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Javier Arenas |
El día que
Javier Arenas se decida a poner en un libro la narrativa
andaluza de aquella visita electoral a Marinaleda, le puede ir
guardando José Manuel Lara el premio Planeta, porque no hay
quien se lo quite. El día que se decida a grabar en un disco
ese relato, Juan Luis Muñoz el de Tarifa y Paco Gandía deben
pesar inmediatamente a los dominios de Manuel Pimentel, para
que los apunte en el paro del Inem.
El relato que
hace Arenas de aquella visita a Marinaleda para intentar dar
un mitin del PP recuerda las mejores novelas del Oeste,
Marcial Lafuente Estefanía total. Llegó la comitiva popular
con los periodistas puestos y se encontraron el pueblo
completamente desierto, con las puertas cerradas. Era aquella
dura campaña municipal donde un carnicero de Marinaleda se
había atrevido el hombre, echándole valor, a encabezar la
lista local del PP. Si en el PP hubiera Laureada al valor, se
la hubiese ganado a pulso el carnicero. Porque los koljosianos
del lugar, los rojos de pata negra de Sánchez Gordillo, en
uso del leninista "libertad, ¿para qué?", le
dijeron:
-- Como sigas
en las listas, enseguía vas a vender una chuleta más
en tu carnicería...
El candidato se
cayó del cartel, naturalmente. ¿No iba a caerse? Hombre,
ante eso, cualquiera manda parte facultativo. De modo que
aquella visita para el mitin de Arenas y los populares a
Marinaleda fue el trabajo más inútil nunca hecho en campaña
electoral alguna. Se lo olieron nada más llegar. Ya digo que
pueblo del Oeste total, yo que tú no lo haría, forastero. Ni
un alma por la calle. Era la hora del café de la tarde y se
encaminaron a un bar. Puertas cerradas. Dentro se oían voces.
Llamaron a la puerta. Salió el tabernero:
-- ¿Qué pasa?
-- Que venimos
a tomar café...
-- No se puede,
esto está cerrado...
-- Pero ahí
dentro se oyen voces, hay gente en el bar...
-- Sí, están
ahí dentro. Pero para ustedes está cerrado...
Se encaminaron,
sin tomar café, a la escuela cedida por el alcalde para el
mitin. Creo que sólo estaban los oradores llegados en la
columna y los periodistas que los acompañaban. Hicieron un
simulacro de mitin. Se fueron a los coches. Se dispusieron a
volver a Sevilla, aliviados ya del mal trago. Y en el coche
estaban, enfilando la carretera, cuando un periodista comentó
a Arenas:
-- Ea, pues
menos mal que por lo menos no ha habido incidentes...
¿Para qué lo
dijo? En aquel mismo instante, todas las puertas cerradas, se
abrieron. Las calles desiertas se llenaron de gentes. Rodearon
en un instante a los coches y aquello no era para oído:
-- ¡Fascistas,
hijos de puta, cabrones!
Cuánto han
cambiado por fortuna las cosas en Marinaleda hacia el camino
de la libertad, que ahora va Arenas y hasta se puede hacer
fotos con los militantes locales del PP. Los gorilas blancos
gozan de absoluta libertad en el zoo de Marinaleda. Sánchez
Gordillo ya no está demonizado por la derecha. Aquello ya no
es un trozo irredento de la Libia de Gadafi en el corazón de
Andalucía, ni una URSS con trabajo comunitario, ni una Cuba
sin palmeras. A Marinaleda pueden ir los del PP sin que Javier
Arenas tenga luego que contar una historia para no dormir. Que
no debe olvidarse que las negaciones y lágrimas de la
libertad son siempre una historia para no dormir.
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