El Recuadro

El Mundo de Andalucía, Lunes Santo 6 de abril de 1998

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Nazarenos de la hermandad de Santa Marta

La Semana Santa del hospital 

 

Cofradías por la calle, esplendoroso Lunes Santo que de apenas nada ha pasado a ser uno de los días más granados. Gloria de Jerusalén conquistada, de Jerusalén liberada, la Virgen del Museo mirando arriba, a los recuerdos, el silencio de las hermandad de Santa Marta haciendo clásico lo que mirado en el espejo de la historia de la ciudad tan nuevo es... Yo me acuerdo ahora, lector, de una frase que me dijo una tarde de Viernes Santo mi catedrático de Semana Santa, el fotógrafo Luis Arenas, cuando le habían cortado una pierna e iba al puente a ver al Cachorro en una silla de ruedas:

-- Antonio, este año he comprendido que la mayor penitencia es no poder salir a ver las cofradías, eso sí que es penitencia, más que ir descalzo con una cruz detrás de un paso

Hace dos años, pensé en la penitencia de Luis Arenas, porque la hice. Gustosamente. Un hombre querido estaba en el hospital, y sabíamos que tenía sacada papeleta de sitio para el inexorable paso de La Canina, en cuyo cuerpo de nazarenos estamos todos apuntados. ¿Conocen la Semana Santa de los hospitales de Sevilla, estos días? Esa sí que es la otra cara, tan desconocida de la Semana Santa. En el pasillo, suena una radio con una marcha, que alguien pone bajita, para no molestar. Pero suena. Y nos va diciendo que fuera, en la vida, en la Salud, existe la primavera, está ausente el dolor, no hay lágrimas, Sevilla como nueva Jerusalén del Apocalipsis, ataviada como una novia de naranjos en flor y de incienso por las esquinas... El enfermo, en los relojes blandos de la cera del dolor, quizá pregunta:

--- ¿Hoy es Lunes Santo o es Martes Santo, hoy no es cuando sale el Baratillo?

--- No, abuelo, el Baratillo sale pasado mañana...

--- Ah, ya...

Y se hace de nuevo el silencio en aquel cuarto del hospital. Desde el pasillo, desde el cuarto de las enfermeras, suena quizá ahora un televisor que está retransmitiendo la entrada de un paso de palio en La Campana. Estrella Sublime. No hay estrellas en el cielo de luces apagadas de esta habitación. Aquí sí que hay una cofradía de penitencia, en silencio, apenas roto por esa radio de las marchas, por ese lejano televisor de la entrada de un palio en La Campana. Aquí, en estos otros silencios de la Semana Santa, en estas otras penitencias de la Semana Santa, sí que es todo como una larga madrugada. Entran las batas blancas como recuerdos de túnicas de nazarenos de La Cena, de San Gonzalo, de esas cofradías de barrio que este hombre querido no verá este año.

Y es entonces cuando el acompañante del enfermo de la otra cama nos habla de las hondas Semanas Santas de los pueblos:

--- Tiene que venir usted un año a ver la Vera Cruz y la Soledad, aquello si que es bonito, nosotros somos mucho de la Soledad...

Soledad de cuarto de hospital, lentos los días de la Semana, sin olor a garrapiñadas, más que el humo del caldo que se adivina llegar por los pasillos. Aquí no hay espinacas con garbanzos de vigilia ni bacalao con tomate. Y hasta se nota cuando van llegando los días grandes. Es siempre Jueves por la tarde cuando, sin saber cómo, al silencio penitente del pasillo del hospital llega un niño vestido de nazareno. Túnica de capa. Nazareno de Los Gitanos, nazareno de la Esperanza de Triana, nazareno de la Macarena...

--- Es que viene para que su abuelo, como todos los años, lo vea vestido de nazareno...

--- Abuelo, toma un caramelo, no veas la cantidad de ellos que me ha comprado la tita...

Y en el televisor del cuarto de las enfermeras, Campana del dolor y los silencios, sigue entrando triunfalmente un palio en la Campana. Cuando estéis en la gloria de unas bambalinas que suenan, pensad, sevillanos, en estos silencios del inmenso dolor de la penitencia de no poder ver la proclamación de la gloria en la ciudad...


 

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