COMO
a veces me gusta dejar a la vista la carpintería
teatral del artículo y el andamiaje de su
arquitectura, con los mechinales todavía abiertos
como en la iglesia del Sagrario, para que aniden
en ellos las palomas, les diré que pensaba titular
esto «Dos barrocos de Sevilla». Pero me ha quedado
barroco y medio tras tomar el barrocómetro,
aparato para medir hispalenses horrores al vacío,
ya que a uno de ellos le falta cuarto y mitad para
barroco total. Pues trátase de dos señores
barrocos a más no poder. El barroco en Sevilla no
es solamente un estilo artístico, arquitectónico,
literario, escultórico o decorativo, sino una
mentalidad, una actitud ante la vida, un lenguaje.
¿Habrá algo más barroco que un cartel de
convocatoria de cultos cofradieros? ¿Habrá algo
más barroco que un prioste montando mañana al
atardecer un altar de la carrera del Corpus? ¿O
habrá algo más barroco que una pieza oratoria de
mi querido y respetado vecino arenalense, devoto
carretero y distinguido hermano de la Pura y
Limpia, don Antonio Bustos, a quien le dedico este
artículo que le debo desde que con gozo leí la
noticia de que le habían dado con tanta justicia
como merecimientos la medalla de Sevilla?
-Pues a usted
tampoco le ha salido malamente despachada de
barroco esta última frase entre interrogaciones
retóricas...
Lo que don Antonio
Bustos se merece. Este artículo va por mi querido
Antonio Bustos, del que soy casi una errata:
total, a Antonio Burgos lo separa de Antonio
Bustos una S y una T. Y como nos unen muchas otras
cosas, a veces me confunden con Bustos, con lo que
salgo ganando. Me dicen a lo mejor:
-Oye, no sabía que
dirigías el Curso de Temas Sevillanos.
-No, ese curso
admirable y fecundo, galardonado por la Unesco, la
entidad que más actos culturales organiza en
Sevilla al cabo del año, lo dirige mi casi
homónimo Antonio Bustos, que aunque se llame
Bustos, es un sevillano de cuerpo entero.
Del mismo modo, a
Bustos lo confunden muchas veces conmigo. Con lo
que sale perdiendo. Y es lógico, porque aparte de
las similitudes fonéticas tenemos muchas
militancias en común: El Arenal de nación, la Pura
y Limpia de devoción, La Carretería de penitencial
estación. Ambos nos hemos criado con los mismos
calientes de Santitos cabe el Arco del Postigo.
Pero Bustos goza de honores que le envidio, cual
la manigueta de la Virgen del Mayor Dolor en su
Soledad, en la tarde carretera del Viernes Santo.
Y habla mucho mejor que yo. Antonio Burgos
tartajea y Antonio Bustos borda que es gloria
bendita la oratoria barroca, pero, vamos, de aguja
juanmanuelina. Y la prosa barroca, ni te cuento.
¡Qué volutas, qué curvas y contracurvas, qué hojas
de acanto tan barrocas y nuestras decoran
cualquier frase en boca o en pluma de Antonio
Bustos! Es un maestro del culteranismo. Por
ejemplo, usted dice: «Hace sol en El Arenal», ¿no?
Bueno, pues eso Antonio Bustos lo dice así: «En
este cahíz inmarcesible arenalense, a orillas del
olivífero Betis de los romanos, río Jordán de la
evangelización de América, tierra devotísima de
María Santísima, ora en la advocación caritativa
dolorosa baratillera, ora en su límpida pureza
concepcionista postiguense, refulgen los
esplendorosos rayos del astro rey que empavona y
empavesa con panes de oro el albero maestrante.»
Ole. Y escribiendo,
Góngora a los albañiles o a la bodega de
Villanueva del Ariscal. Así que el honor ciudadano
a este gran barroco ha sido totalmente justo, y
con alegría le tributo este panegírico. Que me
hace pensar que hay barrocos de derechas y
barrocos de izquierdas. Bustos es un barroco de
derechas. Y otro Antonio, Rodrigo Torrijos, un
barroco de izquierdas. Torrijos habla como Antonio
Bustos, pero con comunicaciones internodales en
lugar de Pura y Limpia. En Sevilla se sigue
haciendo barroco oratorio en pleno siglo XXI. Que
lo haga Antonio Bustos, el hermano del inolvidable
Juan Bustos, el sobrino de mi recordado Paco el
Linotipista, es natural. Lo sorprendente es que
haga barroquismo el tío de la pipa. Lo de Torrijos
no es verborrea: es barroco. Antonio Bustos hace
glorioso barroco en la capilla de la Pura y
Limpia, y Antonio Rodrigo Torrijos, bajo la cúpula
de la carpa de la Copa Davis, barroco internodal
del cuento de la buena pipa de sus 25.000 votos.