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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Poema de las araucarias

Y como el lento atardecer del veraneo se va a ocultar ya en el mar, como el sol por Punta Zalabar, pronto quedareis lejos, araucarias de Sanlúcar de Barrameda, en el horizonte de la memoria, con vuestra triangular solemnidad verde, entre El Botánico y La Calzada. El verano será el recuerdo de una araucaria sobre un paisaje de cúpulas, torres, espadañas, marineros miradores de sillón y azoteas pintadas por Carmen Laffón. ¿Qué no habrán visto llegar estas araucarias de Sanlúcar? Sobre un perfil de arenas de las playas de Castilla vieron subir por el río las velas blancas de los galeones y bajar hacia la ancha mar los vapores de Suardiaz, de Ybarra, de Pinillos, de Filomeno de Aspe. Puede que no fuera así, que la araucaria llegara a Sanlúcar más tarde, en una rendición de viaje de Colón, pero siempre que evocan a la Reina Católica conociendo la mar oceana en esta orilla, imagino a la Corte de Castilla al pie de una araucaria. Si no es verdadero, es hermoso. Y para corroborarlo, siglo más o siglo menos, vino luego el Duque de Montpensier, y plantó su Corte en Sanlúcar como quien planta una araucaria. El visionario Don Antonio encontró en Sanlúcar su Brighton enganchado a la andaluza, no a la inglesa. Y como los ingleses hacían pabellones de arquitectura hindú en autohomenaje a sus colonias, Montpensier levantó un palacio neomudéjar, más nazarí que almohade, en memoria de la Reina que en esta orilla había visto el mar por primera vez tras conquistar una Granada de cipreses y arrayanes.

En Sanlúcar está el gongorino anhelo del Guadalquivir por ser mar y el deseo de Andalucía por ser América. En forma de araucaria. La araucaria es como un vegetal cante de ida y vuelta para paladearlo con una caña de manzanilla pasada en la mano. La araucaria sanluqueña es como una guajira hecha recio tronco y verdes ramas, tan horizontales que parecen tan pegadas a la linea del lejano mar como la vela latina de un viejo falucho a las olas. Cuando el levante azota sus hojas, la araucaria canta por guajiras o por cuecas, mece sus ramas al compás de un valsecito peruano al que una noche de jazmines le escribirá una letra Chabuca Granda, reencarnada en las coplas de marisma y Barrio Alto de Toto León.

La araucaria me lo dijo un día, cuando estaba sentado en la Calzada de la Infanta y sonaban los cascos de un coche de caballos. Estas calles de Sanlúcar no acaban aquí, sino que llegan a la playa como caballos cruzados de las carreras del atardecer, y se meten en el agua como para sacar un copo de belleza, y bajo la mar siguen, hasta que salen al otro lado del mundo, unas veces por Veracruz, otras por Cartagena de Indias, o por el viejo San Juan, o por Santiago de Cuba. Las calles de Sanlúcar son las más largas del mundo. Empiezan junto a la iglesia de Santo Domingo y terminan en las Antillas, en el Golfo de México, en el borde caribeño de la América continental. Por ellas vienen y van las araucarias, como señoronas de abanico, peina baja y mantón que fuesen a la novena de la Virgen de la Caridad. Que también es una Virgen de ida y vuelta, Es Caridad del Cobre hecha plata andaluza de una procesión de verano entre trajes de mil rayas y jipijapas que se acaban de bajar del "San Telmo", de los vapores de ruedas que vienen desde la escalerilla del puente de Triana.

No sois chilenas, no sois americanas, araucarias de Sanlúcar. Ni habéis salido del Botánico de Godoy y del recuerdo de la avioneta del Infante Don Alfonso o de las noches de mantones para la Casa de Maternidad de Doña Beatriz. Sois tan sanluqueñas como la manzanilla. Sois los pinos más viajados de toda la bahía. Los pinos de Puerto Real, los albertianos pinos del Puerto, los de La Forestal de Rota, los pemanianos del Pinar de los Franceses, se embarcaron un día en la Carrera de Indias y se fueron a hacer las Américas. Se hicieron ricos de plata virreinal, de oro perulero. Pero añoraron su tierra. Y volvieron, indianos, con sus ramas orgullosamente extendidas, erguidos y elegantes. Los llamaron pinos araucanos. Igual que Montpensier se hizo un palacio y Godoy plantó un Botánico, ellos tomaron patente de sanluqueñidad en el momento en que los llamaron araucarias, para que siempre quedasen como el hermoso recuerdo de un verano de torres, cúpulas, azoteas, jazmines, buganvillas y amores ya olvidados.

 

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