ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Ojú, un burofax

Los artículos son como cerezas en cesto. Tiras de un asunto y salen siete. Así vuelve a sucederme hoy con los telegramas, de los que por cierto se me olvidó decir que tuvieron hasta su canción del Festival de Benidorm en 1959, de los hermanos García Segura, cantada por Monna Bell. Con ese apellido y con «Un telegrama», Monna Bell parecía hija adoptiva del Cuerpo de Telégrafos o por lo menos sobrina de Graham Bell. Les sonará la letra: «Porque con la mirada/tú me pusiste un telegrama/que me decía, que me decía...».

Ahora, ni con la mirada ni con nada. Anda que no es difícil poner un telegrama... ¿Es difícil porque nadie los pone o nadie los pone porque es dificilísimo cursarlos? La última vez que intenté poner uno a través del Telebén de Sevilla de toda la vida tuve que desistir. De momento me remitieron a un teléfono de Madrid. La autonomía nos ha servido para eso: para que nos gastemos un fortunón a fin de que los telegramas por teléfono que antes se ponían divinamente marcando un número de Sevilla ahora haya que cursarlos a través de Madrid.

Los hermanos de La Candelaria también creían que poner un telegrama era algo muy fácil. Celebraban el septuagésimo quinto aniversario de su constitución como hermandad de penitencia en la parroquia de San Nicolás, cuando Pepe el Planeta rescató la devoción a Nuestro Padre Jesús de la Salud. La junta de oficiales acordó conceder la Medalla de Oro de la hermandad al arzobispo Amigo Vallejo, distinción que sería impuesta a Don Carlos en la función solemne del cierre de los actos conmemorativos. Y acordó también la junta enviar a S.S. el Papa Juan Pablo II un telegrama para comunicarle la buena nueva, cuyo texto habría de ser leído en la función principal de cierre de los actos, antes de la entrega de la medalla a Amigo Vallejo.

Para cumplir el acuerdo de junta de oficiales, el secretario de la cofradía se encaminó hacia las oficinas de Correos de la calle San Vicente, con brillo sacado al boli a fin de escribir solemnemente el telegrama pontificio. Y cuál no sería su sorpresa cuando el funcionario de la ventanilla le dijo que aquello era un lío, un telegrama al Papa, que lo más rápido y económico era poner un burofax. Tras mucho insistir, pudo finalmente el secretario cumplir el acuerdo, y convenció al funcionario de Correos para que le aceptara el telegrama, que redactó de su puño y letra en el impreso oficial. Aún recuerda el cofrade de La Candelaria el lance, y le comenta a los amigos:

—Menos mal que pude poner el telegrama. Porque, ¿te imaginas que hubiera llegado a la casa hermandad diciendo que le acababa de poner un burofax al Papa?

Ojú, un burofax. Toquen madera, recen lo que sepan, encomiéndense a Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de la Candelaria, porque si el telegrama era paloma mensajera de las alegrías, el burofax es el pájaro de mal agüero de las ingratas noticias, de los embargos, de los desahucios, de los pleitos, de los incumplimientos de contrato, de las reclamaciones de cantidad. De la leña. De los líos gordos. Si cuando llama el cartero diciendo que trae un certificado nos echamos a temblar, si anuncia que viene a entregarnos un burofax es que directamente nos vamos de vareta por las patas abajo. Te dicen que te van a entregar un burofax, y hasta las mismas trancas. Menos mal que La Candelaria no le puso un burofax al Papa. ¡El susto de muerte que le hubieran pegado a Su Santidad en el Vaticano!

 

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