POCOS defensores del
taxi ha habido en nuestra cultura
popular como Vicente Pantoja «Picoco»,
el último protagonista vivo de la
novela picaresca. Picoco era campeón
de esgrima en la modalidad de sable, y
se otorgaba a sí mismo la medalla de
oro olímpica: «Es que yo me veo por la
mañana en el espejo, y me pido mil
duros...» Picoco tenía el taxi como
unidad de medida. Recién casada la
Infanta Doña Cristina le preguntaron:
-Vicente, ¿y a ti Urdangarín, qué te
parece?
-Mira, ese gachó, de aquí a aquí...
Y con aquellas manazas, Picoco se
señaló la distancia entre sus dos
hombros, diciendo:
-Mira, de aquí a aquí, ese gachó tiene
cinco mil duros en taxi, ¿no va a
estar contenta la Infanta?
Como para tantos flamencos, el taxi
era el medio de transporte habitual
para Picoco. Taxi heredero de aquellos
coches de caballos, los peseteros, que
salían del Café Español de Cádiz
cargados hasta las trancas de
flamencos, rumbo a la fiesta del
señorito que los contrataba. De ahí
quizá también vendría la acuñación
flamenquita de la medida del taxi como
exponente de lo exiguo. (Verbigracia:
los partidarios que Piqué y
Banderilleé tenía en Cataluña caben en
un taxi.)
El taxi era para Picoco, sobre todo,
medio de huida. Cuando los señoritos
le gastaban una broma demasiado pesada
en una montería, o cuando en una
reunión empezaba a haber guasa con más
que probable desembocadura en las
mascadas en toda la boca, Picoco, muy
digno, levantaba la mano y se daba el
piro, a la voz de:
-¡Taxiiiii!
Ahora quisiera yo tener al lado a
Picoco como consultor, para que me
interpretara el descenso de la ETA al
mundo del taxi. No como la gloriosa
movilización de los taxis de París
para trasladar las tropas a la batalla
del Marne, no. Lo de la ETA es el taxi
en cutre. Ese etarra cogiendo
juannajela de Levante en el taxi de
Castellón ante un control de la
Guardia Civil, diciendo al conductor
que parase porque tenía un retortijón,
no es épica separatista asesina: es la
España de El Fary y de Pepe Blanco,
los dos grandes taxistas de nuestra
canción. El taxi de la ETA vuelve a
ofrecernos la realidad cutre y casposa
de la banda. Si no cargara con mil
asesinados, la ETA era para tomársela
a broma. Reniegan de España, pero más
hispánicos no pueden ser. Ya digo: la
ETA está en el Nivel Fary del taxi de
Castellón. Etarras asesinos que cuando
esto se pone feo, como Picoco alzan la
mano y gritan:
-¡Taxiiiii!
Y llueve sobre mojado. Del coche
alquilado de Ayamonte, al taxi de
Castellón. Los glorifican, y hablan
reverencialmente de «la
infraestructura de la ETA», como si
fuera el organigrama de una compañía
de Wall Street. La tal infraestructura
es el españolísimo ir tirando. A la
ETA no sólo hay que cercarla
policialmente sino que tomársela a
broma. A pesar de las pérfidas
claudicaciones, ya van por Avis y el
radio-taxi. Pronto andarán de bonobús.
Hay etarras de pitorreo, qué héroes ni
héroes. ¿No es acaso de pitorreo que
el Juana Chaos aproveche la huelga de
hambre para operarse de las almorranas
por el Seguro? Y cuando dan un
comunicado y aparecen tres gachós con
la boina negra encasquetada encima de
la capucha blanca, ¿no es acaso para
tomárselos a chufla? Esos ridículos
asesinos no llevan la chapela sobre la
capucha de su cobardía, no: llevan la
boina, la españolísima boina, qué
demonios. La boina del Koala buscando
el carro de Manolo Escobar. La boina
de la Banda del Tío Honorio. La boina
del cateto del anuncio de los SMS.
¿Y dónde me dejan las chapuzas
españolísimas de los que no quieren
ser españoles? Cada vez que les
trincan la leña les encuentran, como
al de Castellón, una fiambrera. No un
sofisticado mecanismo letal, no: una
fiambrera con cuatro cables, una pila
de transistor y un enchufe múltiple.
Vamos, lo clásico del manitas español,
del virtuoso que hace milagros con dos
alambritos y una caja de herramientas.
Así que no me vengan con
glorificaciones. Al fin y al cabo, los
150.000 votos que apoyan a esta manta
de asesinos caben en un taxi. Por
ejemplo, el de Castellón.