Como
a Manolo Escobar le robaron el carro, al monumento
de Curro Romero le quitaron el estoque. El
gamberrismo llega hasta donde pone «Toledo». ¿Para
qué querría un tío el estoque de Curro? La
cuestión es hacer daño. Una vez le oí decir al
psiquiatra Castilla del Pino que el vandalismo
contra los bancos de los parques, contra las
farolas o contra las papeleras evidencia una
rebelión contra el poder constituido. Se destroza
la papelera, decía Castilla, como una agresión
contra el alcalde que la mandó poner.
-Hijo, pues en ese
caso, mejor que quitarle el estoque a Curro
hubiera sido que se llevaran los hierros del
mamarracho de las setas de la Encarnación, o la
parada del tranvía que han puesto delante de
Correos, y que tapa la vista de la Casa Lonja y de
la Catedral.
-O las catenarias,
usted: mejor que se hubieran llevado media
docenita de catenarias de donde más daño a la
vista hacen. Por ejemplo delante de la iglesia del
Sagrario...
Cuando me dijeron
que a Curro le habían robado el estoque, comenté:
-Total, para lo que
le ha servido siempre el estoque a Curro...
El estoque le servía
a Curro fundamentalmente para perder las orejas.
El lo tiene muy claro, y así me lo contó cuando en
la serenidad de Marbella estaba dándome las claves
para escribir «La Esencia»: «Yo no soy un
matarife». Por eso en mal sitio pusieron la era
los que recién inaugurado el monumento se
dedicaban a ponerle aquellas pintadas de
«asesino».
-¿Asesino? Vamos,
como si fuera un diputado del PP en los carteles
que llevaban con sus fotos los manifestantes
contra la guerra de Irak...
Más o menos. Porque
Romero, más que «matador de toros», fue
«acariciador de toros». Siempre sostuvo que torear
es acariciar, como un supremo acto amoroso con el
noble cuatreño. Por eso la espada no es
fundamental, por más que compusiera de forma tan
perfecta en el desplante ante «Flautino» de
Gabriel Rojas que eternizó el bronce de Sebastián
Santos.
El caso es que Curro
Romero estaba en su monumento sin espada, sin otro
acero que el estoque simulado de la mareíta del
río en la hermosura de la tarde. Y el asunto
anduvo en gacetas, ahora que Sevilla es la capital
del mundo del toro. Hasta le sirvió de título a
Zabala de la Serna para una perfecta crónica, que
tanto me recordó el periodístico pase de la firma
de Cañabate. Ese medio Madrid y parte del otro
medio que, como El Camborio, no con una vara de
mimbre, sino con una Visa Oro, viene a Sevilla a
ver los toros, podía contemplar el triste
espectáculo del vandalismo sevillano en el
monumento de un Curro desarmado. Y habrán sido
miles de fotos las que los turistas se han hecho
ante el monumento sin estoque. Después de la
Giralda yo creo que el monumento más retratado en
Sevilla por los turistas es el de Curro. No hay
vez que pases por allí que no haya trescientos
japoneses, cuatrocientos americanos y veinte mil
autobuses de excursiones de jubilados del Inserso
echándose un arretrato delante de la pirámide del
Faraón.
La cual, oh
maravilla, ha vuelto a tener el estoque en su
sitio antes que nos diéramos cuenta. Gracias a la
sensibilidad y al paladar de un buen aficionado,
mi vecino de localidad el gerente de Urbanismo,
don Manuel Marchena. Le pregunté una tarde en
nuestro rinconcito del 7 a Marchena que a quién le
correspondía reponer el estoque robado. En vez de
contestarme, sacó un papel y apuntó algo. Me
olvidé del asunto. A los pocos días, me llamó
Carmen Tello, contentísima, para decirme que el
monumento de Curro volvía a tener estoque: «A ver
si te enteras quién ha sido, para darle las
gracias». Llamé a mi vecino de abono y se lo
pregunté. Y sin darse pisto alguno, me dijo: «Pues
dile a Carmen que han sido Marchena y el alcalde
los que han respuesto el estoque». Se lo digo
ahora no a Carmen Tello, sino a Sevilla entera y a
parte del extranjero. Es la positiva fábula del
estoque de Curro. Ojalá todo se hiciera en Sevilla
tan vámonos de frente, tan sobre los pies, tan de
faldones adentro, con tanta normalidad y elegancia
como la reposición del estoque del monumento de
Curro Romero.