Diario El Mundo Indice de los "Jazmines" publicados

El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía, jueves 2 de diciembre de 1999


Quinteriano Juan Luis de Tarifa

Lo quinteriano sigue existiendo. Se ha singularizado. De la Andalucía de los Quintero (don Serafín y don Joaquín Alvarez) hemos pasado a la Andalucía de Quintero (don Jesús Rodríguez). De Utrera, a San Juan del Puerto. De Mariquilla Terremoto, a Beni de Cádiz. De Lola Membrives, a Lola Flores. Del patio, a la colina. De la mecedora, al plató. Pero esa Andalucía insólita por real sigue existiendo. Andalucía está llena de personajes en busca de autor. Es un camino hecho para que alguien pasee un espejo y lo cuente. Cervantes no se explica sin esos personajes andaluces. Cervantes los conoció, de pasar fatigas como cobrador de alcabalas por los caminos andaluces o como corrupto condenado en la Cárcel Real por meter la mano en la manteca. Y eso que a Don Miguel le podría haber dicho Picoco, otro andaluz quinteriano:

-- Hijo, don Miguel, hay que ver que con un brazo nada más por la batalla de Lepanto, la de maravedíes que le has mangado a Nuestro Rey y Señor Felipe. Anda que si llegas a tener los dos brazos no sé con lo que te quedas...

Cervantes conoció en esta Andalucía a un loco de la colina que, para despistar y para que el interesado no lo llevara otra vez a la cárcel, se llevó a la Mancha y lo disfrazó de Quijote, que es un personaje de comparsa de Antonio Martín. Cervantes se llevó a Salamanca al Licenciado Vidriera, que seguro que conoció por aquí, por los triángulos de las Bermudas del cante. O al que inflaba perros con un canuto, que vendría a ser algo así como Vicente el del Canasto, pero sin canasto. Cuando Caracol veía a la de Qué Te Brillan Las Espuelas, le daba veinte duros. La hacía personaje. Como los hermanos Quintero llevaron en menos de horas veinticuatro estos personajes al teatro. Que siguen existiendo. En su último libro, Salvador de Quinta saca a un personaje utrerano, tan real como absolutamente increíble: la que no salió en su retrato de boda el día que se casó. Una, que le daba mucha vergüenza hacerse el retrato de novia y se tuvo el novio que venir solo a Sevilla a hacerse la foto...

-- Ole...

Eso, la Andalucía del ole, que va más allá del tópico, fantasmagórica, irreal, que coge a Gabriel García Márquez y nos plantea un problema, porque no sabemos si lo manda a Agromán o a Dragados y Construcciones, pero desde luego que a los albañiles. Y como sé que esta Andalucía existe, no me sorprende que el nuevo pelotazo de Quintero, en singular, sea un filósofo del viento tarifeño llamado Juan Luis Muñoz. Si El Beni sabía latín, Juan Luis el de Tarifa hasta lo ha estudiado. La quiebra de la lógica o el espejo deformado a lo largo del camino alcanza en la narrativa de Juan Luis niveles de genialidad, como el arranque de su relato de las Bodas de Canáa, cuando San José recibe la invitación y le dice a la Virgen:

-- Aunque tú sabes que a mí no me gustan estas cosas, a esta boda no vamos a tener más remedio que ir, María, porque esta familia de Canáa se ha portado siempre muy bien con nosotros...

Ese San José moyatoso de Juan Luis, que si bebe no debe conducir la burra, o ese Levante que cuando sopla se le lleva a nuestro filósofo del viento hasta once lunares de su pijama es la Andalucía del arte popular que sigue existiendo. No se lo digan a nadie, pero el relato del cuchillo de Guzmán el Bueno y del moro que no lo dejaba dormir la siesta, que narra Gandía, tiene la firma de este genial Juan Luis de Tarifa.

 

 


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