la radio Invicta, a la radio Marconi, a la radio Askar, a la que había que enchufarlo. El picú no era posible sin la radio. El picú, naturalmente que Philips, era simplemente un giradiscos, sin maleta, sin funda, sin nada, a pelo. Un giradiscos que por no tener, no tenía ni altavoz. Había que enchufarlo al altavoz de la radio.

Y por aquel mismo armatoste con telilla brillante de raso y dial donde siempre ponía Radio Montpelier, por aquella radio de Cabalgata Fin de Semana, de José Luis y su Guitarra con Mariquilla Bonita, de Conozca Usted a Sus Vecinos, de Lo Toma o Lo Deja, de Matilde, Perico y Periquín, de Raúl Matas con Discomanía, de Un Millón con Casa y Coche, de José Luis Pecker repartiendo flaneras de aluminio y lotes de productos Gallina Blanca... Por aquella radio de los concursos de los cupones de Comprygane, que decían que era un negocio que había puesto doña Concha Piquer cuando se retiró en Isla Cristina aquella noche que se le quebró la voz y escribió la sentencia de su repentina despedida con una barra de carmín, sobre el espejo de un camerino destartalado de un frío teatro de pueblo... Por aquella radio del Por Dios, por la Patria y el Rey con que acababa el parte de las diez de la noche en el reloj de la Puerta del Sol... Por aquella radio de los programas cara al público, ¿puedo saludar?, pues saludo a mis padres que me estarán escuchando, y al distinguido público de la sala... ah, y a usted, que es un locutor muy simpático. Y por aquella radio del piano del maestro Navarro, del piano del maestro Naranjo, y de capitán de estrellitas bordadas, capitán, dile a la Reina de España que yo quiero ser cristiana nada más desde el fondo de mi alma... Por aquella Radio de anuncios de Granja Las Beatas. Porvenir 16, Sevilla, y se parten las pechugas de la risa que les da y hacen todas la gallinas al reírse, cuacuacuá, cuá, cuá... Por aquella radio de ¿la fábrica dónde es?, Almirante Lobo, 3. Por aquella radio de te quieres casar, Muebles Escobar. Por aquella radio de qué suerte, dormir en camas Fuertes. Por aquella radio de Tip y Top por Radio Madrid, y de Elder Barber cantando a los soldados de la guerra de Ifni, y de los programas para recaudar fondos para la riada de Valencia, para la riada de Ribadelago, para la riada de Sevilla, siempre la riada... Por aquella misma Invicta, Askar, Marconi, con el picú enchufado, sonaban Los Cinco Latinos, sonaba Renato Carosone e il suo complesso, sonaba Marino Marini, sonaba Domenico Modugno...

Luego, ya, naturalmente, vinieron los tocadiscos, que eran algo muy distinta el picú. Los tocadiscos nos independizaron de la radio de nuestros padres. Como en la casa solamente había una radio, enorme, reverencial, sagrada radio, si con el picú tenías que organizar un guateque en la azotea, de momento tenías que buscarte al amigo que tenía más discos que nadie, pero también debías contar con que te dejaran subir la radio hasta la azotea. Porque sin radio no había altavoz para el picú Philips, y sin picú Philips no podía sonar Marino Marini, torero, chá, chá, chá, de la cabeza quítate el sombrero, que causa admiración del mundo entero... El tocadiscos era un pedazo de maleta enorme, donde la tapa era el altavoz y la parte de abajo, el equivalente al picú. Maravillas de la técnica, con aquel prodigioso mando con tres velocidades: 78, 33 y 45 revoluciones por minuto. 78 era para los viejos discos de pizarra, como una concesión a los padres, que el día del estreno del invento tenían que oír la placa que conservaban en una funda de papel de estraza, donde un tenor cantaba el Himno de la Exposición Iberoamericana: "Salud pueblos hermanos, del mundo juventud..." 33 r.p.m. era para los discos grandes, que entonces aún no eran siquiera "elepés", sino "microsurcos". Y 45 era para los discos que luego habrían de ser "sínguels", y que entonces la verdad, no tenían nombre. Todo era maravillosamente microsurco...

Como la batidora Turmix Berrens, como el tostador Odag, como la máquina Lettera 36 de Hispano Olivetti, como la lavadora Otsein, como la nevera Westinghouse, el picú pertenecía a aquel paraíso de los electrodomésticos que veíamos en los escaparates de la calle Sierpes, al salir de la sesión continua, de 5 a 7, en el Llorens, en el Palacio Central, en el Pathé. Un día de junio de aquel año tan frío con tantas riadas, aprobaríamos Reválida y nos regalarían un picú...


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