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 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La ETA en taxi

POCOS defensores del taxi ha habido en nuestra cultura popular como Vicente Pantoja «Picoco», el último protagonista vivo de la novela picaresca. Picoco era campeón de esgrima en la modalidad de sable, y se otorgaba a sí mismo la medalla de oro olímpica: «Es que yo me veo por la mañana en el espejo, y me pido mil duros...» Picoco tenía el taxi como unidad de medida. Recién casada la Infanta Doña Cristina le preguntaron:
-Vicente, ¿y a ti Urdangarín, qué te parece?
-Mira, ese gachó, de aquí a aquí...
Y con aquellas manazas, Picoco se señaló la distancia entre sus dos hombros, diciendo:
-Mira, de aquí a aquí, ese gachó tiene cinco mil duros en taxi, ¿no va a estar contenta la Infanta?
Como para tantos flamencos, el taxi era el medio de transporte habitual para Picoco. Taxi heredero de aquellos coches de caballos, los peseteros, que salían del Café Español de Cádiz cargados hasta las trancas de flamencos, rumbo a la fiesta del señorito que los contrataba. De ahí quizá también vendría la acuñación flamenquita de la medida del taxi como exponente de lo exiguo. (Verbigracia: los partidarios que Piqué y Banderilleé tenía en Cataluña caben en un taxi.)
El taxi era para Picoco, sobre todo, medio de huida. Cuando los señoritos le gastaban una broma demasiado pesada en una montería, o cuando en una reunión empezaba a haber guasa con más que probable desembocadura en las mascadas en toda la boca, Picoco, muy digno, levantaba la mano y se daba el piro, a la voz de:
-¡Taxiiiii!
Ahora quisiera yo tener al lado a Picoco como consultor, para que me interpretara el descenso de la ETA al mundo del taxi. No como la gloriosa movilización de los taxis de París para trasladar las tropas a la batalla del Marne, no. Lo de la ETA es el taxi en cutre. Ese etarra cogiendo juannajela de Levante en el taxi de Castellón ante un control de la Guardia Civil, diciendo al conductor que parase porque tenía un retortijón, no es épica separatista asesina: es la España de El Fary y de Pepe Blanco, los dos grandes taxistas de nuestra canción. El taxi de la ETA vuelve a ofrecernos la realidad cutre y casposa de la banda. Si no cargara con mil asesinados, la ETA era para tomársela a broma. Reniegan de España, pero más hispánicos no pueden ser. Ya digo: la ETA está en el Nivel Fary del taxi de Castellón. Etarras asesinos que cuando esto se pone feo, como Picoco alzan la mano y gritan:
-¡Taxiiiii!
Y llueve sobre mojado. Del coche alquilado de Ayamonte, al taxi de Castellón. Los glorifican, y hablan reverencialmente de «la infraestructura de la ETA», como si fuera el organigrama de una compañía de Wall Street. La tal infraestructura es el españolísimo ir tirando. A la ETA no sólo hay que cercarla policialmente sino que tomársela a broma. A pesar de las pérfidas claudicaciones, ya van por Avis y el radio-taxi. Pronto andarán de bonobús. Hay etarras de pitorreo, qué héroes ni héroes. ¿No es acaso de pitorreo que el Juana Chaos aproveche la huelga de hambre para operarse de las almorranas por el Seguro? Y cuando dan un comunicado y aparecen tres gachós con la boina negra encasquetada encima de la capucha blanca, ¿no es acaso para tomárselos a chufla? Esos ridículos asesinos no llevan la chapela sobre la capucha de su cobardía, no: llevan la boina, la españolísima boina, qué demonios. La boina del Koala buscando el carro de Manolo Escobar. La boina de la Banda del Tío Honorio. La boina del cateto del anuncio de los SMS.
¿Y dónde me dejan las chapuzas españolísimas de los que no quieren ser españoles? Cada vez que les trincan la leña les encuentran, como al de Castellón, una fiambrera. No un sofisticado mecanismo letal, no: una fiambrera con cuatro cables, una pila de transistor y un enchufe múltiple. Vamos, lo clásico del manitas español, del virtuoso que hace milagros con dos alambritos y una caja de herramientas. Así que no me vengan con glorificaciones. Al fin y al cabo, los 150.000 votos que apoyan a esta manta de asesinos caben en un taxi. Por ejemplo, el de Castellón.

 

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