EN
los duales de Sevilla, dos paisanos nuestros
que mandamos como emigración legalísima a
Roma para que allí se hicieran emperadores:
Adriano y Trajano. De los dos, la verdad es
que Trajano, el tío de Adriano, es el que
sale peor parado. Le pasa en la collera de
emperadores como a Rufina en la pareja de
santas patronas, por no salir de la Sevilla
romana. Santa Justa tiene hasta estación del
Ave, mientras Santa Rufina no tiene la pobre
ni una parada del tranvía. Adriano tiene
calle principal: la que une la Puerta del
Mar que es el Arenal con Triana. Calle con
Pietá romana según Sevilla en El Baratillo.
Y con plaza de los toros. En cambio Trajano
tiene una calle de segunda, que la gente,
además, confunde con Amor de Dios. El chófer
de Miguel el Potra volvía de traer a un
empresario taurino de ver una corrida de
toros en el campo por la parte de Aracena, y
al pasar por Santiponce se las dio de
cicerone, y, señalando los cipreses romanos,
dijo:
-Y esto es
Itálica, usted, donde nacieron dos
emperadores romanos: Trajano y Amor de Dios.
Trajano, sí,
aparte de calle tristona, tiene dedicado el
Arrabal y Guarda. Pero se nota muy poco. Hay
que saber mucho latín para caer en la cuenta
de que Triana viene de Trajana: la colonia
fundada por Trajano al otro lado del río. Y
no hay que haber leído además a Matute, que
lo pone en duda, y que sin salir del latín
lo atribuye a «Trans Amnem», «lo que está
más allá del río».
Trajano
comenzó su carrera política en Roma en
tiempos de un emperador que tenía nombre de
pasodoble torero con solo de trompeta: Nerva.
(Cuando los gladiadores cuajaban un león en
el Coliseo, les tocaban Nerva.) E inició
Trajano su mandato imperial con una guerra
que nunca comprendí, por mucho que don
Octavio Gil Munilla la explicara en los
Comunes de la Facultad de Letras: la
conquista de la Dacia, chispa más o menos la
actual Rumanía. La conquista de la Dacia
ocupa parte principal de las escenas de la
Columna Trajana, que es como el pétreo álbum
de fotos que Trajano puso en Roma con los
recuerdos de todas sus gestas. Como quien
enseña las fotos que se ha hecho en un
crucero con la parienta. Trajano se
enorgullecía de haber romanizado la Dacia,
en el estirón que le dio a las fronteras del
Imperio. Gracias a Trajano, en Rumanía se
habla una lengua románica, hija del latín, y
no una lengua de las que te echas la
garganta abajo pronunciando consonantes
guturales.
La otra noche,
en ese rincón del Imperio Romano que es El
Postigo, descubrí finalmente para qué
demonios conquistó Trajano la Dacia.
Estábamos en la simpática terraza del
Colmaíto de Cai, el que fundó El Beni en la
calle Nazareno, cuando de pronto empezaron a
llegar acordeonistas rumanos, uno detrás de
otro. Escuchando al acordeonista rumano
número 47 que se acercaba tocando «Kalinka»,
exclamé mi eureka geográfico-histórico
particular, en plan Arquímedes:
-¡Ya está! ¡Ya
sé para qué Trajano conquistó la Dacia!
¡Para que hubiera allí acordeonistas rumanos
que se pudieran venir todos a Sevilla!
Tras lo cual
puse una conferencia a Bucarest para
confirmarlo:
-¿Me pueden
poner con el jefe de los acordeonistas
rumanos, por favor?
-No, no está.
Aquí en Rumanía no queda un solo
acordeonista. Todos se han ido a pegar el
coñazo con el acordeón en Sevilla, en
devolución de visita por lo de Trajano.
Al sentarse en
una terraza hay que tener preparado el
presupuesto de propinas para los
acordeonistas rumanos. Que tocan además unas
melodías muy centroeuropeas, muy tristes,
muy II Guerra Mundial. Muy poco nuestras. Si
por lo menos, como el cuarteto ruso de
cámara en la calle Tetuán, tocaran «Estrella
Sublime». Propongo que ya que no hay quien
nos libre de la plaga de acordeonistas
rumanos que nos invade, que se aprendan
obligatoriamente «Tatuaje» de Rafael de
León, con «la tristeza doliente y cansada
del acordeón». Hombre, por lo menos que
toquen algo nuestro, ya que el paisano
Trajano nos hizo la jangá de romanizarlos
para que acabaran todos viniéndose a Sevilla
a buscarse la vida con el acordeoncito
dichoso.