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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Camareros a la funerala

He avisado más de una vez que cuando llegue usted a un restaurante nuevo donde nunca ha estado, pero donde va por consejo de un amigo, y al sentarse en la mesa de su reserva se encuentre platos cuadrados y cubiertos de diseño donde el tenedor parezca alicate y el cuchillo, destornillador de precisión, aténgase a las consecuencias: puede ocurrir de todo. Especialmente que salga con más hambre de la que entró, si es persona de mucho comer. Lo más probable es que en esos inmensos platos cuadrados les pongan unas racioncitas así de chicas, aunque esté feo el señalar.
Los platos cuadrados nos invaden. He visto con horror cómo en los almacenes de loza más antiguos y tradicionales, junto a las vajillas cartujanas de toda la vida, han puesto ya los platos cuadrados, las fuentes rectangulares, los vasos que parecen botellas y las botellas que parecen vasos. Ya saben el supremo principio del diseño contemporáneo: que nada parezca lo que es y que nada sea lo que parece.
Si venden platos cuadrados en los bazares, señal de que la gente los usa en su casa, qué horror. ¿Cómo se meten en el friegaplatos unos platos cuadrados, si esas máquinas suelen estar diseñadas para platos redondos? Ah, ése no es el problema de los que han impuesto la moda de los platos cuadrados. Así, además, se potencia la industria de línea blanca, porque tendrán que sacar al mercado lavavajillas especiales para platos cuadrados.
O platos hondos oblicuos, que es el más difícil todavía. En un restaurante de diseño de mi viejo barrio del Arenal he visto por vez primera estos platos. Platos más altos por un lado que por el otro, donde te sirven un salmorejo...
-Será un salmorejo de extracto de remolacha polaca con emulsión de fragancias de porra antequerana, ¿no?
Por supuesto, faltaría más. Te sirven el salmorejo de la nueva cocina en aquel plato inclinado, y hasta que no has pegado el último cucharazo (con una cuchara que no parece una cuchara, naturalmente) no se te quita la angustia de que el caldibache se te salga de la loza y te ponga perdido. Al paso que vamos, inventarán los platos de canto. Lo que me recuerda el comentario del maestro Pepe Luis Vázquez sobre aquel novillerete debutante que estaba tan verde, y que al brindar al público le cayó la montera boca arriba. Se volvió el presunto torerito a mirar cómo había quedado la montera, y al ver el presagio de mala suerte, con la punta del estoque la puso boca abajo. A lo que el Sócrates de San Bernardo sentenció:
-Muchacho, si aunque la pongas de canto no te ha llamado Dios para esto...
Inventarán platos así, como monteras de puestas de canto. Y se extenderán por los restaurantes y por las cocinas particulares. Como se ha puesto de moda y generalizado vestir a los camareros de negro riguroso, a la funerala. Los médicos pasaron en sus batas del blanco Gregorio Marañón al verde quirófano; los camareros, del blanco Palace al negro que te quiero negro. Más negro que la camisa del guarro de Carod Rovira, que parece que también ha pedido la independencia del champú y del gel de baño. Si al llegar al restaurante de platos cuadrados observa que, además, tiene camareros de negro, no le arriendo las ganancias. ¿Han prohibido aquellos mandiles blancos hasta el suelo, fantásticos, tan centroeuropeos, de los camareros de los grandes sitios refinados? ¿Es más higiénico el negro que el blanco? ¿Se ven más las manchas acaso en el negro? Debe de ser así, porque de otra forma no se explica que todos los camareros de la nueva cocina den el cante por La Piquer: «¿Por qué te vistes de negro,/ay, por qué,/si no se te ha muerto nadie?»
Quizá se ha muerto la cordura y el buen gusto de lo clásico. Le pregunté a quien por su profesión frecuenta muchos restaurantes nuevos de diseño y me lo aclaró:
-No, los camareros no van ahora de negro porque se les haya muerto nadie. Ni de «O llevarás luto por mí», como El Cordobés. Van de negro en honor de la clientela. Porque en esos sitios te suelen pegar unas clavadas tales, que cuando te presentan la factura, te mueres del susto.
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