En
este tiempo de jacarandas florecidas, nazareno y
oro del atardecer, Andalucía piensa en el Rocío
y Sevilla, en el Corpus. Por alguna hermandad de
barrio ya habrá priostes limpiando la plata del
altar que montarán por Sierpes, o por donde
Francos se ensancha delante de Los Caminos y del
recuerdo de las vitrinas de la librería de
Pascual Lázaro.
¿Ha dicho alguien
alguna vez lo de «ya huele a Corpus»? Ea, pues
ya lo he dicho yo. Cuando suenan tamboriles del
Rocío en las novenas de las hermandades, en las
tardes de cohetes, en Sevilla huele ya a Corpus.
De un momento a otro aparecerán en la Plaza los
andamios para las dos portadas eucarísticas,
cuando parece que acaban de quitar los últimos
hierros y palitroques de los palcos. Y en la
plaza del Salvador ya han hincado los palos para
las velas del Corpus, como mástiles de banderas
victoriosas en el imparable avance del verano
sobre esta honda primavera de buganvillas y
jacarandas. No les he oído a los antiguos aquí
en Sevilla una palabra que llaman en Cádiz a
estos marineros mástiles de las velas para la
procesión del Corpus: palocorpus. El palocorpus
sirve en Cádiz hasta como término de comparación
popular. A un tío muy alto y muy delgado, se le
dice: «Quillo, estás hecho un palocorpus».
En Sevilla quizá
no decimos palocorpus porque los palos de las
velas del Corpus son los mismos de la
iluminación de la Feria. Aquí sería palocorpus y
paloferia. Clásicos a más no poder. Más derechos
que la garrocha de Angel Peralta y más altos que
las hermanas Abascal, son los palos de las
fiestas de toda la vida, más socorridos que un
jarrillo de lata. En la Feria sirven para
sujetar los alambres de los que penden los
farolillos, y para alzar al cielo las cúpulas de
bombillas, como sombrillas de luz en la noche.
Palos clásicos tela: con una mano de blanquísima
cal de Morón y con la parte inferior pintada de
fuchina añil.
En la plaza del
Salvador, esperando goletas y bergantines que
les presten las velas para dar sombra a la
Custodia y a la capa de armiño de San Fernando,
ya están plantados los palos del Corpus. Vayan,
vayan, antes que les cuelguen las velas con
maromas y garruchas, porque aquello tiene un
ver, del que se saca una sabia lección. Vayan a
la plaza del Salvador, miren los palos del
Corpus ya hincados, más derechos que una vela, y
verán...lo feas que son las catenarias del
tranvía. Al fin y al cabo, los palos de la Feria
o del Corpus y las catenarias dichosas (que
tienen fea hasta la voz que las designa) vienen
a ser lo mismo: un soporte para cables. Pero
mientras los palos de Corpus están levantados
ante la colegial fachada del Salvador y no dan
bocados a la vista, las catenarias delante de la
Catedral te pinchan alfileres en los ojos. ¿Por
qué? Pues mientras me tomaba una cervecita en La
Alicantina a la memoria de Manolo Postigo lo
consideré, y aquí les expongo los resultados de
mi meditación.
Sevilla tiene un
lenguaje especial. No es el color especial que
dice la copla: es un lenguaje. El lenguaje de su
tipología arquitectónica y el lenguaje de su
tipología urbanística. El lenguaje de Sevilla es
la plazoleta de albero, no la losa de granito;
el banco de azulejos o de hierro de fundición,
no los bancos Ikea de la Plaza Nueva o de la
Puerta Jerez; las farolas que recuerdan las de
gas, no las del modelo «¿pero qué es esto, Dios
mío de mi alma?» de la Plaza del Pan, de La
Pescadería, de la calle San Fernando. En la
plaza del Salvador están los palos del Corpus y
resultan familiares. En La Pasarela están las
catenarias pintadas de blanco y en la Puerta
Jerez pintadas de negro y dan bocados. ¿Por qué
la diferencia? Porque la nueva estética urbana
ha roto el lenguaje de Sevilla. Las calles de
Sevilla han roto a hablar en alemán o en sueco.
La Puerta Jerez parece la Puerta Jerez... de
Düsseldorf. La Avenida es talmente la
Banhofstrasse de Zurich. Con las catenarias, la
Catedral parece la de Colonia. Nos han impuesto
el lenguaje de por ahí. Cuando aquí todo estaba
inventado. Por la Avenida pasaban antes los
tranvías de verdad, no los de la Gallina
Turuleta, y no había catenarias, sino unas
farolas la mar de simpáticas de las que pendían
los cables. Les hubiera bastado repetir el
acierto histórico de los palos del Corpus para
ahorrarnos este horror de las catenarias.