ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Compren yemas de San Leandro

A Luis Cernuda, como buen sevillano, le encantaban las yemas de San Leandro, del mismo modo que a don Diego Martínez Barrio le chiflaban las tortas de Inés Rosales. Martínez Barrio le encargaba a don Ramón Carande cuando iba a visitarlo a su exilio de París que no dejara de llevarle tortas de Inés Rosales. Luis Cernuda, por el contrario, no le pedía yemas de San Leandro a sus amigos de Sevilla. Si se lo hubiera pedido a Carlos García Fernández el abogado, olvidado poeta del grupo «Mediodía» y académico de Buenas Letras, con el que se carteaba desde el exilio, seguro que se las habría mandado. No hacía falta. Cernuda se acordaba de las yemas perfectamente, como si hubiera ido a comprarlas aquella misma mañana a la plaza de San Leandro. Así lo dejó escrito en la belleza de eternidad de la prosa de «Ocnos», capítulo «Un compás»: «Y las yemas de huevo hilado, obra de anónimas abejas de toca y monjil, aparecían en blanca cajilla desde la misteriosa penumbra conventual para regalo del paladar profano... El exquisito alimento nada tenía de terreno, y al morderlo parecía como si mordiéramos los labios de un ángel».

Pongo todo este elogio literario de las yemas de San Leandro porque la crisis también llegó al compás y al torno de las madres agustinas, a las que, además, se les está hundiendo el convento y no tienen dinero para repararlo. Hasta hace poco, eran las monjas más ricas de Sevilla, con el negocio de las yemas. Tan ricas, que como tenían tanto dinero, hasta algún lamentable porcelanoseo de nuevas ricas hicieron en su muy literario compás, sustituyendo las viejas losetas de barro por un pavimento completamente Leroy Merlín. Ahora el convento se les hunde y no tienen un duro para arreglarlo, porque no hay quien compre yemas, cuyas ventas han bajado un 70 por ciento con la crisis. San Leandro, que es grande y hermoso y hasta tiene calles interiores, se les viene encima literalmente. Por el tejado de la iglesia entra el agua; la sacristía está fatal; la fachada, peor... Por tres veces acudieron a la Gerencia de Urbanismo pidiendo ayuda y por tres veces, como el gallo de San Pedro, se la negaron. Y, encima, andan de pleitos con un arquitecto. Las veintitrés monjas de San Leandro necesitan 108.000 euros para las obras más urgentes. ¡La de cajas de yemas que hay que vender para sacar 108.000 euros tras pagar los gastos de mantenimiento de la comunidad y del edificio!

Por eso escribo hoy este artículo, para animarles a que compren cajas de yemas, como la mejor forma de ayudar a las monjas y salvar la Sevilla del convento de San Leandro. Al poder actual ya saben lo que le gusta hacer con los conventos: como la Desamortización de Santa Clara. Convertirlos en centros culturales y mandar a las monjas a un chalé del Aljarafe, como pasó en tantos casos. Las monjas de San Leandro resisten a pie de obra y a pie de obrador. Hay que ayudarlas. Lo hago gustoso de la mejor manera que puedo: escribiendo sobre las yemas. Sobre todo desde que en el reportaje de Aurora Flórez leí lo que le decía la madre Natividad, superiora del convento: «Se van olvidando de nosotras, por la competencia de las confiterías o porque la gente no quiere engordar, y necesitamos propaganda para las yemas, como aquel artículo que escribió Antonio Burgos hace unos años y aumentaron las ventas una barbaridad». Pues nada, Madre Natividad: aquí va otro artículo, a ver si aumentan las ventas de las yemas de San Leandro una barbaridad y no hacen con su convento como con Santa Clara: eso, una barbaridad.

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