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Sevilla con sevillanos

y Puntas del Diamante

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía,  domingo 4 de abril de 1999


Juan Carlos Montes, el costalero del Arco del Postigo

Arco del Postigo en la antigua muralla de Sevilla

El Arco del Postigo, donde murió el Lunes Santo de 1999 el costalero de la cofradía de Las Aguas, Juan Carlos Montes 

 

"Ante Dios nunca serás héroe anónimo", decían los viejos carlistas del Tercio Virgen de los Reyes, en el que el domingo pasado dejamos sentando plaza de voluntario a un eterno niño del Domingo de Ramos llamado Rafael Montesinos. No sabíamos entonces que, dos días después, a la altura de una arriá del paso del Cristo de las Aguas una vez pasados los reflejos del cristal de la puerta de la capillita de la Pura y Limpia y antes de llegar al retablo cerámico de la Piedad del Baratillo, un muchacho de la Rochelambert llamado Juan Carlos Montes nos iba a hacer considerar con su muerte bajo la trabajadera que los costaleros de Sevilla suelen contradecir la máxima de los tradicionalistas, ya que ante el Dios que llevan sobre sus hombres son héroes anónimos. Fueron héroes anónimos en tiempos en que Tarila y Fatiga el Viejo sacaban pasos, y siguen siendo anónimos en estos tiempos de cuadrillas de hermanos, de ensayos con sacos terreros, livianas parihuelas metálicas, rodilleras como de porteros antiguos del Sevilla F.C., de tiempos de Bustos y Manolín. Si sabemos el nombre de Montes, es porque murió gloriosamente en el Arco del Postigo.

Hoy, trágicamente, dedicamos este "Sevilla con sevillanos" a un sevillano que nos faltará ya siempre en la ciudad, cuando el listero de Salvador Perales iguale la próxima vez la cuadrilla de Cristo de la cofradía de las Aguas. ¿Faltará? No, el nombre de Juan Carlos Montes está ya en el cuadrante definitivo de la memoria de la ciudad. Costalero de la cuarta, como Pepe Portal el de San Bernardo. La cuarta empieza a ser la trabajadera de la muerte bajo el palo, muerte gloriosa, si seguimos los cánones de la belleza que en sus tiempos más fascistones codificó estéticamente César González Ruano: "Lo más bello es morir joven frente al enemigo, con el uniforme del cuerpo al que perteneces". Portal y Montes murieron frente al enemigo de la fatiga, de la fatalidad, con el glorioso uniforme del costal. Sí, puede haber una belleza en la muerte. No se olvide que la de Montes ocurrió a escasos metros del final de su estación, a la sombra del Arco del Postigo que da nombre a su cofradía de Las Aguas. Y no lejos del Hospital de la Caridad, donde los dos medios puntos de Valdés Leal pintan algo tan sevillano como el barroco culto a la muerte. La muerte de Juan Carlos Montes fue como un cuadro vivo que Valdés Leal hubiera pintado el Lunes Santo para los muros de la capilla del Rosario de Dos de Mayo. "En un abrir y cerrar de ojos" puede acabar la vida de quien por la esquina de Correos venía derrochando fuerza con gracia, como quizá hubiera preguntado El Pali, de haber visto a aquella cuadrilla momentos antes, empernacado en su silla, como se ponía a ver pasar las cofradías en su casa de la calle de la Aduana. "Así pasa la gloria del mundo", de los aplausos cuando la banda toca, y el paso se mece de costero a costero, y el izquierdo va por delante al romper, a esta ambulancia del 061 que llega con toda la candelería encendida, las luces que nunca quisimos ver reflejadas en los cristales de la capilla de la Pura y Limpia, esos cien gramos de Catedral que las gentes del Postigo tenemos para demostrar al mundo que las máximas grandezas pueden caber en cuatro losetas de mármol con monedas arrojadas desde el cepillo de la cancela, junto a Santa Justa Rufina y junto al Señor San José.

Cuenta la memoria de los martillos y las trabajaderas que a Pepe Portal lo llevaron ya casi muerto a un zaguán de la Alfalfa, esquina a la calle San Juan, cuando cayó en la cuarta de Cristo de San Bernardo. Grande ha sido el zaguán de la muerte de Montes: el zaguán de la puerta de entrada al mejor cahiz de tierra de Sevilla, por donde entran y salen las cofradías de Triana y del Arenal, o por donde pasa el Señor de Sevilla. Juan Carlos Montes ya tiene nombres en la que quizá sea la más imperecedera "Sevilla con sevillanos", esa Sevilla que preside un Cristo de Antonio Susillo de cuya boca, por la primavera, salen las abejas llevando la miel de los azahares de los jardines del silencio, verdadera cofradía del silencio del mármol...

-----------Puntas del Diamante-------

LA REALIDAD IMITA A GROSSO.- En los años sesenta, cuando las cofradías y la Semana Santa no estaban en absoluto de moda entre la progresía, el radical Alfonso Grosso publicó una novela que califican de polémica, "El capirote". No sabemos por qué la califican como polémica, si nadie ha leído "El capirote" en la Sevilla de las cofradías. El nudo argumental de la obra era algo impensable entonces: la muerte de un costalero bajo las trabajaderas, como parábola de la muerte de Cristo, al modo de "Cristo de nuevo crucificado", de Nikos Kazantzakis, una novela muy leída y comentada en los años en que Grosso escribía la suya sobre la Semana Santa. No sabemos si Grosso pudo comprobar con la muerte de Pepe Portal que su ficción se hacía realidad en San Bernardo. Ahora ya no está Grosso para comprobar por segunda vez que Juan Carlos Montes ha hecho verdad la creación artística de "El capirote".

 

UN CAMARERO.- El sevillano anónimo de las trabajaderas al que la muerte le puso nombre desdice el retrato de los hermanos costaleros como muchachos de familias acomodadas, gente que tiene una parcelita, una caseta en la feria, una casa en el Rocío y un Cuatro por Cuarto. Montes deshace muchos tópicos y clichés sociológicos. Era un camarero del bar de la Escuela de Ingenieros de la Cartuja, que antes había trabajado en La Pastora de Capuchinos y en el bar de la Casa de Soria. De Sevilla acomodada, nada. Hijo de un jubilado de Correos, que vivía en La Rochelambert. Esa Sevilla media de las barriadas en la que nadie piensa cuando dice que la Semana Santa la vive "toda Sevilla". Y al decir "toda Sevilla", piensan en Los Remedios y en la gomina.

 

LA TERRIBLE SOLEDAD DEL BLOQUE.- Si estuviéramos en la Sevilla de los corrales, a Montes lo hubiera conocido la calle entera. Cuando murió, fueron los periodistas a su casa de la calle Puerto de Piqueras, a su bloque, a preguntar a sus vecinos por él. Y ocurrió lo terrible y habitual de esta Sevilla de los bloques: que a Montes no lo conocían sus vecinos. Ni de nombre, ni de cara: "¿Montes? No, ese nombre no nos suena, a lo mejor si lo viéramos, sí lo conoceríamos quizá de verlo por la calle..."

 

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ABEL INFANZON "LA ESE 30"

 

 

   


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