ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Caballero arzobispo

En esta España producto de la Logse y de hartarse de llorar leyendo el Informe PISA se está perdiendo la educación. No la educación del Ministerio de tal nombre, sino la urbanidad, la cortesía como lubrificante de las relaciones sociales. El chaval recién salido de los módulos de la FP que va a arreglarle la antena del televisor le habla de tú, señora, porque ya no saben hablar de usted. Al paso que vamos, el usted será tan arcaizante como el «vuesa merced» de la Hermandad del Silencio. Y si esto es la educación y el respetuoso usted, ni te cuento el uso de los tratamientos. Se cuenta que Alfonso XIII paró en seco a un alcalde de pueblo que le estaba hablando de usted, en vez de en tercera persona y de Señor y Vuestra Majestad. Le dijo, borboneando:
—Mira, a mí todo el mundo me habla de Majestad, y mi familia de tú, pero de usted no me hablado hasta ahora nadie, alcalde...
Tanto se han degradado las costumbres, que el augusto nieto de Don Alfonso XIII escucha ya que le hablan de usted como el que oye llover. Don Juan Carlos tiene que tragar, porque si borboneara con una frase como la de su abuelo, le llamarían fascista.
Cuento todo este orden (o más bien desorden) de cosas para enmarcar lo que le ocurrió el otro día al señor arzobispo de Sevilla. Monseñor Asenjo había presidido en Palacio la constitución de una benemérita fundación dedicada a la lucha contra las enfermedades raras. Tras el acto, los patronos lo invitaron al almuerzo que iban a celebrar en un restaurante cercano. Monseñor declinó el almuerzo como tal, aunque les acompañó en la copa del aperitivo. Iba don Juan José Asenjo vestido con el uniforme del cuerpo al que pertenece, no como esos curas de trapillo con los que está acabando. Iba de sotana arzobispal, con su cruz pastoral al cuello y todos sus avíos. Inconfundible. Bueno, pues aun así, se le acercó un camarero y le dijo:
—¿Le pongo una cerveza, caballero?
Tomó el arzobispo lo que fuese, y al cabo del rato, otra vez el mismo camarero, con una bandeja:
—Caballero, ¿un poco de jamón?
Y así, caballero para arriba y caballero para abajo. Al arzobispo le han llamado de todo. Yo mismo, que tiene apellidos de árbitro de fútbol. Pero me parece que esto de «caballero» no se lo habían dicho nunca. ¿Se creería el camarero que el arzobispo era caballero de una de estas órdenes pseudomilitares que se han inventado unos cursis para ponerse capas blancas, bonetes y pasar por auténticos calatravos? Porque monseñor Asenjo no es experto jinete como Alvarito Domecq o los Peralta, para que le llamen caballero. No me lo explico. Bueno, sí: me lo explico por la degradación de los tiempos y el laicismo que nos invade. Igualito el laico camarero del «Caballero» que aquella devota cocinera pileña que servía la mesa en casa de los Medina, en un almuerzo en honor de un arzobispo en visita pastoral, y que al acercarle la sopera para que se sirviera la sopa de picadillo pensó que le daba el tratamiento debido cuando le dijo:
—Ajonde, ajonde Su Divina Majestad, que en el culo está lo bueno.
Corren tiempos laicos. Para el servicio, los arzobispos han pasado directamente de Su Divina Majestad a Caballero. Ahora, que hablando de caballero... Caballero, qué coñac, digo, qué arzobispo tenemos, y qué bien ha criticado la Navidad laica de las luces callejeras de cristales de nieve, sin un solo motivo religioso.
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