No
acabamos de creernos el papel de España en el mundo. Blair le
come en la mano al presidente del gobierno del Reino de
España, estando como está Gibraltar con estos pelos.
Nuestros indicadores económicos, no es que dejen boquiabierta
a Europa, pero alguna sorpresilla sí que causan. El
continente que antes empezaba en los Pirineos hace ahora
frontera con Africa en las pateras de Tarifa. Pero una cosa es
España contemplada en los periódicos y otra los españoles
en Europa. En Europa oyes hablar mucho en español. Donde
quiera que alguien sirve un plato, recoge una maleta. Los
emigrantes de los 60 que con sus giros postales al pueblo
contribuyeron al desarrollo casi tanto como los planes del
difunto López Rodó se quedaron en sus países de adopción,
y allí siguen, abuelos de niños alemanes o belgas, en
modestos empleos, libertos del pico y la pala gracias a turcos
o marroquíes.
Por eso
no es mala política exterior presentar a España como cultura
en la Europa que nos considera sus chachas o su destino
turístico baratito. España no se cree lo que es en lo
económico, pero menos en lo cultural. Si supiéramos la
importancia de nuestra lengua y cultura en el mundo, los
presupuestos del Instituto Cervantes superarían a los de
Defensa. Cuando hay una exposición sobre Goya, sobre
Velázquez, el mundo nos descubre en cuanto somos. "Anda
--dicen--, pues resulta que Velázquez era paisano del portero
del bloque, y nosotros sin saberlo..."
Estas
cosas pensaba la otra noche en Ginebra, donde me cupo la
suerte de asistir en el Grand Theatre a la representación de
"El Barbero de Sevilla" producido por el Teatro de
la Maestranza. Un telón de embocadura pintado con la Sevilla
que sueña Carmen Laffón; una España esencial, sin tópicos,
en la escenografía de Juan Suárez; una reescritura de
Rossini en las mejores claves de nuestra cultura dirigida por
José Luis Castro, ¿cuánto valen para la imagen de una
nación? Todo era gracias a los buenos oficios de Jaime de
Marichalar, que por cierto no va por el mundo roneando de
Duque de Lugo, sino de directivo del Credit Suisse que saca
los cuartos a sus señoritos suizos en beneficio de la cultura
española. María Bayo cantaba una deliciosa Rosina, y estaba
en Ginebra mi tierra sin folklorismos ni tópicos. Me sentí
orgulloso de ser ciudadano del Reino de España. Hombre, ya
era hora de que en Suiza hubiera un "Barbero"
andaluz que no estuviera tijera en mano donde pone en la
puerta "Damen-Herren"...