ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Imbéciles/as

Muchas veces me parece que las manecillas del reloj de España se han puesto a andar hacia atrás. Hasta ZP pronuncia cada dos por tres la propia palabra «España», cuando antes todo era Estado Español. España que camina como el cangrejo. Temo que de un momento a otro mandemos a Alemania otra vez a Julio Iglesias, Manolo Escobar, Carmen Sevilla y Conchita Velasco, a cantarles a nuestros emigrantes. Los cuatro siguen en activo. Como sigue en activo la emigración a Alemania. Volvemos a mandar emigrantes, ahora con ordenata en vez de con maleta amarrada con guitas. Como en tiempos de Franco. Y como en tiempos de Franco, José María Íñigo va de estrellón a la Eurovisión. Calvo de la Lotería de sí mismo y ya sin peluquín, vuelve con el mismo bigote. A la Eurovisión de Massiel. La vida sigue igual. Pero con más prohibiciones. Preciosa imagen moderna y progresista de España en Eurovisión: de José Luis Uribarri a José María Íñigo, y tiro porque me toca. En cuanto a las prohibiciones, sostengo que ahora se prohíben siete mil millones de cosas más que cuando la dictadura. Franco era un permisivo al lado de estos tíos que no te dejan fumar y te hacen coger unas pulmonías dobles horrorosas cuando sales del bar a echar el cigarrito en la calle, y te obligan a ir al híper con la bolsa puesta.

Y vuelve lo que en la oprobiosa ponían por Cataluña: «Habla la lengua del Imperio». Ay de ti como no hables la lengua del Imperio. La lengua del Imperio en Cataluña ahora es el catalán. Como no hables la lengua del Imperio y rotules con ella todo lo rotulable, vas dado. Pero como todo se pega, también en el resto de España nos obligan a hablar la lengua del Imperio. Del Imperio Progre de los prohibicionistas y los igualitarios. Como si fuera un comerciante de Barcelona que mantiene el rótulo de su tienda en castellano, a una empresa de Sevilla le quieren cascar un multazo de 6.250 euros por no hablar la lengua del Imperio. ¿Quién la quiere multar, la Generalidad de Cataluña? No, la Particularidad de España: el Ministerio de Trabajo. Porque en un anuncio ofreció una plaza de «programador». Y programador, en la lengua del Imperio, debe decirse «programador/a». En vez de darle un homenaje al tío, por crear un puesto de trabajo en la España de los 4 millones largos de parados, multa que te crió. Yo me creía que eso de decir «ciudadanos y ciudadanas» era una imbecilidad, pero me entero de que en la España de las prohibiciones, es una imposición de la Ley de Igualdad que han promulgado estos destructores del idioma. Con la cantidad de problemas que hay en España, y con el empleo que no es capaz de crear, el Ministerio de Trabajo no tiene otra cosa en que dedicarse, más que a perseguir a los que no usan la traducción del Diccionario Progre-Español para ofrecer un puesto de trabajo.

Así que si usted es un innovador, un emprendedor, un creador de riqueza y ofrece un puesto de fontanero, a pesar del paro que hay tras la criminalización del ladrillo, el Ministerio de Trabajo, en vez de darle ayudas, exenciones fiscales y descuentos en la Seguridad Social, le manda a los inspectores para ponerle una multa, porque tiene que decir que quiere colocar a un fontanero/a. ¿Y si es de telefonista, qué hay que ofrecer, hijos míos, un puesto de telefonista/o? El Índice de Imbéciles por Metro Cuadrado aumenta de modo alarmante. Bueno, matizo, no me vaya a multar el Ministerio de Trabajo: me refiero a los imbéciles/as que repiten como loritos la totalitaria obligación de repatear la gramática y decir esa cretinez de «ciudadanos y ciudadanas» en la nueva lengua del Imperio.

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