Lo
quinteriano sigue existiendo. Se ha singularizado. De la
Andalucía de los Quintero (don Serafín y don Joaquín
Alvarez) hemos pasado a la Andalucía de Quintero (don Jesús
Rodríguez). De Utrera, a San Juan del Puerto. De Mariquilla
Terremoto, a Beni de Cádiz. De Lola Membrives, a Lola Flores.
Del patio, a la colina. De la mecedora, al plató. Pero esa
Andalucía insólita por real sigue existiendo. Andalucía
está llena de personajes en busca de autor. Es un camino
hecho para que alguien pasee un espejo y lo cuente. Cervantes
no se explica sin esos personajes andaluces. Cervantes los
conoció, de pasar fatigas como cobrador de alcabalas por los
caminos andaluces o como corrupto condenado en la Cárcel Real
por meter la mano en la manteca. Y eso que a Don Miguel le
podría haber dicho Picoco, otro andaluz quinteriano:
-- Hijo, don
Miguel, hay que ver que con un brazo nada más por la batalla
de Lepanto, la de maravedíes que le has mangado a Nuestro Rey
y Señor Felipe. Anda que si llegas a tener los dos brazos no
sé con lo que te quedas...
Cervantes
conoció en esta Andalucía a un loco de la colina que, para
despistar y para que el interesado no lo llevara otra vez a la
cárcel, se llevó a la Mancha y lo disfrazó de Quijote, que
es un personaje de comparsa de Antonio Martín. Cervantes se
llevó a Salamanca al Licenciado Vidriera, que seguro que
conoció por aquí, por los triángulos de las Bermudas del
cante. O al que inflaba perros con un canuto, que vendría a
ser algo así como Vicente el del Canasto, pero sin canasto.
Cuando Caracol veía a la de Qué Te Brillan Las Espuelas, le
daba veinte duros. La hacía personaje. Como los hermanos
Quintero llevaron en menos de horas veinticuatro estos
personajes al teatro. Que siguen existiendo. En su último
libro, Salvador de Quinta saca a un personaje utrerano, tan
real como absolutamente increíble: la que no salió en su
retrato de boda el día que se casó. Una, que le daba mucha
vergüenza hacerse el retrato de novia y se tuvo el novio que
venir solo a Sevilla a hacerse la foto...
-- Ole...
Eso, la
Andalucía del ole, que va más allá del tópico,
fantasmagórica, irreal, que coge a Gabriel García Márquez y
nos plantea un problema, porque no sabemos si lo manda a
Agromán o a Dragados y Construcciones, pero desde luego que a
los albañiles. Y como sé que esta Andalucía existe, no me
sorprende que el nuevo pelotazo de Quintero, en singular, sea
un filósofo del viento tarifeño llamado Juan Luis Muñoz. Si
El Beni sabía latín, Juan Luis el de Tarifa hasta lo ha
estudiado. La quiebra de la lógica o el espejo deformado a lo
largo del camino alcanza en la narrativa de Juan Luis niveles
de genialidad, como el arranque de su relato de las Bodas de
Canáa, cuando San José recibe la invitación y le dice a la
Virgen:
-- Aunque tú
sabes que a mí no me gustan estas cosas, a esta boda no vamos
a tener más remedio que ir, María, porque esta familia de
Canáa se ha portado siempre muy bien con nosotros...
Ese San José
moyatoso de Juan Luis, que si bebe no debe conducir la burra,
o ese Levante que cuando sopla se le lleva a nuestro filósofo
del viento hasta once lunares de su pijama es la Andalucía
del arte popular que sigue existiendo. No se lo digan a nadie,
pero el relato del cuchillo de Guzmán el Bueno y del moro que
no lo dejaba dormir la siesta, que narra Gandía, tiene la
firma de este genial Juan Luis de Tarifa.
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