ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


¿Te acuerdas que mandaban christmas?

La palabra es espantosa: «christmas». Busco en el DRAE, por si la Academia la ha castellanizado y puedo escribir «crisma», como me pide el cuerpo. Pero no. Me rompo la crisma contra el muro de la moda americanizante si quiero encontrar otra palabra para llamar a las tarjetas de felicitación navideña. Y si pongo «crismas», a lo mejor se creen que me estoy refiriendo a los santos óleos que consagra el arzobispo el Jueves Santo en la Catedral, cuando Los Negritos vienen ya por la Ronda.
Inciso de aficionado al habla andaluza, con la venia del profesor Antonio Narbona: he escrito «santos óleos», pero ¿han observado que se ha perdido aquello popularísimo sevillano del «santolio»? A los enfermos en las últimas no les daban la extremaunción, sino el santolio. Bueno, pues el santolio es el que van a tener que darle a la costumbre de enviar christmas por estas fechas, pues está a punto de palmarla. La Navidad ahora se caracteriza por dos cuestiones:
1. Cada vez ponen antes las luces navideñas. Antes, hasta la Purísima aquí no había una luz de Navidad. Ni en el Cortinglés. Que por cierto ha entrado en la lamentable mangá del laicismo en la Navidad y no han apagado el televisor como aconseja monseñor Asenjo. Este año, en las luces del Cortinglés no hay ni siquiera renos de Papá Noel. Alumbrado políticamente correctísimo: luces de bajo consumo y motivos laicos, venga cristales de nieve. Hijo, aquello parece el mando a distancia de mi aire acondicionado en agosto.
2. Cada vez se reciben menos christmas. Los que hasta hace poquísimo llegaban prontísimo eran los christmas, tanto comerciales como personales. Todo el mundo se mandaba imprimir su tarjeta, o iba a un estanco a comprar las de Unicef. Ya, ni eso. Ahora nos esperan los estrictamente aterradores SMS de la noche del 24, que te los ponen además los gachós sin firmar, como si tuvieras la obligación de saber quién es el cretino que te envía tal chorrada desde el móvil 670 no sé cuántos. Y los correos electrónicos, donde siempre hay el manitas que ha hecho un Papá Noel y unos abetos con las teclas de la X, con la O y con un canuto.
Razones todas por las cuales me dio mucha alegría encontrar un sobre con apariencia de christmas en la correspondencia que me trajo ayer el cartero, gremio que habrá encontrado un importante alivio con este descenso de las felicitaciones. Sobre con abetos y campanitas, por eso supe que era un christmas. ¿De quién será? Pues era de... ¡una empresa que se dedica a vender christmas! Vamos, como una muñeca rusa: un christmas para hacer publicidad de los christmas. Abrí el sobre, y la tarjeta ponía: «Este año queremos ser los primeros en felicitarte las Navidades, pero además...» Y este además era que te ofrecían «crear un christmas exclusivo y en tiempo récord», por Internet, y que ellos te lo mandaban por correo postal a la base de datos que le mandaras por correo electrónico. Previo pago de su importe: 40 euros los 100 christmas y así hasta 3.400 euros los 20.000 christmas. ¿Quién será el bicho raro que mande 20.000 christmas tal como está el patio?
Por eso cuando hoy me ha llegado el segundo christmas, lo he abierto con toda precaución: a ver qué quieren venderme ahora... No, era de un amigo. Que por el plan antiguo me manda su felicitación con Niño Jesús y todos sus avíos. Y que no me vende nada, sino que me desea felicidad gratis total. Vamos, como yo a usted, lector, con este artículo en forma de christmas tempranero. Como antes. ¿Te acuerdas antes de la crisis, que la gente mandaba christmas?
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