FANTASMONES 
                                aparte, tarasca de momias vivientes a un lado, 
                                excepción hecha de su catálogo de rancios, la 
                                procesión del Corpus siempre fue en Sevilla la 
                                barroca visualización de los dos Cabildos, del 
                                poder de la Iglesia y del Ayuntamiento. De un 
                                lado, el Cabildo Metropolitano, o sea, los 
                                canónigos que hicieron una obra tal como la 
                                Catedral, mandados entonces por el deán y con 
                                asiento en coro ganado en reñidas y sudadas 
                                oposiciones, y no como ahora, que son como los 
                                relojes Seiko: digitales; vamos, nombrados a 
                                dedo, a mitrazo limpio. Y de otro lado, pasaba 
                                en el cortejo el Cabildo de la Ciudad, los 
                                caballeros veinticuatro a quienes poco antes 
                                habían ofrecido los seises su baile en la misa 
                                de autoridades. Veinticuatro por seises, echen 
                                la cuenta de cuánta Sevilla tradicional subyace 
                                en la más barroca procesión de la ciudad de las 
                                cofradías, monumento vivo de su patrimonio 
                                inmaterial, permanencia del rito inalterable por 
                                encima de los tiempos, salvado de milagro en el 
                                postconcilio Vaticano II por los canónigos y por 
                                las cofradías, Corpus que sin duda ha vivido en 
                                los últimos años del siglo XX y comienzos del 
                                XXI su periodo de máximo esplendor.
                              
                                La presencia de 
                                los dos Cabildos planteaba antaño curiosas fías 
                                y porfías de protocolo con otras corporaciones. 
                                Por ejemplo, con la Real Audiencia. En la 
                                procesión hispalense del Corpus, el paso de los 
                                Cabildos ante la Audiencia en la plaza de San 
                                Francisco era antaño tan apasionante como el 
                                salto de la reja en la procesión almonteña de 
                                Pentecostés. Por cuestiones de precedencias, 
                                anduvieron de pleitos oidores y veinticuatros, 
                                hasta que se impuso la primacía municipal, y los 
                                curiales se tenían que cuadrar al conjuro de una 
                                voz que es como un verso de Quevedo sobre la 
                                brevedad de la vida: «Sevilla pasa». Este 
                                «Sevilla pasa» quería decir que iba a desfilar 
                                el Cabildo Municipal, al que se debían tributar 
                                los máximos honores, tras Su Divina Majestad. 
                                Que en la procesión del Corpus el Ayuntamiento 
                                vaya donde va y no donde, un poner, El Carmen 
                                Doloroso, no es una casualidad: es tradición 
                                casi conquistada a golpe de maza de maceros de 
                                dalmática.
                              
                                Bueno, pues con 
                                todos estos precedentes del significado de la 
                                presencia del Cabildo en la procesión, el 
                                alcalde no fue ayer al Corpus. Dijeron 
                                oficialmente que «por problemas personales». Que 
                                no sea nada, Don Alfredo. Y si es enfermedad, 
                                que haya alivio. Al fin y al cabo, el alcalde 
                                hizo como el grueso de tropa de los sevillanos: 
                                que han cambiado la mañana del Corpus por sus 
                                vísperas. Sevilla es cada día más la Ciudad de 
                                las Vísperas. Siempre es víspera de Semana 
                                Santa, porque día que pasa es día que ya falta 
                                menos para el Domingo de Ramos. Siempre es 
                                víspera de Feria, y nos hartamos de oír 
                                sevillanas nuevas en el mes de los muertos.
                              
                                - ¡Los tuyos!
                              
                                Hay unas largas 
                                vísperas rocieras y unas largas vísperas 
                                marianas del Pregón de las Glorias. Y el Corpus 
                                ha sido invadido por el virus de la visperitis. 
                                ¡Cómo estaba esa calle Sierpes y esa Cerrajería 
                                la noche de la víspera, con la bulla de los 
                                sevillanos novelereando y viendo mariconaditas! 
                                Al Corpus le ha salido una especie de Noche del 
                                Pescaíto, que es a la que va la gente, no a la 
                                procesión. Claro, están hasta las mismas tantas 
                                por la calle, ¿y quién es el guapo que se pega 
                                el madrugón procesional? Puede que fuera esto lo 
                                que le pasara el alcalde para su rabona. Aunque 
                                tengo otra teoría: no se atrevió. No le echó dos 
                                co...rpus. Que hay que echárselos para pasar con 
                                el chaqué, el fajín y el bastón por esa Avenida, 
                                debajo de las horrorosas y espantosas catetarias, 
                                y tener que escuchar a pie de obra la guasa fina 
                                sevillana largándole fiesta. Viendo tanta 
                                antigua maravilla barroca bajo tanto hodierno 
                                horror moderno, ¿qué le hubieran dicho al 
                                alcalde? Menos saludos para Doña Felisa y para 
                                su señora madre, de todo... Yo creo que ese fue 
                                el «problema personal» que tuvo ayer el alcalde, 
                                ¿les parece poco problema personal? E incumplió 
                                una máxima de la novela negra, pues el culpable 
                                siempre vuelve al lugar del crimen. Del Crimen 
                                del Tranvía, crimen de lesa Sevilla, que ha 
                                cometido delante mismo de la Catedral. Sin el 
                                alcalde presidiendo el Cabildo de la Ciudad, 
                                ayer hubo que cambiar el viejo grito 
                                protocolario de «Sevilla pasa». A esta Sevilla 
                                ayer descabezada y decapitada hay que ponerle 
                                una coletilla: «Sevilla pasa...por todo».