Diario El Mundo Indice de los "Jazmines" publicados

El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía, martes 30 de noviembre  de 1999


Todos somos Alberto

Nos habíamos olvidado de pronto de la calle Don Remondo. De una lápida en los muros del Palacio Arzobispal de Sevilla que recuerda aquella madrugada de enero, el dolor colectivo en la Plaza Nueva. La verdad, ¿para qué vamos a engañarnos?, es que por aquí abajo no los habíamos acabado de creer. No sé si se hicieron encuestas sobre la convicción de los españoles tras el anuncio de la tregua de la ETA, pero desde su proclamación encontré entre mis paisanos una vieja desconfianza, senequista si se quiere, romana si me apuran, de que difícilmente los perros dejan de morder, los alacranes de emponzoñar. Fue, ciertamente, un respiro, pero no un olvido. En toda esta larga pesadilla, Andalucía pagó la factura más cara entre todos los pueblos de España. Hubo en tiempo, al comienzo de la transición, en que era una escena habitual en el aeropuerto de Sevilla, en el aeropuerto de Málaga, la llegada de un avión desde el Norte, con el ataúd de un andaluz cubierto por la bandera de España, un guardia civil de nuestra tierra, un policía de nuestra tierra, que llevaban a enterrar a la cal y el silencio de un cementerio de la sierra, de la campiña, de la vega, entre velos negros y campanas antiguas. Todo es acostumbrarse, proclama la copla, y parecía como si los andaluces nos hubiéramos hecho a la idea de que teníamos que pagar ese precio injusto por la democracia.

Que si en otras tierra la violencia puede asentarse en los hondones de Caín, aquí abajo no tiene justificación ninguna. No ya es que lo digan los himnos o las páginas del libro de la Historia, es que los andaluces lo proclamamos a cada instante, cuando alguien se acalora, se pone violento:

-- Pero, hombre, no se ponga usted así...

Ellos se ponen así, y nosotros nos resulta más incomprensible todavía. Aquí sí que llevamos siglos y siglos tragando, sin que nadie levante una voz más alta que otra. Y encima, este pago que nos amenaza otra vez con pasarnos la factura, sin comerlo ni beberlo. Otra vez puede sonar el triquitraque de la muerte en Armilla, en un hotel de la Costa del Sol, en un coche de una calle de Córdoba. En las tierras más pacíficas de las Españas. Quizá porque lo saben, que aquí no entendemos de esos barcos, porque lo nuestro es la serenidad de ver los barcos venir, de sentarnos a la puerta de la casa a ver cómo todos los males, hasta los de los hombres, son curados por el médico infalible del tiempo.

Como nunca nos creímos del todo que hubieran dado de mano, porque son como son y no como otros les parece que son, este sinvivir que empezará el día 3 es, desgraciadamente, la vuelta a un sentimiento antiguo. De nuevo, existe la calle Don Remondo. De nuevo vienen los recuerdos de esas madres de los pueblos andaluces, recibiendo entre autoridades a un hijo muerto, que viene cubierto por la bandera de España. Para construcción nacional, la del pueblo andaluz, que me dejen de cuento. Nosotros sí que estamos hace mucho tiempo para las duras y las maduras de la construcción nacional. Lo que ocurre es que somos tan generosos que estamos siempre para lo que gusten mandar, dispuestos a la construcción nacional... de España. Andalucía es como una madre abnegada, que siempre se preocupa de sus hijos antes que de ella. España es el hijo tonto que tantos disgustos la da a Andalucía.

Y como pienso todo esto en una mañana fría en que el cielo plomizo, como el ánimo, alumbra de nuevo una lápida que recuerda una madrugada en la calle Don Remondo, digo sencillamente que todos los andaluces, ay, volvemos a ser Alberto y Ascen...

 

 


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