ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Asesinos de siesta

HACE unos veranos, cuando Marbella era Marbella y no se hablaba de otra cosa que de Marbella, de Gunila, de Jaime de Mora y de Menchu, dio la vuelta a España (sin bicicleta) una noticia muy divertida. Acababan de inaugurar la mezquita que pagó un rey moro..

—Moro, no: árabe, Burgos. Acuérdese de la distinción entre moros y árabes que hacía su maestro Beni de Cádiz.

Sí, el rey que convidó a Marbella a mezquita era árabe, no moro. Beni explicaba que en Marbella, por el verano, moros eran los inmigrantes a Europa que pasaban camino del ferry de Algeciras en un Peugeot de segunda mano con matrícula belga lleno de suegras moras gordas, con una baca sobre el techo en la que llevaban de todo, hasta una escalera. Y árabes eran los moros ricos que estaban en Puerto Banús con sus yates hasta con grifos de oro en los cuartos de baño.

Acababan de inaugurar la mezquita de Marbella y un inglés con residencia fija en la Costa del Sol, que tenía un chalé cerca, llamó a la Policía, a eso de las 4 de la tarde. El inglés estaba hasta ya hasta los co...mmonwealth de que cuando se acababa de acostar a la siesta y se estaba quedando fritito, desde la mezquita, a través de un altavoz, ¡hala!, lo despertara el muecín, que salía con su jámala, jámala invitando a la oración. Aunque hombre ecuménico y en absoluto maurofóbico, lo que decía el inglés era que, con lo largo que es el día, si no tenía el almuédano otra hora para invitar a la oración que precisamente cuando él se estaba quedando destroncadito con la siesta.

Casi cada tarde me acuerdo del muecín de Marbella, porque cuando estoy para quedarme frito, riiiiiing, el teléfono. Los asesinos de la siesta. Y siempre es lo mismo, y casi siempre con sabrosón acento sudamericano:

—Mi nombre es Lidia Elena, ¿puedo hablar con el responsable de telefonía?

Como me imagino que por la externalización de los servicios Lidia Elena me habla desde un lejano país hispanoamericano, le digo siempre:

—Mire, señorita, ahí en su país no sé qué hora será, pero aquí en España ésta no hora de hablar con ningún responsable, sino ¡de dormir la siesta, joé!

Y le añado como el padre de Manolo Caracol cuando increpaba a los aviones franquistas que bombardeaban Madrid todo el santo día:

—¿Es que no paráis de ofertas-basura ni para dormir la siesta?

Y cuando no es el teléfono con la oferta, es el tío que echa propaganda en los buzones. No sé si a usted le pasa como a mí, que con lo grande que es el bloque, tienen que tocar a mi timbre, precisamente a mi timbre, y en plena siesta, cuando estoy como un tronco. Me acuerdo entonces del Guzmán el Bueno que contaba Paco Gandía. Del moro que le dio la siesta a Guzmán con la trompeta, tararí, tararí, yendo una y otra vez a decirle que se rindiera, que tenían a su hijo prisionero y lo iban a matar. Justifico completamente lo que, según Gandía, respondió Guzmán al moro, arrojando el albaceteño:

—Tomad, ahí tenéis mi cuchillo para que matéis a mi hijo, porque no me rindo. Pero de paso matad también con mi cuchillo al moro de la trompeta, que el hijolagramputa no me ha dejado dormir la siesta...

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