No me imaginaba yo que
un asunto tan aparentemente
minoritario como la misa en
latín fuera a despertar
tanto interés entre los
lectores.
-Es que sus lectores somos
tan listos que sabemos
latín, Burgos.
Ni lo dudaba. El latín es
sinónimo de inteligencia. De
saber. De tener capacidad de
aprender. Hasta para los
animales. Es voz común entre
los aficionados que los
toros de Miura saben latín.
Que un toro sepa latín
significa que aprende al
momento lo que se deja atrás
cuando pasa por la muleta
del matador. Latín que
también sabe y conoce una
querida vieja dama: la
Giralda. El símbolo de
Sevilla sabe latín, como
proclama en sus cuatro
caras. Inscripción latina
sevillanísima por lo que
tiene de soberbia de la
humildad.
-Esto de la soberbia de la
humildad me suena a un
franciscano que vive por
allí cerca...
Pues no, debe sonarle a
usted a Miguel de Mañara,
que mandó poner en su tumba
como epitafio que allí yacía
el más pecador y peor de los
hombres: soberbia de la
humildad. Y tampoco era para
ponerse así. Antes de
convertirse, Mañara era un
pinta como tantos de la
ciudad, un sinvergonzón del
montón. Señoritos ha habido
después en Sevilla que le
han echado la pata. Mañara
no se jugó a las cartas
ningún cortijo, ni dilapidó
ninguna fortuna yendo de
piculinas, y en cambio ésos
que tiene usted ahora mismo
en la memoria, que iban a
los cabarés en pijama...
La Giralda con su latín,
como Mañara, peca de la
sevillanísima soberbia de la
humildad: presume de
modesta. Proclama en latín
la Giralda que la Torre Más
Resistente es el nombre de
Dios. Es una forma como otra
cualquiera de echarse
flores. La Giralda dijo lo
de Turris Fortissima en
alabanza de Dios y desprecio
de sí misma, pero se le
quedó a ella como un mote.
¡Toma, por presumir
falsamente de humilde!
Y los mismos lectores que
han estado de acuerdo en mi
petición a las cofradías
para que conserven el tesoro
de la misa en latín me
escriben diciendo que lea
también lo que ha dicho el
Papa acerca de la que
popularmente se llamaba «la
misa de espaldas». Que los
curas, si hay un grupo de
fieles que lo pide (por
ejemplo, una cofradía con
paladar), pueden conseguir
que el cura les diga la misa
como antes del Concilio
Vaticano II: mirando hacia
el altar, hacia Dios, en vez
de coram populo. Es lo que
pega con el arranque por
seguiriyas latinas del Misal
Latino: «Introibo ad altarem
Dei». Al altar de Dios, que
es el impresionante retablo
barroco que está allí, no
mirando al tendido de los
fieles, desde un ara de
altar que es como una mesa
de campimplaya a lo divino,
de mármol porcelanoso,
protestantoide y cursilona.
Esas mesas de altar
postconciliares que
destrozaron los más hermosos
presbiterios del arte
andaluz.
Tengo un amigo que antes que
Benedicto XVI hiciera esta
apuesta por la misa en
latín, la defendía también
con el cura de espaldas por
espíritu de cuerpo de la
Iglesia:
-Que el cura esté de cara a
los fieles en la misa es un
brindis al sol, demagogia
pura. Los curas quieren
aparecer así como más
cercanos a su parroquia. Un
engaño. Mira, cuando el cura
decía la misa de espaldas a
los fieles, estaba dando la
cara a Dios. Dando la cara
en todos los sentidos de la
palabra: dando la cara por
sus fieles, pidiéndole a
Dios por esa cursilería que
ahora llaman «la asamblea
cristiana». El cura
encabezaba la manifestación
de los fieles, con el latín
como pancarta. Pero, hijo,
con el cura vuelto hacia el
público, ¿te has fijado que
es nuestro enemigo? El cura,
de espaldas, estaba de
nuestra parte, era el
primero de los nuestros ante
Dios. Ahora, no: ahora está
de parte de Dios y frente a
nosotros. Con la misa en
latín y de espaldas, el cura
estaba de nuestro lado de la
mesa; el otro lado era Dios,
el arcano mágico del latín,
el misterio de la liturgia.
Ahora, mirando al tendido,
el cura está al otro lado de
la mesa de negociación:
frente a nosotros, por mucha
demagogia que le echen. Así
que a ver si en mi hermandad
me hacen caso de una vez y
volvemos a la misa en latín
y con el cura de espaldas y
con casulla de guitarra y no
de Vittorio y Luchino, ahora
que lo ha dicho El Beni de
Roma...
-¿El Beni de Roma?
-Es que si le quitamos el
latín y el misterio sublime
de la liturgia, el Papa, en
lengua vernácula, no es
Benedicto, sino Benito.
Vamos, El Beni de Roma. Como
el de Cai, pero de Roma.