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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Impuesto revolucionario gorrilla

CADA lunes y cada martes, los periódicos anuncian que los empresarios vascos están recibiendo una nueva oleada de cartas de la ETA, exigiéndoles el pago de la extorsión mal llamada «impuesto revolucionario». Quitando lo de la ETA, eso también pasa en Sevilla. Sin carta, sin sobre y sin sello: de palabra y por la cara, navaja en mano. Sevilla está sometida hace mucho tiempo al pago del impuesto revolucionario que exige una organización que si no es terrorista como la ETA, sí está en los linderos de la delincuencia: la banda de los gorrillas.
Que están organizados. Brindo la idea para alguna tesis doctoral de Sociología. Sevilla también está dividida en distritos a efectos de la recaudación extorsionadora de los gorrillas. Los de Reina Mercedes no tienen nada que ver con los de Heliópolis en día de partido del Betis. Ni los de Nervión nada que ver con los de Bami, paraíso extorsionador, con la mina de los familiares de enfermos del Virgen del Rocío. Dentro de cada distrito gorrillesco, los extorsionadores se reparten el territorio. Pero, vamos, como si fuesen las oficinas de recaudación de impuestos municipales de Pastor y Landero. Se pelean entre ellos por coger los mejores sectores de las calles más mollares, con más cándidos conductores entregaditos, a los que cobrar la morterada por aparcar el coche.
El gorrilla se adapta a los tiempos. La palabra que lo designa le viene de cuando como símbolo del poder que se habían otorgado se calaban una gorra vieja, de la antigua Policía Armada o de la Guardia Municipal. Los gorrillas ya no usan gorra. Ahora llevan como signo de autoridad el socorrido chaleco reflectante de color verdoso-amarillento. El obligatorio en los coches para casos de avería en carretera les confiere la autoridad que ellos mismos se otorgan en su extorsión. Desde lejos, con ese chaleco reflectante, nunca se sabe si es un gorrilla o un guardia municipal el que te dice que aparques. -Gorrillas de los que se cuentan historias indignantes. La más reciente, de Bami, la barriada más castigada por los gorrillas. El comerciante que se quejaba y le contaba a un amigo con el que tomaba café en el bar:- Tú sabes que como yo vengo todos los días a trabajar aquí, tengo hecha con los gorrillas una iguala, por así decirlo. Vamos, que me hacen precio, como cliente habitual. Pero, hijo, llegó el otro día uno nuevo, que se ha quedado por lo visto con este trozo de calle, un tío con muy mala pinta, desdentado por la droga, con muy malas maneras y muy malas pulgas, amenazador. Aparqué, y como yo me creía que era de los de la iguala, le di, como a los otros, 60 céntimos. Pero el tío, con toda la cara, me dijo gritando y metiéndome las manos por la cara que si pensaba dejar el coche todo el día eran 2 euros. ¡Con tarifa y todo, como si fuera el aparcamiento del Virgen del Rocío! No se los di. Hice mal. Porque al volver por la noche a recoger el coche, el tío me había arrancado de cuajo el espejo retrovisor. Pero no esto de que en un golpe de aparcamiento le das un porrazo al retrovisor, y se te escacharra, no: arrancado a mala leche, hasta con los cables cortados. Dos días sin coche por lo menos que voy a tener que estar por culpa del tiparraco. Y no le digas nada, porque es capaz de sacarte una navaja, y si te defiendes y le das un par de bofetadas, te buscas una ruina...
Los gorrillas están más protegidos que los conductores. Prueba de que están protegidos es que el Ayuntamiento no ha podido o no ha querido acabar con ellos. De nada sirvió su voluntarista sustitución por los Vovis legales. En la lucha entre los Vovis y los gorrillas, ganaron los gorrillas. Que impunemente siguen cobrando a media Sevilla su impuesto revolucionario por aparcar, extorsionando a los conductores, dañándoles los vehículos si no hocican, sin que nadie haga nada. Sepan, pues, que en Sevilla existe un impuesto revolucionario con navajas en vez de cartas. Y con un gobierno, el municipal, que hace la vista gorda, mira para otro lado y no se quiere enterar. A efectos de extorsión cotidiana, Bami es las Vascongadas de los gorrillas. Estamos aviados, entre los gorrillas y los gorrones, pagando como gorriatos.

 

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