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El Recuadro   

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Las fondas que perdimos

 
YA me lo pregunté una vez:
-¿Cuántos hoteles hay ya en Sevilla?
Y la guasa de la Ciudad de la Gracia me respondió:
-Más que turistas, Burgos, más que turistas.
Y ahora me explico por qué hay tantos hoteles en Sevilla: porque muchos no lo son. Por culpa de una palabra que ha desaparecido de la circulación y yo creo que hasta del Diccionario: la fonda. Como aquellos versillos de las tabernas y las librerías de Utrera, yo me inventaría unos que dijeran:
Esta Sevilla es la monda,
porque dicen los papeles
que hay siete mil hoteles
y muchos no son ni fonda...
Muchos de los que se pregonan como hoteles ya quisieran ser fondas. Los llamados hoteles con encanto (ésos que está uno encantado de haber ido, para no volver más) presumen mucho de trato personalizado al cliente y de que no hay dos cuartos iguales, cada uno decorado de forma distinta. Tras grandes esfuerzos, inversiones, proyectos, rehabilitaciones y restauraciones, han vuelto a inventar la fonda. ¡La fonda sí que tenía trato personalizado! En la fonda sí que de verdad cada cuarto estaba decorado de una forma distinta. Vamos, que no había ni dos mesillas de noche iguales ni, dentro de la puertecita de esa mesilla de noche, dos escupideras iguales. Y de los palanganeros, ni te hablo. ¿Qué es eso del porcelanoseo de los cuartos del baño, o la tontería del yacuzi, que hay que hacer un curso para entender a qué botones hay que darle para que salga el agua caliente? ¿Qué es eso de los cuartos de baño donde los lavabos de acero inoxidable parecen senos de fregadero de una cocina alemana del Polígono El Manchón, y donde los toalleros parecen de carteles de Barceló para arriba? ¡Ay, el día que los diseñadores descubran las excelencias de aquel mueble perfecto, de hierro pelado o madera buena, el palanganero de fonda, con su espejo, su jofaina y su buena jarra de agua! Muchos de los cuartos de baño del superhipermegadiseño en acero inoxidable tratan de imitar al palanganero de las fondas, pero no les sale.
Yo ahora me acuerdo de aquellas instituciones que eran las fondas de los pueblos. Yo he veraneado en fonda de pueblo: en la Fonda de Prudenciano, en Guadalcanal, y en la otra, en la Fonda de Vázquez, llamada del Musiquín. Esas fondas con sus camas altas como las de la sevillana de la que se casó con un enano y no se podía subir. Esas fondas con su escupidera, ora debajo de la cama, ora dentro de la puertecita de la mesilla de noche. Esas fondas con la pera de la luz colgando de un cable en la cabecera de la cama, como está mandado. Esas fondas con el número del cuarto puesto encima de la puerta con una plaquita de porcelana de las que vendían en la ferretería La Llave. La dueña de la fonda conocía tus gustos y costumbres, eso sí que era trato personalizado. En la fonda había huéspedes estables: el médico soltero que acababa de llegar destinado, el maestro que buscaba otro destino y no quería coger arraigo.
¿Y esas comidas en las fondas? Esas largas mesas con su hule, como Dios manda, esas soperas echando humo. Esos divinos huevos fritos con chorizo, las imperiales pijotas. ¿Y la familiaridad de las fondas de estudiantes? Donde estaba ese mal estudiante, riquito de pueblo, que hacía ocho años que estaba matriculado en Derecho y que aún le quedaba el Derecho Romano de Pelsmaecker, vulgo Permáquez, más bruto que un arado del cortijazo de sus padres, pero que convidaba a todos los huéspedes a la revista de Colsada en el Teatro San Fernando, con Gracia Imperio y Luis Cuenca.
En las fondas te cobraban por ducharte o bañarte, ¡eso sí que era ahorro energético! Fondas de soldados enchufados con pase de pernocta, de funcionarios, de opositores que preparaban Notarías con un destacado fedatario de este Ilustre Colegio. Fondas mucho más profesionalizadas que la pensión, que era al fin y al cabo una casa que alquilaba cuartos. Muchos de los grandes hoteles de Sevilla empezaron con el glorioso nombre de Fonda: la Fonda de San Sebastián, por ejemplo, luego Hotel Biarritz. A Romero Murube le gustaba llamar Fonda del Rey Don Alfonso al Hotel Alfonso XIII. Ahora, con tantos autotitulados hoteles, ya quisieran muchos ser como aquellas fondas que perdimos. Porque algunos no le llegan ni a la escupidera a la famosa Fonda del Peine.
 
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