ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Los desnudos alcornoques

Sube el coche hacia Guadalcanal, por la Sierra de Cazalla, y tras las cercas de lajas de pizarra se asoman a la carretera los desnudos alcornoques, con su tronco como de barro del alfarero. Les acaban de sacar el corcho. Sobre aquella loma, hecha como para que los portugueses, junto a las lindes, empedraran también el ruedo de una era, están apilados, como curvos ataúdes de la siesta, mientras cantan las chicharras, los corchos recién cortados, que quizá han venido como antaño, a lomos de una burra, o como ahora, en el remolque de un tractor, oliendo a creación, oliendo a origen.

Tienen los ahora ya desnudos troncos de los alcornoques recién sacados una color terrosa que no la mejora un diseñador de Milán. Tú le pones a un bolso o a unos zapatos de señora este elegante color del tronco de los alcornoques a los que les acaban de sacar el corcho, y al verlo se vuelven locos los creadores de moda de Loewe, de Prada, de Carolina Herrera, de Gucci y de toda la jarca. No son capaces de sacar este color tan bello que ahora tienen los troncos de los alcornoques, de la raíz a los cuellos que les afeitaron los barberos que les sacaron los arcones de Noé de las lajas de corcho que ahora esperan el camión que las lleve a la fábrica taponera. Viejos alcornoques desnudos, que quizá oyeron los disparos de la guerra fratricida y vieron a las partidas de los huidos por el monte acercándose a pedir comida a los cortijos. Alcornoques nuevos, que acaban de debutar sin caballos en el rodal de la dehesa, que ya han demostrado su casta al dar el corcho bornizo o el segundero, y que tienen la edad de una muchacha.

Veo los desnudos alcornoques y me acuerdo del poema de Gerardo Diego: "Venid a oír de rosas y azucenas/ la alborotada esbelta risa./ Venid a ver las rosas sin cadenas,/ las azucenas en camisa." Idos Plinio el Viejo y Horacio, los alcornoques no tienen quien les escriba no la esbelta risa, sino la alargada seriedad de sus troncos en cueros vivos, descamisados, como barrocas imágenes del Despojado, como Señores sentados en la peña de estos riscos que afloran por la sierra cazallera, entre un olor de alambiques y un recuerdo de lagares cervantinos, de caminos de la Mesta por donde vinieron los sorianos. Qué seriedad, el recio y masculino torso desnudo de los alcornoques de la saca, como esculturas recién estofadas que están esperando la barroca policromía.

¿Desde cuándo estáis aquí, viejos alcornoques desnudos de Cazalla, cuántos años habéis quedado en descanso hasta esta gloriosa saca de las reatas de burros por las veredas? Vuestro generoso y leñoso fruto es como una procesión del Santo Entierro antiguo: de nueve en nueve años dais vuestra riqueza. En las viejas familias serranas, marcabais sin quererlo hasta las fechas de las bodas:

-- No, Josefita, dile a ese muchacho que hasta que no se saque el corcho no os podéis casar. ¿Tú no ves que te pongas como te pongas hasta que no se saque el corcho no tenemos dinero para todo lo que supone un casamiento, hija?

Sigue pasando el coche por los alcornocales de la dehesa cazallera, ya va camino de la Cuesta del Gallo, de la Ribera; de un momento a otro se verá Hamapega en el horizonte, y el pino de la Sierra del Viento, y el perfil de La Capitana. Y evoco aquel corcho de mi infancia. El corcho de las redes de los pescadores de Rota, que en su flotación sostenía la plata viva del copo que sacaban a la playa de La Costilla. El corcho del tapón de la botella de champán que mi padre compraba en Casa Morales cada Nochevieja y que todos los años daba en la lámpara del comedor, que oscilaba en el terremoto del tiempo que pasa. El corcho de las colmenas que veíamos desde el tren por Arenillas, camino del veraneo. Y luego, en el pueblo, el corcho que nos servía como flotador en las frías y cenagosas aguas de la alberca. O el corcho de los taburetes de los cortijos, pidiendo invierno, lumbre y chimenea. Adiós, desnudos alcornoques de la saca. Cuando llegue la Nochebuena vendré a veros y os contaré lo felices que unos niños han sido cuando en La Venera han vendido vuestro corcho, con el que con un poco de nieve de polvo de talco y dos armaos de plástico habréis forjado la ilusión de la montaña del palacio de Herodes en el nacimiento del Dios que os hizo tan hermosos y tan vestidos de belleza en el color de vuestro tronco desnudo, barro puro de la Creación.

 

 

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