ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Mitin de repudio

LO que le hizo la chusma al alcalde de Madrid delante de su casa, o lo que le hizo la gentuza a la Duquesa de Alba cuando salía de la constitución del nuevo ayuntamiento de su Sevilla me recuerda exactísimamente la Cuba de los peores tiempos de su dictadura. (Qué tontería acabo de escribir, «los peores tiempos de su dictadura», como si las dictaduras tuvieran algún tiempo bueno...). La escena de la casa de Ruiz-Gallardón cercada por las turbas que insultaban hasta al perro que sacaba a pasear, o la Duquesa de Alba perseguida y acosada por la horda camino de Dueñas podían haber tenido por escenario perfectamente La Habana de 1980, cuando el Éxodo del Mariel. Fidel Castro consintió en aquella operación que por el puerto del Mariel salieran por barco los cubanos disidentes y alcanzaran las costas de Florida. Ocasión que cuentan las crónicas que aprovechó Castro para quitarse también de encima a muchos delincuentes comunes, vaciando las cárceles, en las que hizo una limpia, exportando indeseables, rateros y carteristas a Florida y aumentando notablemente en aquellos días la peligrosidad callejera en el Gran Miami.

Pero antes de que los cubanos que ansiaban la libertad emprendieran viaje desde La Habana a Mariel para tomar el barco, sus vecinos les daban la despedida. Se repitieron entonces los llamados «mítines de repudio». Cuando los activistas del Comité de Defensa de la Revolución (CDR) instalado en cada manzana, donde los residentes de guardia hacen de vigilantes y delatores de sus propios vecinos, se enteraban de que un ciudadano poco adicto al régimen tenía pensado juannajarse a Florida, inmediatamente le organizaban un «mitin de repudio», convocado con fecha y hora en todo el barrio, y eso que entonces no había redes sociales. Y allá que acudían todos, con cacerolas y silbatos, con pancartas, a gritar, a vociferar, a llamar «gusano» y «contrarrevolucionario» al vecino disidente, cuando no a zarandearlo y agredirlo, si osaba desatrancar la puerta de su partidito y dar la cara ante los indignados profesionales de la estricta observancia de la dictadura.

Las impunes algaradas de estos días me han recordado los habaneros mítines de repudio del castrismo. Ha sido el viejo modelo comunista aplicado en España. Tan viejo como esos progres sesentones de la coleta canosa y la mugre, que se ha demostrado en la Puerta del Sol que no conocen avances de la civilización cuales el agua y el jabón verde. En los españoles mítines de repudio de estos días han usado los mismos métodos, las mismas consignas, las mismas tácticas. La misma gentuza. La misma chusma, chusma, chusma, como dice mi amigo el exiliado pintor habanero José Miguel Rodríguez.

Con una gravísima diferencia: Cuba era en 1980, cuando aquellos mítines de repudio, tan dictadura como ahora. Pero España es ahora bastante menos democracia que entonces, cuando en 1980 gobernaba la UCD. Nunca hemos padecido una generalizada impunidad de delincuentes como ahora. Nunca el Estado se ha cruzado de brazos de esta forma para dar vía libre a la canalla, en vez de proteger a las personas de orden y al propio sistema democrático. ¿Están ensayando acaso un Gran Mitin de Repudio, como ya hicieron tras el sangriento 11-M, contra una derecha predestinada a ganar las próximas elecciones generales y las autonómicas de Andalucía? Mucho me lo temo. Es demasiado burdo el catecismo del agit-prop que aplican para utilizar y manipular a las hordas. Tanto, que se les han ido de las manos.

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