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De las bromas Sevilla-Betis se ha pasado a la
violencia |
He conocido a dos andaluces cabales con el nombre de Tito Pepe. Uno, hace
muchos años. Otro, casi ahora. Uno, de ficción. Otro, real. El que más recientemente he
conocido es el real. Un antequerano de señorío y sabiduría, José Herrero, que tiene
tantos sobrinos espirituales en la afición taurina y en el currismo que todos, empezando
por don Francisco Romero, le llamamos Tito Pepe. ¿Ustedes han oído hablar del Torcal de
Antequera, no, esas piedras que son lirismo caprichoso de la geología? Bueno, pues tan
antequerano es el torcal de otra peña, la Peña Los Cabales, que preside Tito Pepe, un
personaje que sabe lo que no hay en los escritos sobre aquella Andalucía de los
espectáculos folklóricos de copla y flamenco con los que trabajó.
Este Tito Pepe real y caballeroso me
recuerda por su andalucismo al otro Tito Pepe que conocía de antes, al Tito Pepe de la
ficción radiofónica de Radio Sevilla, personaje que tengo entendido creó López Lozano
y luego continuó Juan Tribuna, en aquellos guiones que bordaba Pepe da Rosa. Me refiero,
claro, a Tito Pepe y su Sobrino, los personajes sevillanos que dialogaban la dualidad
futbolística de Sevilla y Betis. Hace tanto tiempo, que no me acuerdo siquiera de cuál
de los dos era el pepinete y cuál el palangana, aunque sí que Pepe Da Rosa era el
sobrino.
En tiempos de aquel Tito Pepe, la
oposición dual de las dos aficiones era simpática, con gracia. Lo peor que podía haber
era guasa. Nunca violencia. Los sevillistas gastaban a los béticos bromas, todo lo
pesadas que quieran, y los sevillistas a la recíproca, pero nunca se llegaba a las manos,
ni tenían que acudir los policías antidisturbios vestidos de varilleros y con la
caballería por delante. El diálogo de un bético y un sevillista daba origen a la
gracia, Tito Pepe y su Sobrino, nunca al alto riesgo ni a ingresos en Traumatología.
Pasé el martes por la tarde por la
Avenida, cuando los seguidores béticos se habían desembalsado del pantano policial de la
Puerta Jerez y avanzaban en marcha verde sobre el Pizjuán. Lo diré sin rodeos: daban
miedo. Pánico. El mismo que sentí minutos después cuando, ya con el coche por Eduardo
Dato arriba, contemplé las mesnadas del bando contrario, ahora con los largos mástiles
de las banderas rojas, pero con la misma violencia en sus gritos, en sus ademanes. Leo
ahora que el Pizjuán había amanecido pintarraqueado de lemas con esa misma violencia que
vi en ambos bandos cercados por la Policía, llevados en algunos casos como el embarque
del ganado de la sevillana, faltaban las talanqueras de la mangá.
El resumen es terrible. El resumen es que
algo que antes esa simpático, agradable, de guasa y de broma, que si derrochaba algo era
gracia, cual la oposición entre sevillistas y béticos, se ha convertido ahora en algo
tenso, duro, más que violento, que da miedo. No me tengo por cangueloso, pero estas masas
camino de un estadio me daban la otra tarde miedo. El mismo miedo que me daban las
manifestaciones falangistas cuando pedían Gibraltar. El mismo miedo que me daban aquellas
concentraciones de los últimos coletazos del franquismo, cuando la Plaza Nueva se llenaba
de ultras pidiendo penas de muerte. No sé si se ha valorado el fenómeno social, pero
está saliendo a flote la peor Sevilla, la más terrible. La misma que en el siglo XX
abarrotaba la Plaza de San Francisco cuando iban a dar garrote vil a un reo. Vi la otra
tarde bandos como de guerra civil. Comprobé que el fascismo es lo único que me sigue
dando miedo.
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