ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Ex Huerta del Rey

A los sevillanos clásicos les da mucho coraje la moda de quitarles a las calles sus nombres históricos para bautizarlas en honor de advocaciones cofradieras de Cristo o de la Virgen. El callejero se ha acapillitado, con grave peligro de confusión en el caso de las Vírgenes. Una vía rotulada en honor de una Dolorosa cofradiera te hace pensar inmediatamente que está en Los Remedios. Pero hay más cambios de nombres que aquí venimos comentando, movidos por la costumbre. El ejemplo puede ser, como dijimos, La Enramadilla, olvidado nombre ya, en beneficio del omnipresente Viapol. Y algo parecido ocurre con la colindante Huerta del Rey, a la que nadie llama ya así, sino La Buhaira. Otra consecuencia de la expansión y transformación urbanística del 92. Cuando se levantaba el que durante lustros se llamó «dogal ferroviario» que asfixiaba a Sevilla, se levantaba también parte del nomenclátor tradicional de los barrios. Si con el derribo del puente de La Enramadilla pasamos a Viapol de Viapoles y todo Viapol, con la apertura de la Avenida de la Buhaira se dejó de hablar de la Huerta del Rey, e incluso de Portaceli, calle cercana que aunque dio nombre popular al colegio de los Jesuitas, viene de todo lo contrario, de un convento de los Dominicos.

Como Viapol llega ya hasta el Cortijo Maestrescuela, la mal llamada Buhaira llega hasta La Calzada. ¡Qué éxito el nombre árabe de la Huerta del Rey moro, del chalecito que el califa Abu Yacub se hizo en una parcelita para pasar allí los fines de semana e invitar a una barbacoa a los moros amigos! Ha borrado el nombre castellano de la finca que la Marquesa de Tarifa donó a los Jesuitas, que comenzaron a levantar allí una nonnata basílica, obra de Aníbal González, que se quedó en los cimientos, y alzaron luego el Colegio del Inmaculado Corazón de María, vulgo Portaceli, cuando derribaron el viejo caserón de Villasís, comenzando la desamortización de los colegios religiosos del centro, que dieron paso a todos los adefesios arquitectónicos habidos y por haber, en pelotazos muy anteriores al 92, dados en plena dictadura.

La verdad es que la denominación sevillana de la Huerta del Rey ha corrido muy mala suerte. Cuando los jesuitas abrieron el colegio, la Huerta del Rey pasó a ser llamada Portaceli, la parte por el todo, una esquina por la inmensidad de la donación de la Marquesa de Tarifa, que iba desde Eduardo Dato a la Pirotecnia por un lado y desde la Fábrica de Artillería a la actual calle San Francisco Javier por otro. Tras el 92, todo aquello pasó a ser, a bulto y al rebujón, La Buhaira, promovido quizá por la islamofilia del PA cuando estaba en la Alcaldía.

Lo de Huerta del Rey ha quedado ya apenas para el edificio así llamado, que construyó OTAISA en 1967 en los antiguos terrenos del Colegio de Portaceli vendidos por la Compañía, con proyecto de Felipe Medina Benjumea y ejecución de Manuel Trillo de Leyva. Ese edificio, catalogado y muy interesante arquitectónicamente, es el único vestigio nominal de la Huerta del Rey en la ya omnipresente y absorbente Buhaira. Todo cuanto era Huerta del Rey ha pasado a ser llamado arabescamente Buhaira. Si hablamos del Centro de Salud Huerta del Rey o del Horno Huerta del Rey, no es porque estén en la absorbente Buhaira, sino en los bajos del edificio Huerta del Rey. Hasta a los terrenos de la vieja plaza de toros Monumental y de la Huerta del Pilar le llaman Buhaira. En una clásica contradicción de Sevilla y en plena Monarquía, la Huerta del Rey perdió su nombre y fue Buhaira moráncana de alianza de civilizaciones. Pues nada, hijos míos, por mí, que siga el cachondeo, pero ¡viva la Huerta del Rey!

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