Memoria de Andalucía

El Mundo de Andalucía, sábado 7de febrero de 1998

Antonio Burgos

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Una Cuba más de Machín que de Puebla 

 

Desde que estuve, niña, en La Habana me di cuenta de que todo el universo musical cubano aquel de Carlos Puebla nos lo habíamos inventado desde nuestra progresía de "Triunfo" y de "Cuadernos para el Diálogo", de la Asociación de Amigos de la Unesco y de las apasionadas lecturas de Nicolás Guillén, de Alejo Carpentier, de Guillermo Cabrera Infante, que nos creíamos aún que era un intelectual orgánico de la revolución, anda que la idea que teníamos de la isla era acertada... Lo segundo que me sorprendió de Cuba, tras la bofetada de olor a trópico en el amanecer del aeropuerto de Rancho Boyeros, es que la radio del autobús que nos llevaba a Ciudad Habana sonaba con músicas muy antiguas, como de los años 50, que nosotros en España dábamos por desterradas por la revolución y tacharíamos de burguesas en una discusión de salita con cubalibres de ron, poster del Che y porro trompetero que de mano en mano va y ninguno se lo "quéa"... "Aquí, Radio Reloj, son las 6 y 14 minutos en Ciudad Habana" iba desgranando el bolero y el son, la guaracha y guaguancó, el viejo danzón y la rumba... Nos creíamos que La Habana iba a sonar a Carlos Puebla y resulta que sonaba a Antonio Machín... Como sonaba a viejo bolero, como Jorge Sepúlveda con acento caribeño, como Ana María González con el deje santiaguero que tantos nos sorprendió, ése que convierte en eles las erres implosivas: "Señol, le esperan en calpeta..."

La "calpeta" era el lobby americano de aquel Hotel Capri que habían construido los mafiosos del juego y que ahora había sido tomado por Cubatour, que había convertido el antiguo casino del tópico de burdel y garito de Batista en una sala de fiesta. Nos creíamos desde España que, en la praxis marxista de Carlos Puebla, "llegó el comandante y mandó parar", y nos encontramos con que allí, musicalmente, el comandante no había mandado parar nada. Si acaso, cuando preguntábamos al guía (medio guía y medio agente político del G-2) qué era aquella maravilla que estaba tocando la grandiosa orquesta de la parrilla del Hotel Capri, nos decía:

--- Es el guaguancó, una forma musical burguesa...

Sí, si, todo lo burguesa que se quiera, pero aquella era la música, tan nuestra, tan de feria de nuestros pueblos, que sonaba en la Cuba del pleno triunfo de la revolución, en La Habana conquistada por los soviéticos, hasta tal punto que la locutora del Tropicana daba la bienvenida primero en español y luego en ruso. Para que empezaran a salir aquellas mulatonas de pitones de poema de Rafael Alberti y de grupas de "Sóngoro cosongo" de Nicolás Guillén, bailando como las alegres chicas de Colsada, sólo que en nombre de la revolución, socialismo o muerte, venceremos, pero mientras vencían o no vencían, cómo movían el bullarengue, compai, con los sones antillanos con los que no hay revolución que pueda.

Estuve en una Habana que ya, por fortuna, no existe. Una Habana detenida en el tiempo. Ir a Cuba al comienzo de los años 80 era asegurarse un boleto para viajar por el túnel del tiempo. Llegabas como a la España de los años 50. Todo había quedado como detenido en el día de 1959 en que Fidel entró en La Habana. La Habana me pareció como una Pompeya, sepultada bajo la lava del volcán del comunismo, detenida en un instante, pero con toda la vida dentro de sus ruinas, ciudad con los cristales rotos, con los cochazos americanos, los Cadillac y los Pontiac de los años 50, parados en la calle, averiados, siempre con el capó abierto y con un cubano con medio cuerpo metido dentro del motor, arreglando aquel desastre de economía planificada con el ingenio, tan andaluz, de una guita, dos alambritos y mucho arte. La alegría de los cubanos ante la carestía y el racionamiento era la misma alegría de los andaluces de la postguerra. Aquellos patios de vecinos de la calle Obra Pía, de la calle Lamparilla, de la calle Oficios, eran los mismos corrales del hambre de Sevilla o de Cádiz. Las monedas de centavo te parecían las perras gordas de nuestra infancia. El "Granma" daba los discursos de Fidel como el "Sevilla", el "Patria" o el "Odiel" daban los discursos de Franco. Aquellas tabernas de aguardiente de caña, con sus altos mostradores de azulejos amarillentos, azulencos, parecían escapadas de cualquier ciudad andaluza...

En el tiempo detenido, era una Habana de muebles funcionales. Una Habana de racionamientos, de planes quinquenales, de sobrecumplimiento. En una betunería donde andaluzamente fui a limpiarme los zapatos me encontré un cartelón que quería ser revolucionario y era sencillamente trágico. En una pizarra, con tiza de taberna, los "compañeros betuneros" habían escrito las cifras de su glorioso "sobrecumplimiento" del número de pares de zapatos que el Comandante en Jefe les había asignado limpiar según el vigente plan quinquenal. Y todo aquello con música tan antiguamente nuestra, que me pareció siempre que no estaba en Cuba, sino en la feria de Guadalcanal. Todo era tan nuestro... Hasta la guasa de los cubanos, que también llamaban pargo tanto a un pescado como a los parguelones... Me desmitificó nuestro castrismo de arte y ensayo aquel metre del restaurante del Parque Lenin, que mientras los camareros estaban montando la mesa de nuestro almuerzo, nos dijo:

--- Agualden un momento, caballeros, que los compañeros gastronómicos están creando las condiciones objetivas...

(Fidel no había podido acabar con algo tan nuestro como el chiste como forma de resistencia a la dictadura...)


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