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Domingo, 10 de octubre de 1999

Antonio Burgos: Jazminez en el ojal

 

Como un cuarto de invitados

ERA EN LONDRES. ERA UN hotel de Picadilly, frente al Parque. Vamos, nada del otro mundo. Mundicolor puro y duro, al alcance de todos los españoles, cuatro días y tres noches, tarifa mini de fin de semana. El cuarto tampoco era gran cosa, ¿qué se va a pedir por ese precio? Pero tenía lo que muchas cosas de Inglaterra: el buen gusto de esa cateteria como campesina de la que es paradigma el bolso que siempre lleva la Reina Isabel o el sombrero de la Reina Madre. Para ponerse ese sombrero, una española tiene que ser por lo menos madrina de una boda. Y en Inglaterra se ponen para ir a tomar el té en el patio de quencias del Hotel Ritz las clases pasivas de la Corona. Si Doña María de las Mercedes usara a diario el mismo sombrero con tapafeos que la Reina Madre de Inglaterra, lo que largarían las lenguas de doble filo. Más o menos como cuando va al teatro y, sin saberlo, resulta que se ha metido en una función donde hay desnudos y verdulerías. Con Doña María sólo, y sin poner al Infante Don Carlos (ex Calabria), le ganamos en clases pasivas a la Corona de Inglaterra, sin tanto presumir de Corte de San Jaime, sino de todo lo contrario: de que aquí no hay más Corte que el de mangas que dio Don Juan Carlos a los Grandes de España que querían ir de mayordomos de Palacio por la vida.

Era en la Corte de San Jaime y entré en el cuarto que me habían dado en aquel hotel sin grandes pretensiones. Cretonas de las cortinas haciendo juego con las colchas y con esa butaca de orejas que hay siempre junto a la mesa, tan pequeña que se abandona toda esperanza de pedir el desayuno en el cuarto. Pero tienen de bueno estos hoteles ingleses de las cretonas simpáticas que no te dan sensación de habitación impersonal y seriada de un Sheraton, de un Hilton. Un hotel americano de cadena te recuerda a cada instante que duermes fuera de tu casa, con esos muebles llenos de dípticos y trípticos de propaganda de todos los servicios, peticiones de tarjetas de viajero frecuente, coches de alquiler e incluso programas de películas porno en la televisión de pago. Si en cambio estás en un hotel inglés simpático de cortinas de cretona, te crees que un amigo te ha invitado a su casa de campo a pasar el fin de semana. Lo más grato de estos hoteles ingleses es lo que tienen de cuarto de invitados. Le pones las fotos de una boda de familia y dejas allí unos libros leídos de Ancora y Delfín, Delibes por ejemplo, y en vez de en Londres, me creo que estoy en la Casa de las Cadenas de Antequera, donde Juan Manuel Blázquez recibe a sus invitados en cuartos tan simpáticos como habitaciones inglesas de hotel agradable.

Y en aquel cuarto de hotel inglés que evoco como la fragancia de un jazmín antiguo, la maravilla del cuarto de baño. Los cuartos de baño ingleses son el anti-diseño. El diseño consiste, como es sabido, en que nada parezca lo que es ni nada sea lo que parece. Han puesto en las ciudades españolas unos nuevos depósitos para tirar botellas a la basura que parecen taquillas ambulantes de un circo, máquinas expendedoras de tabaco, lo que quieran. Todo menos lo en Puerto Rico llaman con hermoso arcaísmo castellano: un zafacón. No se crea que esos objetos imposibles se obtienen por casualidad. Estos genios del diseño hacen cursos en Milán y Nueva York para conseguir que un exprimelimones parezca un tostador, y que un tostador parezca un microondas, y que un microondas parezca un televisor, y que un televisor parezca el capó de un coche funerario. En nuestros cuartos de baño, los diseñadores han conseguido, tras grandes esfuerzos, que los lavabos de acero inoxidable parezcan senos del fregadero de la cocina; los tronos, vespas pintadas de blanco; las duchas, aparatos de rayos UVA o ataúdes de la Guerra de las Galaxias.

Abrí la puerta del cuarto de baño del hotel de Londres y, oh maravilla, de momento el picaporte era un picaporte de toda la vida. Un picaporte de cerámica blanca, con su metal. Aquí han logrado que los picaportes parezcan grapadoras y que las grapadoras semejen picaportes. Si maravillosa era la cerradura, el trono era ya de llevárselo a casa. Un trono de toda la vida, con forma de trono, con sus bruñidas tuberías de cobre. Con su tapa de madera. Ah, la madera. Qué maravilla que los objetos que siempre fueron de madera no hayan sido sustituidos por el plástico. Y qué digna de admiración la cisterna, allí arriba, en toda su majestad, como el rompimiento de gloria de un retablo barroco. Aquí estamos logrando tal confusión del diseño en las cisternas, que a veces sería necesario un manual de instrucciones en los lugares públicos. Es imprescindible un cursillo de entrenamiento para saber dónde hay que apretar, o que tirar, o que girar. Y la cisterna londinense tenía una cadena... ¡de hierro! En los baños de las estaciones de servicio de España no sé qué es más espantoso: si lo sucio que está aquello, con las manchas de grasa y sosa sobre el lavabo, o si la cadena de la cisterna, siempre de un plástico que imita al hierro, siempre rota a una altura que hace imposible que nadie pueda tirar de ella.

Todos esos sofocones me iba evitando en el baño de aquella maravilla del cuarto londinense como de invitados. La cadena de hierro era de hierro, y la tapa de madera era de madera, y la cerámica del lavabo era de cerámica, y el metal de los grifos era de metal, y el papel del rollo era de papel y de color de papel, no rosa, no amarillo, no estampado a florecitas. En cuanto a los grifos de la bañera, oh portento, no parecían cierres de una olla a presión o manijas del regulador de un antiguo tranvía. Me acuerdo de Juan Ramón Jiménez cada vez que en un hotel debo ducharme en un baño de diseño. Si no hubiera sido por Zenobia, que entendía las griferías americanas, J.R.J. no hubiera podido bañarse en todo el viaje del "Diario de un poeta recién casado". Si no fuera por Isabel, me quedaría siempre sin poder abrir el grifo de diseño de las puñeteras duchas de muchos hoteles trufados de Hilton, ¡no, ésa no, que ésa es la caliente! La quemadura por culpa del diseño es a veces de primer grado.


Anteriores entregas de "Jazmines en el ojal"

Las maletas de Isabel Preysler

 

ABEL INFANZON "LA ESE 30"         PUNTAS DEL DIAMANTE          RECUADROS DE DIAS ANTERIORES

 

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