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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de   Andalucía, martes 11 de enero del 2000


La musa de Cortijo

Cuando Paco Cortijo vio a Lola Sánchez en el patio de aquel antiguo chalé de Gonzalo Bilbao donde funcionaba la muy academicista Escuela de Bellas Artes, era lógico que se enamorara de ella. Lola no era de Sevilla. Lola era de Modigliani. En Sevilla, entonces como ahora, gustaban las mujeres morenas y metidas en carnes, y Lola era todo lo contrario. Hay mujeres tan espirituales de alma que esa delicadeza se le transmite al cuerpo. Y así era Lola. Nunca he visto tanta fortaleza dentro de tanta delicadeza, tanta belleza interior exteriorizada en unos cánones estéticos fuera de norma, de modas. Paco Cortijo, con su grandeza, que fue rompiendo, a lo Torrigiano, con todos los moldes del academicismo artístico sevillano y fue tirando su martillo sobre todos los Migueles Angeles de cartón piedra y purpurina, no tenía más remedio que enamorarse como un chiquillo de Lola, que era un cuadro de la Tate Gallery andando por la Puerta Real, donde el padre de Paco tenía la barbería.

Cortijo acabó, mucho más que las tópicas rebeldías folklorizadas de Romero Ressendi, con muchas convenciones de la dictadura artística local del franquismo, pero antes tuvo que romper dentro de su propia, humilde familia, los convencionalismos para casarse con Lola, a las bravas y en secreto, boda del alba en una Sevilla de atardeceres de amor, como en una copla de los corrales o los campos de aquellas sus primeros cuadros, sus primeros grabados en xilografía: "Quiera tu padre o no quiera".

Pero esta era la vieja historia que Paco y Lola contaban a los muy amigos en la mesa de camilla de su pisito de la calle Fernando IV, con el café y la lata de leche condensada sobre el tapete. La historia de amor se había hecho arte o viceversa. Uno, viendo a Lola, viendo a Paco, no sabía si estaba viendo a aquella pareja gozosa de arte y amor o estaba contemplando uno de sus cuadros. Igual que Machado dijo que se canta lo que se pierde, Paco Cortijo tendría que haber dicho que se pinta lo que se quiere. Y Paco Cortijo no hizo en toda su vida más que pintar a su madre, a su padre, a Lola. Y luego, gracias a las hijas que tuvo con Lola, a Adriano y a Trajano, que Paco y Lola eran tan patriarcas de su familia que eran abuelos de nietos emperadores de la casa.

De tanto ser pintada por Paco durante toda su vida , altos de la calle Tetuán en la Galería Velázquez, bajos de la Galería Quixote en Madrid, salones del Alcázar en aquella su última gran exposición, no sé si a Lola se le acabó poniendo cara de cuadro de Paco Cortijo o es todo lo contrario. Sí, es todo lo contrario. Toda la pintura de Paco Cortijo tenía la fuerza disfrazada de ternura o la ternura disfrazada de fuerza de Lola Sánchez, que hasta el nombre lo perdió. ¿Cómo íbamos a llamar Sánchez a Lola Cortijo, que era tan Cortijo como Cortijo?

Como en un poema no escrito, dicen que la musa del poeta murió de amor cuando Paco, rojo de toda la vida, se nos convirtió aquella tarde de Madrid en un rojo de toda la muerte. La muerte del pintor ha sido, poco más tarde, la muerte de su musa, ¿musa? No, lo de musa era poco. Era todo tan verdad entre los dos que ninguno podía haber soportado por más tiempo la soledad de la duda perenne de la vida. Te digo adiós, Lola, pero que sepas que todavía tenemos pendiente esa cena con Gómez Marín. A la que, por supuesto, también vendrá Paco Cortijo. Como venía siempre que veíamos la débil dulzura de tus ojos de mujer fuerte.

Sobre el pintor Paco Cortijo, en El RedCuadro:

Paco Cortijo, rojo de toda la muerte


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