Memoria de Andalucía

El Mundo de Andalucía, sábado 20 de diciembre de 1997

Antonio Burgos

"El año que viene, las uvas en Madrid" 

 

Durante muchos años, casi cuarenta, exactamente, tomar las uvas en la Puerta del Sol fue el deseo que muchos andaluces no pudieron cumplir. La Puerta del Sol, no la Plaza Nueva, no Las Tendillas, no la Plaza de San Juan de Dios, no la Puerta Real, fue el símbolo de la patria negada. Hablo de los andaluces del exilio, para quienes estas fechas eran el recuerdo de la tierra lejana casi como en "Suspiros de España", el cuplé de Concha Piquer que por las radios evocaba a unos españoles que pasaban la Nochebuena entre añoranzas y gramolas con pasodobles de Nueva York. Escuchábamos aquellas Nocheviejas de la radio el pasodoble de Concha Piquer "y de pronto se escuchó/un gramófono sonar", y desconocíamos que a aquellas mismas horas, en México, en Moscú, en Toulouse, en Buenos Aires, otros muchos andaluces estaban con las lágrimas del corazón escuchando el mismo pasodoble del destierro, deseando, además, para nuestra tierra las libertades que no tenía. La copa de sidra asturiana en alto, las uvas sobre la mesa, el turrón llegado desde España, y el brindis que era un desafío político:

--- Por que el año que viene nos tomemos las uvas en la Puerta del Sol...

Y así un año y otro, qué amargas las uvas de la esperanza de los exiliados en las Nocheviejas del destierro, con hijos que ya hablaban español con acento francés, arrastrando las erres, o que ya tenían el dejillo mexicano del presidente Lázaro Cárdenas que los había acogido en aquellos últimos barcos que salieron de Alicante, de Valencia... Era la Nochevieja de los centros españoles de medio mundo, donde la emigración laboral de los primeros años treinta se mezclaba con el terrible exilio político del final de la década trágica española de este siglo. Porque no se ha hablado de cómo los exiliados andaluces mantuvieron en su destierro la fidelidad a la tierra. Juan Ramón Jiménez puede ser el ejemplo. Nunca tuvo Juan Ramón Jiménez a Moguer más cerca que en sus años finales del exilio de la Universidad de Río Piedras, en San Juan de Puerto Rico. O Rafael Alberti puede ser el ejemplo. A Rafael Alberti, como a tantos exiliados, cada Nochevieja, las olas le llevaban volando el mapa de España. Desde el Paraná, Rafael Alberti quizá nunca tuvo más cerca en toda su vida los entrañables ríos del Marinero en tierra, el Guadalete, el Río San Pedro, Río Arillo... Solamente desde la cercanía del exilio puede escribirse la "Ora Marítima", que es precisamente como ahora, felizmente regresado con la democracia, se llama su casa de los pinares del Puerto de Santa María.

Cuando estaba documentando la "Guía secreta de Sevilla", visité a los comunistas sevillanos exiliados en París, para que me contaran sus recuerdos del barrio y de la ciudad en los días del alzamiento militar contra la República, el triste camino del exilio que empezó en julio de 1936 carretera de Carmona adelante, donde poco después habrían de fusilar a Blas Infante y a muchos que no se quisieron ir, como el doctor Puelles, presidente de la Diputación, como el alcalde Fernández de la Bandera. Lo que más me sorprendió de aquellos comunistas sevillanos de París, de Manuel Delicado, de Antonio Mije, era lo dentro que llevaban la ciudad, desde tan lejos ya en el tiempo y en el espacio. La ciudad era evocada barrio a barrio, calle a calle, taberna a taberna, guiso a guiso, freiduría a freiduría. Estas evocaciones del mundo perdido se hacían más cercanas en la Nochevieja, quizá todavía más que en la Navidad, porque estaba el reto político de que sonara la hora de la libertad en el reloj de la Puerta del Sol. Precisamente el reloj del edificio en cuyos sótanos estaban los días y los días los detenidos que luego habrían de pasar a ser presos políticos en los penales del Dueso o de Ocaña. Nosotros aquí, oyendo las campanadas por la radio, en conexión obligatoria con Radio Nacional de España, ni siquiera sabíamos que por todo el mundo, a esa misma hora, marcada por otros husos de los meridianos, voces con nuestro propio acento estaban levantando la copa de la amargura:

--- Por que el año que viene nos tomemos las uvas en la Puerta del Sol...

Don Diego Martínez Barrios, en París, esperaba que llegara don Ramón Carande para que le llevara de Sevilla un paquete de tortas de aceite de Castilleja de la Cuesta. Los muchachos sevillanos de los barrios de las barricadas, de San Julián, de San Román, de la Macarena, que habían huido con su mono de milicianos por la carretera de Mérida, hacia Badajoz, habían hecho con el Ejército de la República la guerra, lejos de su casa, de la copa de alhucema y de la botella de aguardiente para cantar los campanilleros arrastrando una cuchara sobre los adornos del vidrio de Rute. Algunos se habían hecho pilotos, siguiendo un curso en la Unión Soviética. Al caer la República, habían marchado a Rusia y habían combatido durante la II Guerra Mundial con la Aviación soviética. Ahora, ya retirados, estaban en un hogar español de Moscú. En la pared, un cartel de toros donde aparecían los nombres de Manolete y Pepe Luis Vázquez. Sobre la mesa, una botella de sidra que milagrosamente había traído un asturiano del Quinto Regimiento, unas copas de coñac jerezano embotellado en México, el turrón que había aportado uno de Alicante que pudo huir en uno de aquellos últimos barcos de abril. En el aire, un pasodoble de gramola. En el corazón, mucha tristeza. En los labios, una esperanza:

--- Por que el año que viene nos tomemos las uvas en la Puerta del Sol...


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