ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


No hacer nada, qué gran inversión

Cobreros, hasta ahora, me sonaba a supermercado. Como Polvillo me suena a panadería. O como Peralta a muebles, Márquez a bombillas, Ochoa a mediasnoches, Galán a camisas, Ruiz a joyas y Barea a bacalao. Viejos apellidos del comercio de toda la vida. Apellidos con pureza más que probada en la Real Maestranza del Comercio de Sevilla, donde hay tantos caballeros cuya nobleza se les ve en las huellas que el trabajo honroso dejó en las manos de la familia durante generaciones.

Lo que digo del súper era hasta ayer, que leí la entrevista que María Jesús Pereira hacía a Eustasio Cobreros. Cobreros me suena ahora a sentido común. Un bien ciertamente escaso. El sentido común está en Sevilla mucho más amenazado que el lince en la carretera de Matalascañas. El sevillano con sentido común es una especie en trance de extinción, que debería gozar de protección ecologista. Cuando la Expo, a Sevilla le dio una locura de delirio de grandeza muy por encima de sus posibilidades, y todavía no se le ha quitado. No ha vuelto a sus cabales, por muchos jarros de agua fría que la crisis le haya echado, que dicen que no hay nada mejor que una buena ducha fría para hacer entrar en razón a los majaras. El «que nos tomen por locos» de los canónigos que hicieron la Catedral parece ser desde el 92 la suprema norma de actuación política, económica, social y cultural de esta Muy Cobarde, Difícil y Falsa Ciudad de Sevilla. No es que yo tenga una perra tomada con las setas de la Encarnación, pero son la perfecta metáfora de este gigantismo de locura y de absoluta falta de sentido común. ¿De qué le va a valer y a servir a Sevilla gastarse 100 millones de euros (que son 16.630 millones de pesetas, que se dice pronto) en la Chuminada Magna de las setas de la Encarnación? ¿Qué negocios verdaderamente rentables habría que montar allí, como tráfico de drogas, trata de blancas o atracos a los bancos, para que Sevilla recuperase esa inversión absurda y loca de 16.630 millones de pesetas? Y esto, además, en plena crisis. Cuando vino el último arreón de manso que ha pegado la crisis, con el tijeretazo del Gobierno, pasando por las obras del túnel de Bueno Monreal, que por cierto aún no ha comenzado a excavar de verdad, me dije:

—Me imagino que estos señores, para recortar dispendios, pararán estas obras, volverán a pavimentar lo que han quitado, le echarán a esto un pasaministros y dejarán lo de hacer el túnel para más adelante, cuando acabe la crisis...

Sí, sí, que si quieres arroz: allá que siguen las obras del túnel de La Palmera, con renovado ímpetu. Como si nada pasara en España. Como si no estuviéramos a pique de un repique de ser Grecia o Hungría. Como si este Ayuntamiento derrochón no hubiera recortado los sueldos a sus funcionarios. Yo creo que cuando el Gobierno anunció las medidas de austeridad del gasto empezaron a tirar más dinero en las obras del túnel de Bueno Monreal. Si no, ¿por qué han estrechado ya Manuel Siurot y han dejado delante de los pisos de La Estrella un embudo con un solo carril por cada sentido?

Por todo esto que trato de explicar, frente a tanto alcalde que primero iba a irse inmediatamente y en una carta nos cantó el de «Gracias a la vida, que me ha dado tanto» y que luego resulta que se queda y ha anunciado su programa de gobierno para seguir tirando el dinero un año más... Frente a todo este dislate del disparate del botarate, me ha llenado de alegría encontrar a un sevillano con sentido común como Eustasio Cobreros. Le preguntó María Jesús Pereira:

—¿Cuál es la inversión que necesita Sevilla?

Eustasio Cobreros dixit:

—Ahora mismo, no hacer ninguna inversión.

Óoooooole, Eustasio Cobreros. ¡Qué gran inversión sería que estos insensatos dejaran de seguir tirando el dinero!

 

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