Roman
Karpoukhine Finito de Moscú dice que más cornás
da la perestroika: "Dejé el Ejército ruso porque
después de la perestroika la situación económica era
muy difícil para los militares". Y lo mismo que el
banderillero de Juan Belmonte, degenerando, degenerando,
llegó a gobernador civil, este capitán de estrellitas
bordadas, capitán, del Ejército ruso quiere llegar a figura
del toreo. Para el domingo, en la Monumental de Barcelona, en
los carteles han puesto un nombre que sí lo quiero mirar,
Finito de Moscú y olé, Finito de Moscú olá. A buen sitio
ha venido a poner la era Roman Karpoukhine. Se ha creído que
los toros aún traen cortijos en los lomos. Ahora los toros,
mayormente, se llevan cortijos, pisos hipotecados de los
abuelos, sueldos embargados de los padres. Antes se quería
ser torero para ser rico y ahora hay que ser rico para ser
torero. Los novilleros, antes, cobraban; ahora, tienen que
poner dinero para poder torear. El escalafón, como un menú
de Arzak, es larguísimo, pero estrechísimo. Cada vez son
menos los que viven del toro. Todo lo más, las cinco figuras
del momento y las diez figuritas de la situación. El resto, a
poner se ha dicho. A pagar por torear. Como Finito de Moscú
trabaja como jefe de almacén en una empresa de Tarrasa, me
imagino que lo gana muy bien y que tiene para poner a fin de
que lo pongan. "Poner o no poner" es la hamletiana
cuestión para los aficionados. En esta nación de las artes
subvencionadas, los novilleros tienen ellos mismos que pagarse
la subvención si quieren llegar a algo. Es como si los
actores noveles tuvieran que pagar por debutar en un teatro
nacional, Andrés Amorós, tú que tienes la doble militancia
de Talía y Pepe Hillo.
Deseo
todo lo mejor a Finito de Moscú. Que no le pase como al pobre
de Atsuhiro El Niño del Sol Naciente, aquel japonés
al que un utrero le dio un tantarantán y lo dejó lisiado. Y
le mando mis ánimos a la madre del torero. Que viva uno en
Moscú y le salga a uno un niño torero tiene que ser tan
inquietante e incomprensible como si vive uno en Madrid y el
hijo se le pone a comer bollicaos y teleras con manteca
colorada para engordar y se le va a Tokio, porque quiere ser
luchador de sumo. Son los enternecedores bisnietos de
Hemingway, los que vieron "Sangre y arena" y no
resistieron la droga dura de España. Aunque, bien mirado, lo
que tiene mérito de verdad es que Finito de Moscú haya
aprendido a coger los avíos en la Escuela de Tauromaquia de
Cataluña, que ha montado la novillada del domingo. Eso sí
que es mérito, una escuela taurina en Cataluña. Con la
inquina de Pujol a la Fiesta, que haya en Cataluña una
Escuela Taurina es como si en la India lograran que el plato
nacional fuese el filete de vaca sagrada.