ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El éxito de la Plazaspaña

Sobre la Plazaspaña me ha dado la clave mi dilecta Enriqueta Vila, en un artículo que ha publicado en la competencia mundana y no sé por qué no en ABC, que es su casa. (Inciso sobre los abucheos de la Plazaspaña. Cuando me dijeron que los sevillanos habían abucheado al alcalde, no me lo creí. ¿Los noveleros sevillanos abucheando en una inauguración, en vez de tocando las palmas, que es lo nuestro? No puede ser, me dije. Y no era. Los que abucheaban a Chaves y al alcalde eran trabajadores en protesta laboral por la privatización de la Agencia del Agua, no los noveleros sevillanos, que estaban encantados.)
Decía que tomo a Enriqueta Vila como autoridad sobre la Plazaspaña («¡que llamen a la Doctora Vila!»), primero por lo que sabe de Historia, y después por lo de Enriqueta. ¿Quién puede hablar mejor sobre la Plazaspaña que una académica que lleva el mismo nombre que la «Enriqueta», la nostálgica barca de motor que sigue cruzando la ría en la memoria de generaciones de sevillanos? Sostiene Enriqueta Vila que el éxito es porque a los sevillanos nos han devuelto la Plazaspaña de toda la vida, sin moderneces, sin bancos de Ikea ni farolas de Leroy Merlin, todo puro Aníbal González, como siempre fue, todo como ha quedado eternizado en las familiares fotos sepia que guardan las latas de carne de membrillo en todos los hogares sevillanos. Y que ojalá la Alameda hubiera merecido igual suerte, que la Alameda hubiera seguido siendo la Alameda de toda la vida y no el mamarracho que hicieron.
El éxito de crítica y público de la Plazaspaña demuestra que a los sevillanos no nos gusta que nos cambien las cosas. Cuanto más miro la Plazaspaña, más me indigno con las setas de La Encarnación. ¿No podían haber puesto La Encarnación dignamente como estuvo siempre, sin ese nuevo Arco que le han levantado a Sevilla, en competencia con el de la Macarena y el del Postigo, para que por debajo pasen los palios como ya pasó el de la Virgen de Regla camino de su coronación?
Nos gusta la Plazaspaña porque no la ha cogido ningún arquitecto genial de la modernidad para enmendarle la plana a Aníbal González. Está tal como la recordamos. Hasta con las barcas del primer amor y del primer beso bajo el puente de Aragón, ay, cuántas Venecias de juventud en aquellas góndolas con la niña del Santo Ángel que nos gustaba... Y está la Calesita. No eso del supuesto «Cochecito Lerén» que se han inventado. A la Calesita de la Plazaspaña nunca se le llamó Cochecito Lerén. El Cochecito Lerén estaba en la Plaza de Oriente de Madrid y en Cádiz en la Plaza Mina, y era una jardinera en miniatura. La nuestra era una pequeña calesa, de ahí su nombre, Calesita, como los cacharritos de la Callelinfierno. La Calesita del burrito moruno. Que como se han rescatado las barcas y la «Enriqueta», debería recuperar el Club de Enganches. La Calesita tiene que estar en alguna nave industrial. Se trata sólo de repararla y de buscar el borriquito moruno que, como asno de noria, se sabía de memoria el camino que hacía cansinamente, solo, sin cochero, llevando a... ¿A quién va a llevar la Calesita? Llevaba a la misma Sevilla que está encantada con el rescate de la Plazaspaña. Ahora, que yo pondría también allí a veinte guardas jurados del Parque de los antiguos, con su sombrero de alancha, su traje corto, sus botos camperos y su bandolera de cuero con la placa de autoridad reluciente de sidol, a ver si logramos que no destrocen en tres días lo que ha costado años recuperar: «el esplendor de gloria de otros días».

 

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