Todos
los años, por estas fechas en que apuramos las últimas hojas
del taco del almanaque, la empresa Ibecom da a conocer su
clasificación de los 25 españoles más influyentes. Como los
40 principales, pero en la política, la economía, la cultura y
los medios de comunicación. Los discos de oro y de platino de
los que colocan en el mercado más millones de copias de una
mentalidad, de una ideología, de unos intereses económicos. El
Ibex 35 de la fama o la final de Copa del poder. Aznar que se
mantiene el primero, Villalonga que asciende irresistiblemente,
Arzallus que baja del 5 al 16 y que como siga así acaba jugando
la liguilla de descenso. Más instituciones que personas. Está
en los 25 de la fama y de la lana Miguel Angel Gozalo y la gente
no tiene el gusto de conocerlo; está por lo que está, como
presidente de Efe. Como está Jesús Ceberio del mismo modo que
antes estaba Juan Luis Cebrián, como piloto del buque insignia
del polanquerío. Leída la lista, yo regalaría un fin de
milenio en Punta Cana a quien supiera decirme quién es el
señor que ocupa el número 25, Francisco Javier Delgado Barrio.
No, no es el finalista del premio Adonais de poesía. Es el
presidente del Consejo General del Poder Judicial.
Por
eso yo animaría a los amigos de Ibecom que como siempre salen
los mismos con las mismas, que si quien preside el gobierno o
quien preside un banco, que a partir de ahora hagan las
encuestas y los paneles de opinión al revés, cogiendo el
rábano de la influencia por las hojas de sus efectos. Me
explico. Para mí que el español más influyente no es Aznar,
ni Rato, ni Pujol, ni Mayor Oreja, ni incluso mis jefes Pedro J.
Ramírez y Luis del Olmo. El español más influyente es el que
haya puesto de moda entre las señoras ese chal de lana o
generosa bufanda bien despachada a la que llaman pashmina. No
estamos en el año del cambio de milenio. Estamos en el primer
año triunfal de la pashmina. Alguien ha decretado que todas las
señoras lleven pashmina, y , hala, todas se las han puesto.
Pashminas verdaderas o pashminas falsas, pero pashminas.
Pashminas carísimas de Loewe o de Elena Benarroch, o de las que
vende a dos mil pesetas el inmigrante norteafricano que pone en
la esquina su puesto con una manta sobre la acera y una mesa de
campimplaya. ¿Quién ha impuesto esta ley? Ese sí que es
influyente. A ése sí que le hacen caso todas las señoras...