ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Peatones crecidos

Cuanto voy a decir es una impresión mía, aunque a lo mejor estoy equivocado, como casi siempre, y tengo que comerme este papel como si fuera un mantecado estepeño de La Colchona, que acaba de sentar plaza sevillana en la calle Cuna, donde estaba Padura. Mi impresión es que el Plan Centro está produciendo ya los primeros daños colaterales. Los peatones se han crecido frente a los coches. Los peatones van ya por las calles con circulación del centro con las ínfulas y el poderío que se gastan los ciclistas del carril bici, que le echan a uno broncas tremendas si como peatón osa andar caminando por esos sagrados espacios que costaron millonadas bajo la dictadura de la Sostenibilidad de la Movilidad, de la Movilidad de la Sostenibilidad, o de lo que Logroño sea.
Aunque esté equivocado, cuento mi experiencia como pasajero de un coche el pasado sábado, que a prima hora de la tarde tuvimos que ir a hacer unos mandados al centro. Para llegar An Cá Victorio y Luchino en la Plaza Nueva, entramos desde la calle Dos de Mayo por el corredor de los taxistas, esto es, Arfe y Harinas. Y ya en Dos de Mayo nos encontramos con peatones andando por medio de la calle, como si no hubiera aceras. Claro, a los sevillanos les han cantado la monserga de «la Ciudad de las Personas», la Santa Inquisición de la Movilidad ha dictado anatema contra el coche y los peatones se han crecido. Cada peatón ahora dice como Fraga cuando los tristes sucesos de Vitoria: «La calle es mía». Y tan suya. Por Dos de Mayo y por Arfe nos encontramos pandillas de chavalotes y chavalotas que venían, aparentemente bien puestecitos, de celebrar almuerzos de Navidad, pues iban como disfrazados con rojos gorros de Papá Noel y cuernos de renos; traían ese ambien-te que hay en Sevilla en el amanecer del primer día del año, tras las francachelas de la Nochevieja.
Iban por todo el medio de la calle, sin importarles los coches. Y cuando se les tocaba el claxon, no se retiraban, no, sino que te miraban despreciativamente, ellas con cara de reina ofendida, ellos con chulesco semblante. Así volvió a ocurrirnos por Harinas, tomada por los niñatos que no se movían de la calle. Y tras los villancicos que cantaban los altavoces del mercado artesano de la Plaza Nueva, ante el bar de copas tela elegante que han puesto en la esquina de Méndez Nuñez, donde Isabel Rodríguez de Quesada tenía el Agua de Sevilla, lo mismo: más gente de festolín en el atajar la calle, que para eso ha dicho el alcalde que es nuestra, de las personas. Cuando oigo esto de «la Ciudad de las Personas» y veo la degradación y el envilecimiento de Sevilla, me pregunto: ¿la Ciudad de las Personas o la Ciudad de la Gentuza?
Y no les sigo contando más calles tomadas por los peatones... La gente iba andando por medio de la calle Méndez Nuñez como si fuera Semana Santa y fuese a pasar la Soledad de San Buenaventura. ¿Es esto lo que querían conseguir, que los conductores, aparte de breados a burocracia, tras ser espiadas sus matrículas por las cámaras chivatas, entremos acoquinados en un centro tomado por los peatones? ¿O era sólo producto del cachondeíto ambiente de las presentes fechas de Navidad?
Cuando vamos de peatones, tenemos que padecer a los dictadores ciclistas del «quillo, quítate». Ahora, además, cuando vamos de conductores por el centro debemos circular como pidiendo perdón a los peatones. ¡La leche que mamó el Plan Centro, cómo están de crecidos los peatones!
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