Suele
decirse que nuestro Reino es una Monarquía sin monárquicos,
pero los españoles tienen un sentido dinástico más profundo
de lo que parece. Basta con ver la prensa del corazón o con los
programas televisivos rosas. Entre los famosos de profesión hay
Casas, como en las monarquías reinantes o destronadas. Nadie
discute ni la legitimidad de ejercicio u origen ni los derechos
sucesorios de esas Casas. Está, por ejemplo, la Casa de
Iglesias, tan importante como la de Hannover, con su rey, que es
Julio I y con su príncipe heredero, Enrique I. O, entroncada un
tiempo con la Casa de Iglesias, la Casa de Preysler, mucho más
importante que la de Saboya, donde hay hasta consorte de la
soberana, Miguel Boyer, y una princesa de Asturias, Chabeli.
Nada digo de la Casa de Jurado, con tantas ramas reinantes en el
toreo, la pasarela, la peluquería, la copla y el tricornio que
eso es ya como la dinastía de los Omeyas.
En
la crítica de este sentido dinástico español de la fama, me
he metido muchas veces con Terelu Campos, de quien llegué a
decir: de profesión, su madre. Pero he seguido de cerca la
labor profesional de la madre de Terelu y digo que hay razones
sobradas para hablar de la heredera en función de los méritos
de la que ha creado estirpe y es cabeza de dinastía: María
Teresa Campos. Yo era muy partidario de la difunta Encarna
Sánchez, y creía que la orfandad que dejó su muerte entre sus
oyentes no iba a encontrar nunca faro donde fijarse. Estaba
completamente equivocado. María Teresa Campos es ya, ahora
mismo, un fenómeno de la comunicación tan importante desde el
punto de vista sociológico como fue en su día Encarna, o aún
más. Porque mientras que Encarna nunca traspasó el espejo de
Alicia en el país de las maravillas de la TV, María Teresa
Campos va y viene del coro de la mañana en Tele 5 al caño de
la tarde de Cope como quien respira. Echo las cuentas y no me
explico cómo esta mujer puede estar, todos los días, dale que
te pego, tres horas por la mañana en un estudio de televisión
en directo y tres horas por la tarde en otro estudio de radio en
directo. Yo creo que María Teresa Campos no para ni para
almorzar, como decía el padre de Manolo Caracol de los aviones
nacionales en el Madrid republicano de la guerra.
Y
dominando además, y sabiendo tocar todas las teclas del
difícil piano de la actualidad. La otra tarde, lo mismo
dirigía un concurso a ver quién acertaba el nombre de Bocaccio
que inmediatamente conectaba en directo con la rueda de prensa
del destituido Gil o tranquilizaba al personal ante el temor de
las furgonEtas. Oficio se llama la figura. No se me caen los
anillos por reconocerlo, en esta España de las envidias entre
el gremio. Lo siento mucho, pero yo, que soy tan de ciudad, tan
de mi Sevilla, ya soy de Campos, porque entiendo y sé de letras
de su difícil música.