ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Menos mal, hombre

Así como cuando en la tarde del sábado al salir del cine en el Nervión Plaza le preguntamos al portero si sabe cómo va el Betis, al coincidir dos coches en paralelo ante un semáforo en rojo, el conductor bajaba la ventanilla y, como el que no sabe por dónde se va a Huelva, le preguntaba al del otro auto:

—¿Usted sabe si ha salido ya el decreto?

No se hablaba en Sevilla de otra cosa. En el Carrefour, las cajeras se preguntaban unas a otras, como cuando llaman al encargado para que les diga el precio del chaleco que hemos cogido y no lleva código de barras:

—Toñi, ¿tú sabes si ha salido ya el decreto?

—No sé, Vane, pero voy a preguntárselo a Carmeli, ella lo tiene que saber.

Y resonaba la voz por la línea de cajas:

—Carmeli, ¿ha salido ya el decreto?

Y llegaba en ese momento la niña patinadora que lleva los papeles de un lado a otro por todo el pasillo, y terciaba:

—No, Vane, salir no ha salido, pero me han dicho que está para salir de un momento a otro.

Toda Sevilla estaba preocupadísima por el problemón. Pedazo de problema:

—No hay derecho a que esto no se haya resuelto todavía —decían los estudiantes de la Hispalense tomando café en el Estarbú de la Puerta de Jerez.

—Como que esto tiene que ser hasta anticonstitucional —comentaba un pintor muy ilustre en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría.

—Estas cosas nada más que pasan en Sevilla —se compadecían los socios de la Peña Trianera jugando al dominó, a pique de un repique de que les ahorcaran el 6 doble.

Salías a la calle y es que palpabas la preocupación. Se mascaba la inquietud. Nadie podía comprender cómo a estas alturas del siglo XXI aún estuviéramos así en Sevilla.

—¿Pero cómo es posible? —te decía en la gasolinera el del tío del mostrador donde entras para pagar con la tarjeta.

—Alguna solución tendrá esto —te comentaba el cartero, mientras te ponía el archiperre de la firma electrónica para darte el certificado de una multa de Tráfico con recargo y con las del beri.

—Así no podemos seguir más tiempo —te decía el camarero al ponerte en el bar la cerveza de tanque de salmuera.

¿El decreto de convocatoria de elecciones anticipadas dice usted que es lo que le tenía quitado el sueño a Sevilla? De ninguna de las maneras.

—Ah, entonces se estará usted refiriendo al paro.

Tampoco. No era el paro lo que le tenía quitado el sueño a Sevilla. Ni era la crisis, esto de que haya hasta notarías con ERE, la de pisos que se escriturarán. Ni la situación de las cajas de ahorro. Ni la subida del IPC y del euríbor. Ni otros problemas así, menores, tonterías, como la ruina del comercio con el Plan Centro o las deudas del Ayuntamiento. Esas son necedades que a nadie interesan y mucho menos preocupan. Lo que de verdad les importaba a los sevillanos, que somos muchísimo de la igualdad de sexos, es que las mujeres no podían salir de nazareno ni en El Silencio, ni en La Quinta Angustia, ni en el Santo Entierro. Ya pueden. Menos mal, hombre, menos mal. Ufffff, qué alivio. No sabe usted bien el peso que nos ha quitado de encima.

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