Antonio Burgos / El Recuadro

El Mundo, jueves 28 de agosto de 1997

 

 


Ucronía de Manolete

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El caballo de bronce galopa en las Tendillas, que Gonzalo de Córdoba la cabeza ha perdido por una piconera de Romero de Torres y le han puesto una falsa, de mármol, de un califa, califa del toreo en la ciudad de Góngora. De un casino de tratos y sillones de mimbre, de medios de moriles y culto a don Heraclio, ha salido a la una, con su chaqueta blanca, aquel que fue califa y aún ocupa su trono. Ha leído el diario donde Bernier ponía sus columnas antiguas de fustes califales, ha pasado los ojos que tantos toros vieron por esos telegramas que hablan de Almería, dos orejas, aplausos, las ferias del verano.

Ha salido a la calle con el viejo desprecio de aquel que mira al mundo por encima del hombro. "Don Manuel, buenas tardes", quizá le ha saludado, uno de Bujalance que quiere ser torero, mientras va, despacioso, el bastón en la mano por calles que no saben ni que fuera Califa. Es Córdoba y verano, reloj por seguiriyas, muchachos que se bañan desnudos en el río. Del casino de siempre ya sale Manolete, olvidado, arrastrando sus pies por las aceras. Cual si fuera el estoque coge el puño de plata del bastón con que manda a este toro del tiempo.

Manolete fue gente en esto del toreo, califa entre califas las crónicas decían. K-Hito, cuántos sobres, dejó su tauromaquia escrita en laconismo de parte de victoria. Tomó la alternativa al terminar la guerra. ¿Quién se la dio? ¿Chicuelo, quizá Queipo de Llano? No sabría decirlo, que no estoy muy seguro que no fuera testigo quizás Millán Astray. Torero de postguerras aquel Manuel Rodríguez. Divisiones azules de opinión de tendidos. Toreaba por alto y los brazos ponía como los falangistas cuando cantan el himno. Hierático, templado, dominó en el toreo, verticalismo puro, sindical, tan de Franco. Carteles mano a mano, Arruza, El Estudiante, Gitanillo y su arte, Luis Miguel señalando con su dedo de orgullo que no existen califas. Lo prefirió la gente a aquel Manuel Jiménez que inventó cómo un seise se abre de capote. Tuvo su pasodoble, cosa que no tenía ni Pepe Luis, que era la gracia toreando.

Este Manuel Rodríguez por las calles de Córdoba nos recuerda cortijos que en los lomos trajeron cien mil toros, salieron rodando con su espada. Los toros que quedaron en campos salmantinos salvados de peroles de ranchos milicianos. Torero de una España victoriosa, cautivos todos los enemigos que la Patria tenía. Corridas patrióticas, carteles con colores de banderas del Eje, brindando al Conde Ciano. Balañá, toros chicos, Matías Prats transmitiendo una manoletina igual que un gol de Zarra, y Camará firmando contratos imperiales en la España del cupo que dan esta semana del arroz racionado, las cartillas del hambre, los hoteles de lujo, coches de estraperlistas a los que llaman "haigas", carreteras de noche, este año cien corridas, y después lo de Méjico.

Se retiró del toro de amor por Lupe Sino, una mata de pelo, un perfume, una llave que abre discretamente la noche en los hoteles. Una boda oportuna, dicen sus enemigos, que hasta los victoriosos generales de África no escapan a las jachas, la lengua de la gente. Una boda oportuna, que vienen arreando un Manolo González con padre fusilado, Antonio Bienvenida, aún Domingo Ortega, y el hijo, tan torero, del Niño de la Palma. Volvió, mas fue muy breve aquella temporada. Eran otros los tiempos, de Pedrés y Chamaco. Retirado en sus campos ahora pasa los días. Si acaso, de mañana, se llega hasta el casino. Ya murió Lupe Sino, ya murió Doña Angustias. Tiene muchos cortijos por la parte de Palma, acciones en un banco, negocios del aceite, y ha comprado lo menos tres bodegas en Rute.

Tuvo muchas cornadas, como aquella en Linares. Lo salvaron las manos de Giménez Guinea y el plasma que trajeron de la explosión de Cádiz. Ninguna fue tan grave como ésta que lleva por Gondomar arriba, saliendo del casino. A sus ochenta años, encorvada la espalda, yo he visto a aquel califa por las calles de Córdoba. Va los pies arrastrando. Con su bastón de plata, Manolete resiste la cornada del tiempo...

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