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Benito
Zambrano, con Ana Fernández y María Galiana, en los
premios Goya |
Cuando Steven Spielberg llegó
por la marisma con el equipo de rodaje de "El Imperio del
Sol", entre Lebrija y Trebujena, sembrando el dinero como
arroz y tirando los millones en peonadas de jornaleros del
algodón como braceros eventuales de la figuración, no sé si
Benito Zambrano estaba aún de cámara en Canal Sur TV o
haciendo sus particulares Américas como alumno de Cine de
Cuba, cosa linda. Lo que sí sé es que sólo con lo que se
gastó por allí Spielberg en bocadillos de mortadela para los
extras, Benito Zambrano ha hecho esa obra de arte de la
cotidianidad que es "Solas". El aforo me lo hicieron
en su propia tierra lebrijana, donde Zambrano llegó con el
título de realizador cubano como una guajira en 35
milímetros, como un cante de ida y vuelta. Comentaban que
Zambrano había hecho su película con 127 millones de
pesetas. A alguien del pueblo que acaba de restaurar su
Giraldilla como de Juan Ramón, le parecieron muchos millones
127 millones:
-- Pero si en el cine invierten
1.000 millones de pesetas en una película por la meá de un
gato... Así que 127 millones es hacer una obra de arte con
cuatro perras gordas...
De Cuba vino este son de la
delectación de Zambrano por el minimalismo de lo cotidiano,
con cuatro perras gordas. Yo lo llamaría el arte del
subdesarrollo, que es el cante de ida y vuelta entre el Tercer
Mundo andaluz y el Caribe. Me lo decía un día en la orilla
gaditana de su cocina marinera Manolo Baro:
--- Hacer un plato con una
merluza de pincho carísima como Arzak no tiene el menor
mérito. Tú dale a Arzak unos mendrugos, unas hojitas de
yerbabuena y unos tomates, a ver si sabe hacerte el arte de
una sopa de tomate con cuatro perras gordas.
La cocina cinematográfica de
Benito Zambrano ha hecho este difícil arte de las tagarninas,
de los espárragos trigueros, de los caracoles. Ha competido
con todas las nuevas cocinas haciendo un potaje de berza
marismeña. Y ha ganado. Y con más verdad en su arte que
nadie. Es un prodigio la belleza de lenguaje de su guión, esa
Sevilla que se siente más que se ve. Y sin creerse en
Hollywood, sino pisando la verdad de una tierra donde la
cultura entra por la planta de los pies. Y orgulloso de sus
orígenes y de sus gentes. Me emocionó que Benito se acordara
de sus padres, de El Gamba y de La Chocera, y que los citara
por sus motes, que son los títulos de grandeza de la gente
trabajadora de los pueblos. Pienso que el abuelo de Benito el
del Gamba, El Chocero, hizo quizá el techo de brezo del
ranchito donde Manuel Halcón encontró a "Manuela"
y Zambrano ha encontrado la escueta verdad del arte del
subdesarrollo. Una obra de arte hecha con cuatro perras
gordas. Así que, Spielberg, un mojón pá ti, aprende de
Benito el Gamba...
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