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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El fajín de la Macarena

VAMOS a no tocarla. No moverla, que es peor. Me refiero a esa goma de borrar la Historia que llamar suelen Memoria, pero que es Amnesia o Manipulación, aplicada a las cofradías. Vamos a dejar a la Esperanza con su fajín, porque Ella es capitán general del sentimiento de los sevillanos. Vamos a dejar a San Gonzalo con su nombre y a Santa Genoveva con el suyo. Vamos a dejar la Victoria y Paz del Porvenir por el Parque...
Porque como empiecen a querer que a las cofradías les jumee el taco con la dichosa Memoria Histórica, vamos a tener que empezar a poner sobre la mesa toda, pero absolutamente toda la Historia. Unos señores que no conocen nada de la Historia de Sevilla y mucho menos de las agitaciones sociales de la II República y de los breves días de tiros de la Guerra de España tras el levantamiento del 18 de julio, quieren hacernos creer ahora que las cofradías son poco menos que las vencedoras del conflicto incivil. Cuando fueron justamente lo contrario: las víctimas. Víctimas de los incendios intencionados de edificios religiosos, que empezaron en Sevilla pocas semanas después de la proclamación del 14 de Abril y que culminaron en una primera etapa con la huelga general revolucionaria de julio de 1931, cuando el Gobierno de la República (ojo, el Gobierno legal de la República, no unos fachas de brillantina y bigotito) tuvo que bombardear Casa Cornelio, junto al Arco de la Macarena, para imponer la ley y el orden. Como las cofradías siguieron luego siendo víctimas de incendios criminales como el reiterado de San Julián, que ardió varias veces hasta las llamas finales de julio de 1936, que no fueron, como se nos quiere hacer creer ahora, a causa del cortocircuito de unos cables pelados, vamos, que la instalación estaba en muy mal estado.
Si se trata de Memoria Histórica, vamos a poner sobre la mesa todo lo que les destruyeron a las cofradías de Sevilla de 1931 a 1936. Vamos a meterle el lápiz a eso y a indemnizarlas. Vamos a exigir reparación en la demagógica ventanilla donde ahora se cobran daños y perjuicios por aquellas barbaridades. Si vamos a tirar de Memoria Histórica, vamos a hacer el censo de cofradías que en los incendios revolucionarios perdieron sus imágenes titulares, su patrimonio procesional, sus altares, sus archivos. No quiero citar cofradías que están en la mente de todos para no hacer lo mismo que ellos: reabrir heridas que estaban más que cerradas con la reconciliación de la Constitución que nos trajo Su Majestad. Pero sí poner un ejemplo. Cuando los rojos (sí, he dicho los rojos, ¿pasa algo?) le metieron fuego a San Roque en 1936, las llamas consumieron el milagroso Cristo de San Agustín, imagen legendaria de la devoción sevillana a la que la ciudad imploraba en siglos pasados ante amenazas de epidemias y riadas. ¿Quién le paga ahora a la cofradía de San Roque, que tiene entre sus advocaciones al Santo Crucifijo de San Agustín, el valor material, histórico, sentimental y devocional de aquella imagen destruida por la saña de la persecución religiosa?
Y si vamos a poner sobre la mesa la Memoria Histórica digo yo que tendremos también que considerar la calidad humana de los milicianos que trataban de oponerse al levantamiento, y que en vez de enfrentarse valientemente a las tropas sublevadas se dedicaron cobardemente a quemar iglesias. Pero no iglesias del centro burgués, sino parroquias de sus propios barrios obreros, donde estaban los popularísimos Cristos y Vírgenes a los que rezaban sus propias madres. Unos milicianos que en vez de luchar contra las armas rebeldes en la Plaza Nueva se dedican a quemar la Piedad de Santa Marina y las imágenes de la cofradía de los Gitanos, por poner sólo dos de las más populares, creo que ya tienen hecho el juicio moral de la Historia.
Así que vamos a dejar en esta bendita reconciliación constitucional el fajín de la Macarena, porque como sigamos así vamos a tener que decir que a la imagen de la Esperanza no la quemaron los rojos gracias a que unos hermanos la sacaron de San Gil en un cajón y la escondieron en la calle Orfila. Y afirma una leyenda que, antes de ocultarla, la Virgen pasó una noche en un corral de vecinos, acostada en la cama de una sala y alcoba, como una muchacha del barrio. Como si fuera lo que realmente era y gracias a su Hijo Dios sigue siendo: la bendita Niña de San Gil.
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