ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Dónde estará tu carro

ES... ¿Cómo les diría yo? Como si mi recordado y biografiado Juanito Valderrama se hubiera ido con su querida Dolores Abril al dentista y le hubiese pedido al doctor que le echara todos los piños abajo a su mujer, qué horror, para que se pudiera «hacer un rosario con sus dientes de marfil» y cumplir así con lo que decía en «El emigrante», nunca mejor dicho al pie de la letra: «Para que pueda besarlos cuando esté lejos de ti». Es como si Camarón de la Isla se hubiera comprado el mejor avión privado del mercado y una consola de juegos de última generación, para cumplir estrictamente en sus desplazamientos por los escenarios de España con su canción: «Volando voy, volando vengo». En cuanto a la consola de juegos, hubiese sido también por exigencias del guión: «Por el camino yo me entretengo».

Hago estas comparanzas para que se den cuenta de la importancia artística y coplera del hecho que glosar quiero. En el Benidorm de Zaplana y de Belén Esteban la otra noche se hizo realidad una canción antológica de Manolo Escobar: «Mi carro». Podía haberse comprado Manolo Escobar, coleccionista de arte contemporáneo que tiene dinero para eso y más, un barquito velero en el puerto de Almería. Podía haberle comprado el mejor cortijo al mayor latifundista de España, que dicen que es Samuel Flores, para cantar con toda propiedad lo de «Yo soy un hombre del campo, ni entiendo ni sé de letras». Incluso en plan Juanito Valderrama con los dientes, a los clisos de su cara podía haberles puesto un candado, qué barbaridad, para no ver las cosas raras de este niñato chalao, de esta niñato chalao que apún, que apunta y que no dispara, según proclama en «El Porompompero».

Pero nada de esto se hizo realidad. Bueno, sí, a aquellas horas se estaba haciendo realidad su «Que viva España», himno del Mundial, con nuestra doble victoria en baloncesto y en tenis sobre Francia. Pero lo que de verdad se hizo realidad en Benidorm fue el robo con nocturnidad del mítico carro de Escobar. El carro existe. No es una canción, sino un presagio. A Escobar le robaron el carro de los galardones y premios de la vitrina de la pedantoteca de su casa tal como lo cantaba: «Anoche cuando dormía». Compadezco a Manolo Escobar porque, como reza el cante, «lo digo por experiencia/porque a mí se ha sucedío». Eso de que te desvalijen la casa mientras duermes, contigo dentro, te da una intransferible sensación de que eres un pedazo de gilipollas que no sentiste a los ladrones. Te quedas con las patitas colgando. Y con la duda: ¿nos echarían acaso los ladrones unos polvitos para dormirnos, y por eso no nos despertamos mientras andaban por aquí como Perico por su casa y se llevaban todo lo que querían?

La imitación del arte por la realidad de los ladrones ha sido perfecta: «Me dicen que le quitaron los clavos que relucían,/creyendo que eran de oro de limpios que los tenía». Dudo que el Carro de Oro del Trabajo que le robaron a Manolo Escobar mientras dormía o que el Carro de Oro de Almería, o de Andalucía, o del Mérito Turístico, fueran estrictamente argénteos. En todo caso, como se acostumbra en la quincallería y bisutería de las condecoraciones, serían de oro del que cagó el moro o de plata de la que cagó la vaca. Pero todo el relumbrón se lo llevaron. Con lo que, empero, no pudieron arramplar los ladrones fue con la voluntad de este Manolo Escobar que ha escapado de que le apliquen la Ley de Memoria Histórica como símbolo de la España del franquismo y que ha vencido al cáncer: «Donde quiera que esté, mi carro es mío». Diga usted que sí. Suyo y de España.

 

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