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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Corpus bajo las catetarias

FANTASMONES aparte, tarasca de momias vivientes a un lado, excepción hecha de su catálogo de rancios, la procesión del Corpus siempre fue en Sevilla la barroca visualización de los dos Cabildos, del poder de la Iglesia y del Ayuntamiento. De un lado, el Cabildo Metropolitano, o sea, los canónigos que hicieron una obra tal como la Catedral, mandados entonces por el deán y con asiento en coro ganado en reñidas y sudadas oposiciones, y no como ahora, que son como los relojes Seiko: digitales; vamos, nombrados a dedo, a mitrazo limpio. Y de otro lado, pasaba en el cortejo el Cabildo de la Ciudad, los caballeros veinticuatro a quienes poco antes habían ofrecido los seises su baile en la misa de autoridades. Veinticuatro por seises, echen la cuenta de cuánta Sevilla tradicional subyace en la más barroca procesión de la ciudad de las cofradías, monumento vivo de su patrimonio inmaterial, permanencia del rito inalterable por encima de los tiempos, salvado de milagro en el postconcilio Vaticano II por los canónigos y por las cofradías, Corpus que sin duda ha vivido en los últimos años del siglo XX y comienzos del XXI su periodo de máximo esplendor.
La presencia de los dos Cabildos planteaba antaño curiosas fías y porfías de protocolo con otras corporaciones. Por ejemplo, con la Real Audiencia. En la procesión hispalense del Corpus, el paso de los Cabildos ante la Audiencia en la plaza de San Francisco era antaño tan apasionante como el salto de la reja en la procesión almonteña de Pentecostés. Por cuestiones de precedencias, anduvieron de pleitos oidores y veinticuatros, hasta que se impuso la primacía municipal, y los curiales se tenían que cuadrar al conjuro de una voz que es como un verso de Quevedo sobre la brevedad de la vida: «Sevilla pasa». Este «Sevilla pasa» quería decir que iba a desfilar el Cabildo Municipal, al que se debían tributar los máximos honores, tras Su Divina Majestad. Que en la procesión del Corpus el Ayuntamiento vaya donde va y no donde, un poner, El Carmen Doloroso, no es una casualidad: es tradición casi conquistada a golpe de maza de maceros de dalmática.
Bueno, pues con todos estos precedentes del significado de la presencia del Cabildo en la procesión, el alcalde no fue ayer al Corpus. Dijeron oficialmente que «por problemas personales». Que no sea nada, Don Alfredo. Y si es enfermedad, que haya alivio. Al fin y al cabo, el alcalde hizo como el grueso de tropa de los sevillanos: que han cambiado la mañana del Corpus por sus vísperas. Sevilla es cada día más la Ciudad de las Vísperas. Siempre es víspera de Semana Santa, porque día que pasa es día que ya falta menos para el Domingo de Ramos. Siempre es víspera de Feria, y nos hartamos de oír sevillanas nuevas en el mes de los muertos.
- ¡Los tuyos!
Hay unas largas vísperas rocieras y unas largas vísperas marianas del Pregón de las Glorias. Y el Corpus ha sido invadido por el virus de la visperitis. ¡Cómo estaba esa calle Sierpes y esa Cerrajería la noche de la víspera, con la bulla de los sevillanos novelereando y viendo mariconaditas! Al Corpus le ha salido una especie de Noche del Pescaíto, que es a la que va la gente, no a la procesión. Claro, están hasta las mismas tantas por la calle, ¿y quién es el guapo que se pega el madrugón procesional? Puede que fuera esto lo que le pasara el alcalde para su rabona. Aunque tengo otra teoría: no se atrevió. No le echó dos co...rpus. Que hay que echárselos para pasar con el chaqué, el fajín y el bastón por esa Avenida, debajo de las horrorosas y espantosas catetarias, y tener que escuchar a pie de obra la guasa fina sevillana largándole fiesta. Viendo tanta antigua maravilla barroca bajo tanto hodierno horror moderno, ¿qué le hubieran dicho al alcalde? Menos saludos para Doña Felisa y para su señora madre, de todo... Yo creo que ese fue el «problema personal» que tuvo ayer el alcalde, ¿les parece poco problema personal? E incumplió una máxima de la novela negra, pues el culpable siempre vuelve al lugar del crimen. Del Crimen del Tranvía, crimen de lesa Sevilla, que ha cometido delante mismo de la Catedral. Sin el alcalde presidiendo el Cabildo de la Ciudad, ayer hubo que cambiar el viejo grito protocolario de «Sevilla pasa». A esta Sevilla ayer descabezada y decapitada hay que ponerle una coletilla: «Sevilla pasa...por todo».

 

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