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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Fábula del estoque de Curro

Como a Manolo Escobar le robaron el carro, al monumento de Curro Romero le quitaron el estoque. El gamberrismo llega hasta donde pone «Toledo». ¿Para qué querría un tío el estoque de Curro? La cuestión es hacer daño. Una vez le oí decir al psiquiatra Castilla del Pino que el vandalismo contra los bancos de los parques, contra las farolas o contra las papeleras evidencia una rebelión contra el poder constituido. Se destroza la papelera, decía Castilla, como una agresión contra el alcalde que la mandó poner.
-Hijo, pues en ese caso, mejor que quitarle el estoque a Curro hubiera sido que se llevaran los hierros del mamarracho de las setas de la Encarnación, o la parada del tranvía que han puesto delante de Correos, y que tapa la vista de la Casa Lonja y de la Catedral.
-O las catenarias, usted: mejor que se hubieran llevado media docenita de catenarias de donde más daño a la vista hacen. Por ejemplo delante de la iglesia del Sagrario...
Cuando me dijeron que a Curro le habían robado el estoque, comenté:
-Total, para lo que le ha servido siempre el estoque a Curro...
El estoque le servía a Curro fundamentalmente para perder las orejas. El lo tiene muy claro, y así me lo contó cuando en la serenidad de Marbella estaba dándome las claves para escribir «La Esencia»: «Yo no soy un matarife». Por eso en mal sitio pusieron la era los que recién inaugurado el monumento se dedicaban a ponerle aquellas pintadas de «asesino».
-¿Asesino? Vamos, como si fuera un diputado del PP en los carteles que llevaban con sus fotos los manifestantes contra la guerra de Irak...
Más o menos. Porque Romero, más que «matador de toros», fue «acariciador de toros». Siempre sostuvo que torear es acariciar, como un supremo acto amoroso con el noble cuatreño. Por eso la espada no es fundamental, por más que compusiera de forma tan perfecta en el desplante ante «Flautino» de Gabriel Rojas que eternizó el bronce de Sebastián Santos.
El caso es que Curro Romero estaba en su monumento sin espada, sin otro acero que el estoque simulado de la mareíta del río en la hermosura de la tarde. Y el asunto anduvo en gacetas, ahora que Sevilla es la capital del mundo del toro. Hasta le sirvió de título a Zabala de la Serna para una perfecta crónica, que tanto me recordó el periodístico pase de la firma de Cañabate. Ese medio Madrid y parte del otro medio que, como El Camborio, no con una vara de mimbre, sino con una Visa Oro, viene a Sevilla a ver los toros, podía contemplar el triste espectáculo del vandalismo sevillano en el monumento de un Curro desarmado. Y habrán sido miles de fotos las que los turistas se han hecho ante el monumento sin estoque. Después de la Giralda yo creo que el monumento más retratado en Sevilla por los turistas es el de Curro. No hay vez que pases por allí que no haya trescientos japoneses, cuatrocientos americanos y veinte mil autobuses de excursiones de jubilados del Inserso echándose un arretrato delante de la pirámide del Faraón.
La cual, oh maravilla, ha vuelto a tener el estoque en su sitio antes que nos diéramos cuenta. Gracias a la sensibilidad y al paladar de un buen aficionado, mi vecino de localidad el gerente de Urbanismo, don Manuel Marchena. Le pregunté una tarde en nuestro rinconcito del 7 a Marchena que a quién le correspondía reponer el estoque robado. En vez de contestarme, sacó un papel y apuntó algo. Me olvidé del asunto. A los pocos días, me llamó Carmen Tello, contentísima, para decirme que el monumento de Curro volvía a tener estoque: «A ver si te enteras quién ha sido, para darle las gracias». Llamé a mi vecino de abono y se lo pregunté. Y sin darse pisto alguno, me dijo: «Pues dile a Carmen que han sido Marchena y el alcalde los que han respuesto el estoque». Se lo digo ahora no a Carmen Tello, sino a Sevilla entera y a parte del extranjero. Es la positiva fábula del estoque de Curro. Ojalá todo se hiciera en Sevilla tan vámonos de frente, tan sobre los pies, tan de faldones adentro, con tanta normalidad y elegancia como la reposición del estoque del monumento de Curro Romero.

 

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