ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Strauss-Kahn no es Corcuera

Como Serrat le decía a aquella muchacha que su nombre le sabía a hierba, a mí el nombre del Violador del Ensanche Neoyorquino me suena a vals de concierto vienés de Año Nuevo con letra de la razón pura. Y me suena, más que nada, como de por ahí: a democracia consolidada, en los antípodas de nuestro Tercer Mundo. Evidentemente, Strauss-Kanh no es Corcuera, aunque sea su correligionario de Partido Socialista y de ala Visa Oro, esto es, cochazo Porsche, habitación de 3.000 dólares la noche y trajes a medida tan caros que a su lado los ternos de la Gürtel son trapos de mercadillo.
Sin asunto de bragueta por medio, que quede bien claro, a Corcuera le pasó en la Feria de Sevilla algo por el estilo: la confrontación del poder con la ley. Igual que Guerra pidió el Mystere y se saltó la cola de la frontera portuguesa de Villa Real de San Antonio para venir a la Feria, como estos socialistas matan y mueren por no perderse un riá-pitá y un rebujito en las casetas, Corcuera lió una garata importante con los guardias en los accesos al festejo de abril. Con su escolta por escudero, intentó entrar en la Feria por lugar prohibido. La Guardia Municipal le cerró el paso y Corcuera, con esa cara de policía armada de los antiguos que tiene, que miedo me da, lió la del tigre. Y con todo su golpe de progresismo, le espetó al guardia que le cerraba el paso la frase más fascista que se despacha:
-- Usted no sabe quién soy yo.
Lo supieron poco después los dos guardias que cumplieron con su deber y pusieron a Corcuera en su sitio. Lo supieron porque, ¿saben cómo terminó el lance? ¿Con Corcuera detenido y en el calabozo, como hacen con todo el que se enfrenta con la autoridad? No, el asunto terminó "de una manera española": con los dos policías expedientados por el alcalde.
Por las mismas, de ocurrir en España, lo de Strauss-Kahn no habría pasado, para ventura del euro y del FMI. Aunque el francés hubiese querido que una camarera del Ritz o del Palace le hiciera el ídem, se hubiera aplicado no la Ley Corcuera, que es una patada en la puerta, sino la Doctrina Corcuera, que es el "usted no sabe quién soy yo". En Nueva York, evidentemente, no sabían quién era Strauss-Kahn. Aquí lo hubiéramos sabido. Aquí, cuando llamase el gachó al hotel de donde salió de naja tras el "que yo me la llevé al río" para preguntar si se había dejado el móvil, lejos de mandarle a los guardias al aeropuerto para detenerlo, le habrían enviado el móvil con una tarjeta de disculpas del director del hotel y una caja de bombones, y a estas horas Strauss-Kahn estaría en lo suyo, tan socialista, del lujerío y del mujerío. En cuanto a la camarera del hotel, ya habría sido despedida fulminantemente, por provocadora: así no se puede ir por las plantas, mujer, sonsacando a los clientes. Los guardias que iniciaron las pesquisas sobre el paradero del satirón ya habrían sido expeditados, como los municipales de la Feria. En cuanto al conserje del hotel que levantó la liebre, ya tendría su suspensión de un mes de empleo y sueldo, por chisgarabís y por meterse en lo que no le importa.
Y en el caso harto improbable de que el asunto hubiera llegado a los tribunales, aunque le hubiesen puesto la perpetua, me juego lo que sea a que Strauss-Kahn no habría cumplido en la cárcel más de quince días, en plan etarra. Para eso está el Constitucional. Por lo que a este satirón francés que quería que le hicieran el ídem por las bravas tenía que haberle dicho Josele: "Vente pá España, Dominíc..."

 

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