ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La señora de los triciclos

Como son días de Vuelta Ciclista a Francia, no les extrañará este camión-escoba, como el que suele marchar tras la tópica «serpiente multicolor» de los corredores, pero con más recuerdos de los lectores sobre las bicicletas de alquiler del Cristina. El profesor Vicente Flores Luque, hijo del inolvidable dibujante trianero de ABC, memorialista de nuestra infancia como Pregonero de la Cabalgata, incluso recuerda el nombre de la señora que nos alquilaba los triciclos: «Los Jardines de Cristina no sé si dan para una tesis doctoral, pero para una tesina estoy seguro. Los niños de Cristo Rey también íbamos a los Jardines de Cristina, sobre todo cuando las tardes comenzaban a alargarse. Pero el motivo fundamental de estas líneas es para identificar a la señora de las bicicletas. Se llamaba Matilde Alfaro Andrade; era alta, con el pelo blanco recogido en un moño bajo, hermana de mi abuela materna, muy aficionada al cante. Vivía en El Torruñuelo, en la calle Mosquera Figueroa, y las bicicletas las encerraba en un taller que había en la esquina de la calle Betis con Duarte y que era propiedad de un pariente suyo. Tengo que decir que cuando llegábamos a los Jardines en vez de darnos algunas perras para chucherías nos dejaba dar un paseo gratis.»

Otro profesor de la Universidad, don Francisco Granero, también recuerda perfectamente el Cristina de los triciclos de alquiler: «Cada sábado mi tía Carmen nos llevaba a mis dos hermanos y a mí a montarnos en las bicicletas del Cristina, a peseta la media hora y dos pesetas la hora: era maravilloso maniobrar entre los troncos de aquellos enormes árboles. Años sesenta.»

Y un lector del Arenal, José Ignacio, completa la evocación y el retrato de la señora de los triciclos con una gran fuerza narrativa: «Ni imaginarte podías el juego que está dando lo tuyo del Cristina. Como otros lectores, yo tampoco puedo resistirme a evocar mis recuerdos. Y si lo hago, es por algo que considero importante, y que hasta ahora nadie menciona. Dada la personalidad de la principal protagonista, que para mí no es otra que la buena y entrañable mujer de los triciclos de alquiler, te diré que su nombre era Matilde, y lo pongo en pretérito, porque hoy tendría 120 años. A principios de la década de los 50, ya estaba un poco achacosa y «achapadita». Solía vestir de oscuro, pelo cano con moño bajo lleno de enormes horquillas, rematando el conjunto con toquilla de lana sobre los hombros, que daban porte a su figura. En verano se ponía una especie de bata blanca y negra, que con el tiempo supe le llamaban de medio luto. Como verás, esta descripción no encaja nada con la Olivia de tu comunicante, que más bien sería una sobrina suya y posible heredera del negocio. Los días de lluvia no aparecía nuestra Matilde, con enorme frustración de la chavalería. Cuando se retrasaba, oteábamos el puente de San Telmo deseosos de atisbarla tirando de su preciada ristra. Mi triciclo preferido era el verde, sin apreciar entonces que ese color es el de La Esperanza y el del Betis. Los triciclos estaban en perfecto estado de revista, repintados una y otra vez por su dueña, en rojo, azul, blanco y el bipedal amarillo que era la estrella del conjunto. Allí aprendí el enorme valor de una peseta de papel, que al entregarla para comprar una gorda de garbanzos tostados, me devolvían nueve gordas. Al regreso por el Paseo de Colón camino de Dos de Mayo, no podía evitar encaramarme a las enormes rejas del cuartel de la Maestranza de Artillería; impresionante la visión del comedor con la tropa entrando o en plena cena, según la hora del retorno. Mi eterna gratitud por deleitarnos con estos bonitos recuerdos de la infancia».

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