ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Bombardeo de la población infantil

EN los anocheceres de las radios y las teles, cuando un tertuliano marisabidillo va a pronunciar un taco como afirmación en la solemne obviedad que acaba de proclamar y se para, y en vez de la palabrota que tenía en la punta de la lengua dice un eufemismo en plan «cáspita», el director del programa lo suele animar:
—Puedes decir carajo, ya no estamos en horario infantil...
Eso ocurre en la radio. En la televisión sabemos de otra manera cuándo ha terminado el horario infantil: cuando ha cesado la emisión encadenada, uno tras otro, a cuál más persuasivamente agresivo, de anuncios de juguetes con vistas a Pascuas y a Reyes. Hagan la prueba. Pongan la televisión a las 10 de la noche, que ya no habrá un solo anuncio de juguetes. Pero enchúfenla por la mañana, cuando el televisor es la cuidadora que entretiene a los niños mientras desayunan. O por la tarde, a la hora de la nocilla en que la chavalería ya ha vuelto del cole. Verán cómo lo que es no es Gormiti disparando cohetes es Barriguitas en su hospital, y lo que no es Bob Esponja es el Patito Feo, o el patinete de Barbie, y lo que no es la pista de Rayo MacQueen es el Ferrari teledirigido de Fernando Alonso, o la mochila parlanchina de Dora la Exploradora.
Como todos los años por estas fechas, vuelve el bombardeo de anuncios sobre la población infantil, con las armas de destrucción masiva de fomentar el deseo de los niños por tener esos juguetes y con los daños colaterales de la congoja de los padres que, tiesos, no tienen dinero para complacer todo lo que pondrán las cartas a Papá Noel o a los Reyes Magos, dictadas por esa publicidad.
Cada año pienso en lo mismo: ¿qué sentirán los padres en paro cuando este indiscriminado e inhumano bombardeo publicitario sobre la población infantil llegue a sus hogares, y los niños pidan a los Reyes unos juguetes que no tienen dinero para comprar? ¿Cómo la televisión puede convertirse en una ritual y anual máquina de frustraciones infantiles para la noche de Navidad o la mañana de Reyes? ¿En qué está pensando el Defensor del Menor? ¿Por qué tanto rigor en las leyes protectoras de la infancia para que las caritas de los niños no aparezcan sin pixelar en los periódicos, y en cambio dejan a las criaturas expuestas a las más perversas manipulaciones, para que pidan ese juguete que siempre se ha agotado y no hay forma de encontrar, porque en la caja lleva el terrible marchamo de «Anunciado en TV»? Menos mal, menos mal que TVE quitó los anuncios y su cadena Clan, la de tantísima audiencia, es para los padres como un refugio contra los ataques del Séptimo de Juguetería, un búnker a salvo de los bombardeos de Hello Kitty y de Hanna Montana.
¿No han prohibido en TV la publicidad de tabaco y de bebidas alcohólicas? ¿Por qué permiten entonces el dañino bombardeo de anuncios de juguetes en horario infantil? ¿Y por qué, además, con una animación de los muñecos, de las naves espaciales, de los coches fantásticos y de los castillos medievales que luego no se corresponde con los cuatro plásticos locos (y además sin pilas) que vienen dentro de la carísima caja «anunciada en TV»?
Aquí que han prohibido ya casi todo, fumar en los bares, las bolsas de plástico en los supermercados y las bombillas de 100 watios, me extraña que nadie haya pensado en acabar para siempre con este perverso maltrato que es el anual e indiscriminado bombardeo publicitario de los anuncios de los juguetes.
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