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Gil, tras la
intervención judicial del Atlético de Madrid |
En la muy
cernudiana Sevilla de mi infancia había una calle a la que
llamaban "La ciudad sin ley" con toda la guasa de la
gracia, tomando el nombre de una taquillera película de
aquellos años de cines de acomodadores con linternas para la
fila de los mancos. Era una antigua calle gremial, Manteros
era su nombre, que había devenido en lonja de cafés y de
bares, de tabernas y de pensiones, bulliciosa de pregones de
loteras y de cepillos de betuneros, azacaneada de tratantes,
de corredores, de buscavidas, de matatías que daban dinero a
ganancia, cuando no de virtuosos del alcahuetaje. En "La
ciudad sin ley" lo mismo podías comprar el virgo de una
muchacha que un cortijo, un vale para un camión de cemento
que la licencia de importación de un tractor o de una
cosechadora. Era el paraíso de los estraperlistas de alta
alcurnia, tumbaga y veguero de dos cuartas, de los vendedores
de favores con la Fiscalía de Tasas o la Comisaría de
Abastos, de los nuevos ricos que se habían comprado un haiga
y le habían puesto a la querida un piso con nevera
electroautomática y receptor de radio Marconi con tocadiscos.
He evocado
aquella ciudad sin ley de la calle de los cafés de los
revendedores de cupos de importación y la he visto convertida
en un enorme campo de fútbol. De los vales de cemento, a las
gradas de cemento, cambia el paisaje, pero permanecen las
figuras. Los hijos y los nietos de aquellos estraperlistas son
ahora los virtuosos del dinero negro. No hay nada tan antiguo
como un nuevo rico. Han encontrado su ciudad sin ley no entre
veladores de medias botellas y cartillas de racionamiento,
sino en la viña sin vallado de los verdes campos del edén
balompédico. España los cría y la ley de las Sociedades
Anónimas Deportivas los junta en las presidencias de los
clubes de fútbol, que son ahora las ciudades sin ley. Todos
están cortados por la misma tijera de los negocios de la
construcción, de los solares, de las extrañas financieras.
Como la Brigada Criminal conocía a aquellos estraperlistas de
la ciudad sin ley y no les metía mano, la sociedad mediática
conoce y mitifica a estos estraperlistas del fútbol y los
mantiene en el territorio exento del fuero de las masas... de
las masas de dinero negro donde meten la mano.
No sé cómo el
más sucio de los negocios españoles, cual este podrido
fútbol de las SAD donde todo mafioso tiene su asiento sobre
un horizonte de recalificaciones y blanqueos, está en manos
del Ministerio de Cultura, y en cambio la fiesta nacional,
donde nadie puede comprar al toro como se soborna a un
árbitro, está controlado por el Ministerio del Interior y
hay policías de servicio hasta para fiscalizar la venta de
gaseosas en los tendidos. Las corridas de toros las preside un
policía y no sé por qué, cuando el Estado tenía que echar
esos cojones en conseguir que los partidos de fútbol los
arbitrara un inspector de Hacienda.
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