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La ETA anuncia el
fin de la tregua |
¿Es un
silencio, es un miedo? ¿Qué es lo que pasa aquí? Cuando
escribo, nadie se ha echado para adelante. Me parece que estoy
oyendo a aquellas madres de los miedos de la dictadura:
"Tú no te signifiques, hijo". ¿Es que nadie se va
a significar? ¿Es que nadie se quiere significar, con lo que
esto significa? Cuando escribo, nadie ha osado recitar el
verso antiguo y hermoso de Gabriel Celaya: "A la calle
que ya es hora/ de pasearnos a cuerpo". Ojalá me tenga
que comer este papel, porque resulte que a la hora en que
estas palabras conozcan varón en los tinteros de la rotativa
haya sido ya convocada esa esperanza en forma de
manifestación. Triste sino. Vamos escribiendo la historia a
golpe de calle. En la calle, el pueblo suele adelantar por la
derecha y por la izquierda, por arriba y por abajo, y, sobre
todo, por la ilusión o por el coraje, a sus clases
dirigentes. Lo escribo desde un pueblo como el andaluz, que un
día adelantó a sus dirigentes y les dio una lección de
coraje colectivo, hasta tal punto que no le veían ni la
matrícula con la F de un 28 de febrero. Lo recuerdo en una
España donde, ay, la historia se ha escrito en los últimos
veintitantos años en la forja de la voluntad de la calle.
Aquel día de enero de los crímenes del despacho de Atocha...
Aquel día de febrero en que acababa de terminar una pesadilla
de charol y volvimos junto a las Cortes que querían convertir
en picadero del caballo de Pavía. Aquel bien que reciente y
hoy tan próximo día de julio de manos blancas y nucas
ofrecidas a los que no quieren nunca que la historia se
escriba desde la soberanía de la calle.
Esta sí que ha
sido una larga, dificultosa, dolorosa construcción nacional.
Estos han sido los cimientos y los andamios, los mechinales y
los encofrados de la democracia, pasito a pasito en la calle
del dolor y de la rabia. Nuestra calle, como en la copla de
Manuel Machado, siempre es una calle cualquiera camino de
cualquier parte, menos de la desesperanza.
Nuestra calle
está que espera. Como quien espera el alba. Algo tiene que
surgir. Es más que probable que en nada se parezca a cuanto
aconteció. El pueblo suele tener una intuición que sabe que
cada momento exige un afán distinto. Salgo a la calle y huele
a Ermua; noviembre se ha disfrazado de julio para no infundir
sospechas; 1999, de 1997. Cristo de nuevo crucificado y Miguel
Angel Blanco de nuevo secuestrado. Pero nada será igual en
esta hora. Estos sentimientos que se barruntan en las gentes
suelen estallar, y cuando se desbordan no hay quien los pare.
Pero, al menos cuando escribo, esta vez oigo demasiado
silencio, porque hay silencios que se oyen como una melodía
triste. Nos parece que estamos solos otra vez. Siempre suele
ocurrió. Al final nos solemos encontrar todos en la plaza
para escribir la historia en las esquinas.
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