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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo, lunes 27 de diciembre de 1999


Soy campero

Suele decirse que nuestro Reino es una Monarquía sin monárquicos, pero los españoles tienen un sentido dinástico más profundo de lo que parece. Basta con ver la prensa del corazón o con los programas televisivos rosas. Entre los famosos de profesión hay Casas, como en las monarquías reinantes o destronadas. Nadie discute ni la legitimidad de ejercicio u origen ni los derechos sucesorios de esas Casas. Está, por ejemplo, la Casa de Iglesias, tan importante como la de Hannover, con su rey, que es Julio I y con su príncipe heredero, Enrique I. O, entroncada un tiempo con la Casa de Iglesias, la Casa de Preysler, mucho más importante que la de Saboya, donde hay hasta consorte de la soberana, Miguel Boyer, y una princesa de Asturias, Chabeli. Nada digo de la Casa de Jurado, con tantas ramas reinantes en el toreo, la pasarela, la peluquería, la copla y el tricornio que eso es ya como la dinastía de los Omeyas.

En la crítica de este sentido dinástico español de la fama, me he metido muchas veces con Terelu Campos, de quien llegué a decir: de profesión, su madre. Pero he seguido de cerca la labor profesional de la madre de Terelu y digo que hay razones sobradas para hablar de la heredera en función de los méritos de la que ha creado estirpe y es cabeza de dinastía: María Teresa Campos. Yo era muy partidario de la difunta Encarna Sánchez, y creía que la orfandad que dejó su muerte entre sus oyentes no iba a encontrar nunca faro donde fijarse. Estaba completamente equivocado. María Teresa Campos es ya, ahora mismo, un fenómeno de la comunicación tan importante desde el punto de vista sociológico como fue en su día Encarna, o aún más. Porque mientras que Encarna nunca traspasó el espejo de Alicia en el país de las maravillas de la TV, María Teresa Campos va y viene del coro de la mañana en Tele 5 al caño de la tarde de Cope como quien respira. Echo las cuentas y no me explico cómo esta mujer puede estar, todos los días, dale que te pego, tres horas por la mañana en un estudio de televisión en directo y tres horas por la tarde en otro estudio de radio en directo. Yo creo que María Teresa Campos no para ni para almorzar, como decía el padre de Manolo Caracol de los aviones nacionales en el Madrid republicano de la guerra.

Y dominando además, y sabiendo tocar todas las teclas del difícil piano de la actualidad. La otra tarde, lo mismo dirigía un concurso a ver quién acertaba el nombre de Bocaccio que inmediatamente conectaba en directo con la rueda de prensa del destituido Gil o tranquilizaba al personal ante el temor de las furgonEtas. Oficio se llama la figura. No se me caen los anillos por reconocerlo, en esta España de las envidias entre el gremio. Lo siento mucho, pero yo, que soy tan de ciudad, tan de mi Sevilla, ya soy de Campos, porque entiendo y sé de letras de su difícil música.

 

 


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